Un murmullo de pelea viene de la calle. No es realmente una pelea. Se
trata de una disputa a los sordos gritos. Dos personas: una señora y
un adolescente. Su hijo, clavado. Ella a los manotazos, él
finteando.
Salgo. Ante todo soy un buen vecino.
– ¡Hablá con el señor! – profiere la mujer apuntándome con el
mentón – es un profesional.
¡Haberlo dicho antes! ¡Cuánta seriedad! Ésta señora es una
maravilla. Le tengo que hacer una rebaja por diagnóstico y otra por
resolución.
– Qué se les ofrece, queridos vecinos. Pasen, no se hagan mala
sangre. Además Sra. se habrá dado cuenta que no le puede pegar una
sola.
– Claro, si este mocoso se me hizo boxeador. Me esquiva todo.
A puro chamullo gestual los introduzco en mis oficinas de invierno, o
sea en el garaje de la Siambretta. El pibe entra en disconformidad
arrastrando los pies. Ella se me sienta en la reposera sin pedir
permiso. Está realmente ofuscada. Habla, también sin pedir permiso.
– Resulta que lo venía notando un poco raro al Matías, que así
se llama éste, mi hijito del alma, el mayor, este pelandrún. Pero
bueh ¿vio cómo son los chicos? Quince años de paspado, el que te
jedi. O sea que me desaparecía los sábados a la noche. Qué raro…
– Raro sería que un pibe de quince no desapareciera los sábados…
–…porque sus amigos se quedaban en el barrio. En el kiosco de la
bardita, donde se juntan estos pelandrunes. Se imagina que no da para
ir a preguntarles. Tan plomo, como dicen algunos, no soy. Tampoco soy
tan veterana señor…Bodoque. ¿Es Bodoque, no? me dijeron, pero me
sonaba un poco raro.
Bueno, pongamos Bodoque. Una madre joven, pero a
la antigua. O sea, el chico a la escuela. Si quiere plata, una
changuita. Nada de novias, que se embarazan en un suspiro. El
cigarrillo lo más lejos posible. Y la cerveza, ni lejos, vea, mire.
¿Qué pasa? El sábado se me va solo de nuevo. Misterio. El domingo
me duerme todo el día. Me hago la otaria. Está todo bien. La
próxima semana me pongo las pilas. ¿Qué pasa? Igual. El muchachito
me desaparece sin decir esta boca es mía. Pero esta vez me lo quedo
esperando hasta la hora que sea. Es que una tiene que hacer de madre
y padre en un solo paquete. Así son las cosas. Este caballerito me
llega a las cinco de la madrugada. No pude más y lo agarro de un
brazo. ¡¿Para qué?! ¡No lo puedo ni tocar! Está todo dolorido
por todos lados. A este chico me le han dado una paliza. Me pongo a
llorar como una loca.
– Hasta que te cuento. – el pibe tiene voz de persona grande. ¿No
la podemos cortar?
– Cortar, cortar. ¿Sabés lo que me da ganas de cortar, no? El
pibe va a boxear los sábados a la noche. Usted, Don Bodoque dirá:
pero esta vieja está chiflada. El box es un deporte como cualquiera.
Los chicos se entrenan, tienen profesores o cómo se llamen. Van al
gimnasio y esas cosas. Pero éste nada que ver. Éste me boxea de
puro callado. O sea, Don Bodoque que me lo está primereando la
mafia. ¿Ud. sabía que hay garitos nocturnos, boliches de mala
muerte que se dedican a las apuestas en peleas de chicos? Todo fuera
de la ley. ¿Me quiere decir qué cuernos hace la Policía? Sí, ya
sé, no me diga, le hacen la custodia.
– Más que a mí, tendría que recurrir a la llamada prensa
in-dependiente. O darse una vuelta por el palacio judicial, por ahí
tiene suerte y encuentra un fiscal polenta. Que los hay, los hay.
Igual lo primero es convencerlo al querubín, que no pise más la
lona.
– No puedo.
– No ve que le digo.
– Hacele caso a tu vieja. De última si tanto te gustan las piñas,
podés entrenar con Bruno la Bestia en Centenario, que tiene lo suyo.
Pero piantá de ese antro que te van a estropear.
– Digo que no puedo porque no puedo. Estoy comprometido hasta las
manos.
– Vas por un campeonato.
– Qué campeonato ni campeonato: si no peleo el próximo sábado me
hacen boleta. Hay un montón de guita en apuestas. Mi manager dice
que si gano me llevo por lo menos 500 mangos.
– A la pipeta, estamos hablando de una bolsa como para meterte
adentro. Entero o por pedazos es lo mismo.
– Esa parte no la entiendo – dijo la mamá un tanto turbada.
– Es para dar el clima. Quiero decir que no sólo te están
rompiendo el alma sino que también te están estafando, flaquito.
Sin querés te ayudo a zafar. Me vas a tener que pasar un par de
datos. Veo por donde puedo meter un buen cross de derecha cuando el
otro baje su izquierda.
– Le estaríamos tan agradecidos, Don Bodoque.
– Los quinientos me venían bárbaro.
– Por la guita no te hagás problemas. Esta oficina necesita una
pintada. Quinientos mangos por dos manos de látex. Es mejor que por
treinta piñas en el coco.
Capítulo II
La Siambretta me deja donde el barro se subleva. Dos cuadras más y
llego a Chile. Buscamos un galpón que es el resto de un
emprendimiento comercial fallecido en 2001. Fue hecho con esmero,
porque a pesar de las inclemencias del tiempo y de los hombres, está
sobreviviendo. Es alto, de chapa en estructuras parabólicas y
grandes portones como debe tener el Purgatorio. Me bajo y justo
cuando voy a pegar unas patadas al fierro como para llamar la
atención, sale un ñato con pinta de haberse levantado recién de la
siesta. Luce pantalones de tiro alto, atrapados con tiradores como
los que usaba mi viejo. No gasta camisa ni camiseta. Por lo que se
puede apreciar un pecho peludo, recio, musculoso, pero pasado de
categoría. Le hubiera caído bien un sombrero de ala ancha, tipo
chambergo, pero no tenía. Lástima. Sí tenía una mirada
inquisitiva de recibir visitas inesperadas. Una mirada calculadora.
– Abrimos a las doce.
– Bueno, son las doce y media.
– De la noche. ¿Qué busca, Jefe?
– Una
buena pelea. No para mí, claro. Yo me retiré después del mundial
de las Islas Caimán. Para mi pollo. Peso pluma a la sombra.
– No sé
por qué la cosa no me cierra. Acá todo se mueve con tarjeta. O sea
con recomendación. Digo, no sea cosa que el boliche se llene de
buchones.
– Si
querían pasar desapercibidos se les fue la mano. Un poco más y
sale por la tele. Que le voy a decir no sería un mal negocio. Por
el tema de la publicidad, vio? Además, Ud. me ve pinta de buchón?
– Tenés
una pinta de botón que mata. Pero no hay drama: a nosotros nos
bancan desde arriba.
– Botón,
botón, lo que se dice botón, no. Casi lo opuesto. Pero no perdamos
más tiempo. Vayamos a lo nuestro: ¿hay pelea? Tengo cinco mil
mangos a mi pollo.
– ¿No
será profesional, no? ¿Cuántos años tiene, cuánto pesa?
¿Cuántas pelas tiene? ¿está sanito, no?
– Pará,
pará. El pibe tiene quince y es un gallo con espolones. Así se
llama, artísticamente hablando: El Gallo Macho. Pero todavía no
salió del anonimato. Lo tengo acovachado en una chacra de
Cipolletti.
– ¿Por
qué no entra en el circuito amateur? Si es tan bueno, en pocas
peleas ya puede debutar en el profesionalismo.
– ¿Me
viste cara de otario? A mí…a nosotros nos gusta la guita rápida.
Palo y a la bolsa. No nos gusta perder tiempo. Por ejemplo.
– Por
ejemplo qué.
– Que ya
empiezo a perder tiempo acá con vos. Para ser del oficio sos un
poco lento.
– Soy el
portero. Pero ya que jodés tanto, venite el sábado con tu pollo o
con tu Gallo o con el pájaro que sea, a la una de la mañana. Tenés
que hablar con el Señor Marcial el Rey del Oeste. Traé la guita y
no traigás el bufoso.
–
¿Bufoso?
– Sabés
qué pasa: Somos pocos y nos conocemos mucho.
El sábado
a la noche el San Lorenzo era una fiesta. En el borde de esa fiesta,
oculto en las sombras que provocan las luces apedreadas del
alumbrado público, está el mazacote de chapa mentirosamente
olvidado de la mano de Dios. En sus alrededores hay sordos
movimientos de personas y de vehículos. Preferí llegar en taxi. La
Siambretta no da con el personaje. Cuando encuentro la puerta y
pretendo entrar, dos escandinavos tipo Olafo pero nacidos en China
Muerta, morochazos y brillosos, me paran sin mucho protocolo.
–
¿Invitación?
– Me
invitó el Rey del San Lorenzo por carta documento.
– ¿Vos
quién sos?
– Soy el
Emperador de Villa Ceferino. Y traigo un gallo en la gatera.
– ¿Qué
fumaste, Viejo? ¿Sabés de qué se trata esta movida?
– Pelea y
plata. Tengo un pibe que no sabe perder. Gallo Macho. Cincuenta y un
kilo a la sombra. Lo traigo a cambio de otro del barrio que está
enfermo de gripe. Mismo peso pero más polenta.
– ¿Vos
sos el manager o el padre?
– Vendría
a ser padre por carácter transitivo.
– No te
entiendo nada Viejo. Pero ya que te tomaste el trabajo, entrá. El
tuyo tenelo guardado hasta que te avisemos.
– Ok,
cambio y fuera.
Capítulo III
El portón
se cerró detrás de mí. Sentí malestar en la espina dorsal. Es
que uno, lamentablemente, se olvida de su cuerpo. Pero tu cuerpo no
se olvida de vos. Si tengo que arrancar a las piñas, se develará
este misterio dialéctico. La oscuridad de adentro competía con la
de afuera, pero era gelatinosa y olía a pis y cigarrillo ilícito.
En el centro del recinto, elevado algo más de un metro y medio,
estaba el famoso cuadrilátero, cercado por algo que se parece más
al alambre que a la cuerda. Una luz pirateada al alumbrado público,
apuntaba para abajo, hasta entibiar la lona. El resto del galpón
estaba en penumbras.
De las malas penumbras. Dejé pasar los minutos hasta que mi vista se pareciera a la de los gatos. Debía haber unas doscientas personas. Me senté en un cajón de manzana en lo que vendría a ser la última fila, si hubiera filas. A mi derecha un par de tipos en mamelucos desastrosos tomaban vino de una cajita que no se quejaba para nada. A mi izquierda una señora tejía de memoria en la oscuridad. Sería para su nieto que acababa se trepar al ring. Porque en ese momento estaba por comenzar una pelea. Sin presentación ni micrófonos que se elevan por el aire, sin currículum de cada púgil. Ni siquiera el nombre de pila. Acá el de barrio Almafuerte, allá el Chancho Rengo. Son cuatro round, pero pueden estirarse. El árbitro miraría la cosa desde afuera. No querría salpicarse de sangre.
De las malas penumbras. Dejé pasar los minutos hasta que mi vista se pareciera a la de los gatos. Debía haber unas doscientas personas. Me senté en un cajón de manzana en lo que vendría a ser la última fila, si hubiera filas. A mi derecha un par de tipos en mamelucos desastrosos tomaban vino de una cajita que no se quejaba para nada. A mi izquierda una señora tejía de memoria en la oscuridad. Sería para su nieto que acababa se trepar al ring. Porque en ese momento estaba por comenzar una pelea. Sin presentación ni micrófonos que se elevan por el aire, sin currículum de cada púgil. Ni siquiera el nombre de pila. Acá el de barrio Almafuerte, allá el Chancho Rengo. Son cuatro round, pero pueden estirarse. El árbitro miraría la cosa desde afuera. No querría salpicarse de sangre.
Y empezó
la pelea. Pelea es un decir. Empezó la guerra atómica. Porque los
pibes, yo calculo de no más de quince, se mataban en tiempo récord.
Los guantes parecían dibujados. Al que le decían el Chancho
arrancó mejor. Aplicó dos o tres mamporros y un cabezazo por las
dudas. Que el otro sintió pero disimuló a fuerza de desparramar
piñas a lo loco. Una de las cuales fue a parar a la nariz del
Chancho, que a partir de ese momento pasó a llamarse el Chancho
Ensangrentado. Algunos del ring-side chillaban como si fueran ellos
los que recibían los golpes. Otros se reían. Otros contaban
billetes mentalmente. Ese round terminó con los dos pibes
enroscados en el suelo. Hubo que separarlos y sentarlos en sus
respectivos rincones. No podría contar el resto de la así llamada
pelea porque a pesar de tenerla frente mío no la podía registrar.
Una oleada de rabia que creí anclada en mi juventud, comenzó a
trepar hasta mi condición humana. Un poco dejé para mis puños,
por las dudas. Aproveché el segundo descanso para ubicar a quién
había venido a buscar.
El tipo
había copiado al Capone de Scorcese que usa el sobretodo por sobre
los hombros, colgando cancheramente. También estaba rodeado de
alcahuetes sin sobretodo. El jefe tomaba cerveza y fumaba puros de
mentira. Tracé un plan de acción y esperé al otro descanso. Si es
que llegaba porque según las piñas de arriba el Chancho estaba más
cerca de ser fiambre que de otra cosa. Pero llegó el descanso y la
novedad fue que del lado de enfrente avanzó una pequeña comitiva.
Era el Hampa II en forma de gordito petizo, morocho y malo,
disfrazado de metálico de los 90. Y dos más con pinta de obreros
de la construcción, con casco y todo. Los dos Hampas empezaron a
discutir. De lejos parecía que se iban a agarrar. Más piñas.
Pasaron dos cosas: la pelea del cuadrilátero estaba demorada. Aire
para los golpeados. Y los adláteres de ambos caciques de abajo se
hacían los boludos y se desparramaban entre el público. Era una
señal de la realidad que estaba esperando. Pasé varios décadas
esperando señales afines, pero en otros sentidos un tanto más
constructivos. Nadie dice que es fácil interpretar señales. Un
poco de incertidumbre es necesario.
– Si no
te quedás en el molde te vacío la recortada en el culo –le
espeté al del sobretodo al que había abordado por atrás pidiendo
permiso a la gente, como corresponde. Le estaba apoyando
efectivamente los dos caños dos del 12 grande de mi escopeta
achicada para incorporarla a la cotidianeidad ciudadana. El gordito
metálico, sentado al lado se avivó que la cosa venía en serio,
cuando entrevió el reflejo del arma. Puso cara de papel que asustó
al otro.
– Tengo
para vos también – agregué innecesariamente.
La gente de
alrededor acostumbrada a los conciábulos estaba aprovechado para
tomarse un descanso y surtirse de pancho y cerveza.
– ¿Qué
querés? ¿Cuántos querés? ¿Quién sos?
– Menos
pregunta Dios, y tampoco perdona. Quiero que suban al ring. Los dos.
– Estás
en pedo, Viejo. ¿Querés que te haga boletear por la Cana? Esto
está lleno de canas.
– Mirá
lo que son las cosas. Si encontrás uno te ganás el premio.
Claro que
la policía estaba del todo ausente. Un par de horas antes del
evento, un alto funcionario, quién me debía un par de favores, se
había ocupado: “Por esta vez sola Bodoque, no me hagás más
quilombo”. Bueno.
– ¿Sabés
qué pasa? me pasé con el limado de los gatillos. En cualquier
momento, Mercedes, que así se llama ella, arranca con todo y para
adelante.
– No sé.
Somos gente grande. ¿Qué se te ocurre que hagamos? Nosotros somos
hombres de negocios, no deportistas.
–
Deportistas. Uds. no son deportistas. Tendrías que practicar más
retórica, viejito. Y como todo el mundo está esperando: ¡Arriba
los gladiadores! ¡Vamos a subir a pelear que la noche recién
empieza! ¡Arriba carajo, que si no los perforo ahorita no más!
El del
sobretodo subió primero, dejando su adminículo desparramado en
cualquier lugar. El gordito se enredó entre las cuerdas y entró
rodando al ring, para solaz de la ficción, que se divertía con la
sorpresa. Los pibes que estaban arriba aprovecharon para
desaparecer.
– Avisá
por los parlantes que se viene la pela del siglo. Capone vs.
Metálico. Que así se llaman. – Le arrimé sin apuntarle la
Mercedes al de las presentaciones. Me entendió en tiempo récord.
Una luz el hombre.
– Y
ahora…la pelea de la noche….en este rincón….
Los que
antes no entendían nada, ahora empezaban a entender. O seguirían
en ese estado calamitoso que es el resultado de décadas de
alienación oficial y de la otra. O sea empezarían a sentirse bien.
Una de
varias. O los Hampa Uno y Hampa Dos, se creyeron que si no hacían
los que amablemente se les pedía, podían sentir un perdigonazo en
sus nalgas. O se tenían bronca desde siempre. O aprovecharían la
oportunidad para ingresar en el mundo de los deportes. La cosa es
que en ese mismo momento empezaron a agarrarse a las trompadas, eso
sí muy poco profesionalmente.
Me quedé
el primer round. Por mí podían parar ahí. El mensaje ya había
sido enviado. Y no fue un mal round dadas las condiciones. El
Metálico era fuerte en la pelea corta, y el Capone hacía valer su
mejor alcance de brazos. Y, claro, se pegaron en todos lados. Tal
vez más de la cuenta. Incluso de la calculada por mí. Son los
riesgos del oficio.
Al empezar
el segundo me fui silbando bajito. En el portón había una pequeña
conmoción. Algunos pugnaban por entrar y no podían.
– ¿Es
cierto que está pelando el Rey del San Lorenzo? –me pregunta un
flaco con pinta de camionero en tiempo de descanso.
– Sí.
– ¿Y va
ganando?
– No
creo. La monarquía perdió hace siglos. Aunque quién sabe. Tal vez
siga disimulada entre nosotros.
FIN
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