– Me
roban la basura.
¿Qué
quiere decir? O sea. Basura es un término equívoco.
El otro entiende que mi silencio es del tipo permisivo y se larga
otro poquito.
– Ya van tres veces: lunes, miércoles y viernes.
Hay un chorro metódico. Pero también un ciudadano metódico en sus
hábitos. A no ser que sean muchos de familia. Le pregunto.
– Somos tres, más o menos.
– No se es más o menos de la familia.
– Puede haber un colado.
– O colada.
– Póngale.
Decidí cortarla por dos razones: una, el ñato se pone misterioso
agravando el conflicto; otra, el cliente siempre tiene razón.
Le hago un gesto para que se siente en la reposera que tengo de
reserva. Él no lo sabe, pero quiere decir que estoy aceptando el
caso.
Se acomoda y acepta un vaso de cerveza que le sirvo hasta el tope. Se
puede decir que recién empezamos.
Había caído media hora atrás, pero no se animaba a llamar. (Puse
un cartelito nuevo en la puerta que decía: Para ser atendido golpee
las manos). Alto, robusto, morocho de quemado por el sol,
recientemente accidentado en el pié derecho, tendencia al chupi,
pilcha cara pero puesta a la marchanta. Petrolero hasta la manija.
– ¿Más que nada por la intriga, vio? ¿A quién le puede calentar
que le roben la basura?– pensó un poco como buscando más
argumentos – ¿Qué diferencia puede haber en que se la lleve Cliba
o algún salame que anda por la calle?
Tampoco quedó conforme con esta segunda parte, pero decidió dejarlo
ahí. Ya vendrían nuevas inspiraciones.
Ataqué directo. No podía dejar que invadiera mi campo de
divagaciones.
– Lunes, miércoles y viernes. ¿Cuándo se dio cuenta?
– Hoy.
– ¿Cómo supo lo del miércoles y lo del lunes?
– Por la Clota, mi vecina. Hoy salgo temprano y el camión
recolector todavía no había pasado. Pero mi bolsita de anoche ya no
estaba en el gancho. Sale la Clota y me dice: “Ud Cosme, tiene
amigos en la municipalidad. Esta semana le recoge la basura a Ud.
solo. ¿Qué lindo, no? Hay algunos que tienen coronita”.
Termina de explicar y se queda mirando las manos. Demasiado callosas
para ser de la nobleza.
– Don Cosme –le uso el nombre que tomo prestado de la Clota, ya
que nadie nos presentó – le tomo el caso. Cincuenta pesos por día.
Pero me va a tener que hacer caso en un par de cosas.
– ¿Por ejemplo?
– Me va a tener que invitar a cenar esta noche.
– ¿Aparte de los 50?
– Tengo que conocer a su familia. Descuente los chorizos.
La familia de Cosme era corta. Se componía de Cosme, claro. De su
hija Antonieta, nombre no bíblico. Y de una señora entre los 30 y
los 50, rubia no natural, que parecía siempre a punto de subirse a
un escenario. Cerraba la familia un probable perro y una cuatro por
cuatro feroz, estacionada a 45 grados como señalan las normas de
seguridad.
Me recibieron como a un tío lejano que pasaba por ahí.
La señora se presentó como Débora, nombre de guerra si lo hay.
Antonieta me prestó tanta atención como al partido de la tercera C
que pasaban en la televisión para todos. Cosme estaba terminando el
asado. Al pasar me informó que las mujeres no sabían nada. Para
ellas él era un compañero de trabajo. Mirando la parrilla confirmé
que era un petrolero de ley. Había achuras y cortes de carne de
todos los colores y bichos de esta patagonia que dios nos dio.
Parecía que estaba participando de un concurso de cocina a la
parrilla. Estos “viejos” no se privan de nada, pensé. Y
el tipo me escuchó.
– Mando todo a la parrilla.
– Es una filosofía de vida.
– Lo que pasa es que mañana a la madrugada me voy al campo.
Trabajo dos por uno. Quince días en el campo, siete en casa. No le
dije, soy petrolero.
– Ya lo sabía ¿Trapiales?
– Sí. ¿Cómo lo supo?
– Por el barro de la 4 por 4. Fui petrolero y ahora detective.
Elija.
Comimos. Es un decir. Cosme y yo comimos como cerdos. Antonieta probó
medio chinchulín y Débora prefirió la ensalada que tampoco había
preparado. Pero charlar se charló, que era a lo que había ido.
Hablamos del campo, de las empresas y del sindicato. De las
relaciones entre estas entidades. De lo que son y de lo que deberían
ser. Yo me tiraba a la izquierda. Más que nada por oficio. Pero el
grandote siempre me ganaba por varios cuerpos. Y eso que todavía
íbamos por el segundo vino. Terminó diciendo que si él llegaba a
jefe supremo volvía a poner a YPF. Como debe ser.
En algún momento de la noche me avivo que no estoy trabajando. Tenía
que poner a los tres en observación. Un caso como éste se resuelve
desde adentro. No me voy a poner a indagar a todo el barrio
preguntando a quién le gusta la basura. Mientras esperaba el postre
que Cosme salió a comprar traté de hacer breves conjeturas.
-Cosme no era ni el padre de la piba ni el marido de la primera
estrella. El factor familiar podía estar en crisis. Como repercute
eso en el tema de la basura es cosa de Mandinga.
- Antonieta pasaba merca día por medio a los muchachos del rioba.
- Un estudiante de antropología prepara la tesis: “Cómo vive una
familia petrolera”
Si quería resolver el caso iba a tener que levantar el nivel de las
hipótesis y bajar el nivel de alcohol.
Cosme volvió con dos kilos de helado del bueno. Las chicas, por fin,
se prendieron de algo. Juraría que Débora se me insinuó a los
postres. No fue muy enigmática. Destacó cuatro o cinco veces que
Cosme se iría al campo por quince días. Cuando lo repetía me
miraba a los ojos. Cosme decía “la vida del obrero es así”. No
creo que conozca las letras de rock de Las viejas Locas (o de Dos
Minutos, no estoy seguro).
Dejé pasar el fin de semana por pura cábala. Al despedirme le había
pedido a Cosme que hasta el lunes no sacara nada a la calle. A
ninguna hora. El lunes entraría en acción el legendario Bodoque
Fernández. Y entró. Pero mal.
Ese día pido prestada una Combi VW que hizo el transporte escolar de
la generación de Sarmiento. Me la prestó el Manco Albornoz, que no
la maneja por obvias razones. Después de todo, arrancó. La
estaciono en una especie de museo del automóvil, a media cuadra del
lugar del hecho. Me rodeo de un Renault Gordini, un Dos CV y algún
que otro Siam Di Tella. Lástima que no fumo. La espera es larga
porque arranco a las tres de la mañana por las dudas. Mejor que
sobre y no que falte. Le doy al café y de vez en cuando a la petaca
de 3 plumas que llevo porque da con el perfil. ¿Qué puede haber
pasado? Que me dormí.
Me despierta a las ocho una banda de pibes más o menos con
guardapolvos. Van a la 197 de la otra cuadra. El camión de Cliba
había arrasado con todo, incluido mi profesionalismo. Imposible
averiguar si esa mañana se cometió el ilícito.
De bronca la voy a ver a la Clota, la vecina de Cosme. Está
barriendo la vereda. Debe ir por la quinta vuelta. Para colmo el piso
es de tierra. Debe reponer el pozo que va dejando, emparejar y
después seguir barriendo.
Me le acerco sin lavarme la cara. Ella tampoco parece habérsela
lavado. Más bien sepultado bajo una gruesa capa de crema. Buen
trabajo de albañilería. Debe andar por los setenta. Tiene manos de
empacadora. Y nerviosismo también. Su escoba parece una bandera.
Hace como que no me ve y me tira un escobazo. Esquivo con elegancia y
contesto extendiéndole la mano.
– Bodoque Fernández.
– ¿Bodoque? ¿Qué nombre es ése?
– Uno como cualquiera. Si quiere después le explico.
– Qué quiere.
– Soy amigo de Cosme –cabeceo corto para el lado del vecino de la
vieja – y quiero saber por qué le llevan estos días la basura. Y
quién.
– ¿Es del Municipio?
– Todos somos del municipio.
– ¿Es comunista?
– Lo fui hasta que me dijeron que los Reyes Magos son los padres.
– Si decía ese chiste en mi galpón mis compañeros lo sacaban a
patadas.
– No es un chiste. Y Ud. es Clota, la comunista.
– Y a mucha honra.
– Entonces me va a ayudar. Estoy defendiendo la causa de un
trabajador.
Se me queda mirando con el adminículo perpendicular al desvastado
piso de tierra, en posición de “firmes”. Está deseando que se
le transforme en fusil. Por suerte queda en escoba. La
transubstanciación de la materia en este caso no funciona.
– ¿Qué vendría a ser Ud, una especie de comisario del pueblo?
– Algo así.
– Qué quiere saber, comisario.
– Lunes, miércoles y viernes de la semana pasada. De madrugada.
Pasa un vehículo y se lleva la basura de Cosme. ¿Qué vehículo?
¿Cuántos sujetos? Señas particulares visibles. De Ambos.
– La hora exacta no la sé. Le puedo decir que en mi primera
barrida. Póngale a las seis. Treinta años levantándome a esa hora
para ir al galpón de empaque de esos gringos culo rotos. En fin.
Póngale a las seis. Viene una camioneta no sé qué, grande, sí.
Colorada con machucones. Con un dibujo en la puerta que no me
acuerdo. Mínimo dos tipos, porque uno se baja, agarra las bolsitas y
no más las tira atrás, la camioneta arranca.
– Sólo a Don Cosme.
– A mí qué me va a llevar. Tengo una bolsita por semana.
– Digo, si junta de otras casas.
– No, se va derechito hasta la avenida.
– ¿Hoy vino?
– Si hubiera venido no se enteraba, comisario. Ud. se quedó
dormido como un tronco.
Se alteró el patrón. El lunes falló. ¿Alertado? Tengo una cábala
luminosa. Mañana martes va a atacar. Va a ir martes, jueves y
sábado. Algo de método tiene que mantener. Voy a cambiar el punto
de observación. La combi me achancha. Demasiada comodidad para un
detective.
Paso el resto del lunes pensando. Preparo la Siam por las dudas.
Rechazo trabajo de averiguación de cuernos. Le digo a la señora que
pregunte donde el mercadito del Ruso, que lo suyo es vox pópuli.
Pego una vuelta por arriba de la barda. Que es dónde me voy a
instalar esta noche. Veo los techos de cinc del barrio. Parece que
por acá hubo un sunami. La barda hace un huequito como reparo. Ahí
me voy a instalar.
La noche, como todo, llega. A las cuatro de la mañana la Negra me
despierta con unos mates. No pregunta qué trabajo voy a hacer porque
quedamos en la inviolabilidad del contrato. Igual me pregunta si
mejor no llevás el 38. No creo, va a estar tranquilo. Con 38 más
tranquilo. El permiso se me venció cuando perdimos la guerra de
Malvinas. Vos sabrás.
Cuando estoy subiendo a la barda me cruzo con una parejita de pibes
que bajan riendo. El barrio está flojo en hotel alojamiento. El
flaquito me saluda en la oscuridad: “Qué onda Bodo” Los pibes
todo lo simplifican.
Finalmente me instalo. Ubico mi objetivo táctico. La casa de Cosme
duerme en paz. Habrá que ver sus habitantes. Me entretengo con esa
idea y con el café que me encajó la Negra. Por suerte. Los minutos
pasan pero las horas no.
A las 5 hay movimiento. No el que esperaba pero movimiento al fin. La
pobre bolsita de basura sigue en su lugar. Qué pasa. Que alguien
sale de la casa subrepticiamente. Bueno, con cierta cautela. De la
puerta de calle, entornada, se proyecta un triángulo de luz. En el
vértice está la melena revuelta de Débora. En el otro extremo
difuso el alguien con campera de capucha. Despidiéndose mutuamente,
como debe ser. Dura sólo unos segundos. El alguien se aleja silbando
bajito por la calle de tierra que el municipio nos dejó.
En las dos semanas que Cosme estuvo en el campo, dándole a los
hidrocarburos, subí en cuatro oportunidades. En tres, se repitió la
escena descrita ut supra. Desconozco si con el mismo alguien o
con otro. O se iban rotando. La basura, bien, gracias.
Vuelto al barrio Cosme me fue a buscar a por las novedades.
– Novedad, lo que se dice novedad, ninguna. Todo está donde
debiera. Sobre todo la basura. Cero latrocinio.
– Mire Ud. yo pensé que lo agarraríamos con las manos en la masa.
Más que nada para sacarme la espina. ¿Vio?
– Hay espinas que el cuerpo la expulsa solo. Sin cirugía. Yo que
Ud. Don Cosme, lo dejo acá. Le voy a hacer un descuento del 80 por
ciento. Cualquier cosa me pega un chiflido.
– Me puedo ir tranquilo. O sea, nada que reportar. Ud. está
seguro.
– Como que me llamo Bodoque.
Al otro día vuelve a caer Cosme con chiflido y todo.
– Don Bodoque, empezamos de vuelta.
– No me diga.
– De vuelta la basura. Casi los pesco. Me parece que me voy a
dedicar personalmente.
– Ofensa profesional. Se me acaba de ocurrir una idea pero no se la
voy a decir. Deme esta semana. Descuento del cien por cien. Ud. Siga
haciendo la vida de todos los días. Saque su basura con confianza.
Miércoles cinco de la mañana. Paso con mi siambretta 125 por lo de
Cosme. Casi sin parar manoteo las bolsitas de basura. Tienen el logo
de un super local que deja la plata acá, no como los otros que se la
llevan afuera. Casi me estampo contra un falcon escorado que ocupa
media calle, dejado ahí por Sayhueque y sus bravos. Me repongo
hábilmente sin perder mi preciosa carga.
Espero que el sol se levante de una buena vez. No puedo desparramar
la basura en el comedor porque La Negra me mata. Sobre todo si es
basura ajena. Así que lo hago bajo el sauce que no dice nada.
Primera bolsita: una botella de plástico de aceite (con suficiente
contenido como para freír un huevo); dos mayonesas estrujadas;
envoltorios varios de pan rallado; cáscara de huevo por doquier;
restos de grasa animal; cáscaras de limón. No hay que ser detective
de barrio para saber qué pasó ahí. Segunda bolsita: más grande y
variado. Un pedazo de muñeca rota, al parecer una extremidad; una
billetera en desuso, vacía; lamparitas quemada ante K; más
pedacitos de cable y cinta aisladora; lápices más o menos buenos;
una libreta y papeles varios. Me concentro en los papeles. Recortes
de diarios viejos. Rescato los menos rotos. Fotos, comentarios,
reportajes. Todos tienen que ver con la actividad petrolera en la
región. Sonrisas de funcionarios; perfiles de guanacos recortados en
el cielo; un accidente fatal; otro; inauguran una sala, lejos; una
solicitada con muchas firmas; el corpachón de un dirigente del
sindicato alto como una torre de perforación. Una carpeta de cartón
partida al medio con hojas manuscritas partidas en trozos. La letra
parece la de un colegial. De esos colegiales que andan bien en la
escuela. Un especialista sabría que es la letra de Cosme. Un recorte
dice: “Las empresas no sólo saca petróleo, también se lleva la
…sus beneficios e intereses materiales. El estado nacional y el
provincial….empezar de cero. Un sindicato independiente que se
precie no puede….complicidad. Soberanía…millones…” Con el
resto de los papeles me puedo hacer un collage. Selecciono lo
seleccionable. Lo demás vuelve a su destino, esta vez con una bolsa
anónima de consorcio. Hay que ser coherente.
Trabajo ahora un poco en el escritorio. Pego papeles con cintex. Hago
un buen trabajo. Mi Seño de primero inferior estaría orgullosa.
Cuando lo tengo al Cosme en su casa sentado frente a frente, le zampo
la cartulina con el pegote de manuscrito. Tendría que haber
preparado una luz de interrogatorio como en las películas. Hasta que
me doy cuenta que no tengo que actuar como botón. Que es lo que
Cosme está pensando.
– Un viejo volante. Al final no salió. O sea no salió ese, salió
otro que no decía nada. Hace un año.
– No me dijo que era delegado sindical.
– Ni ahí. Delegado y patronal es la misma huevada. Nosotros
queremos que vuelva YPF.
– ¿Nada más que esa pavada?
– Por ahora. Primero lo primero.
– ¿Quién son los nosotros?
– Mejor sigamos con lo de la basura, Bodoque. No se ofenda pero
esto va por otro carril. Justo ayer se me ocurrió limpiar un poco el
escritorio.
– Hablando de limpiar…
Se hace un silencio justo y prolongado. Cosme habla pero parece otro.
– Creí que estaba retirado. Pero hace un mes me vinieron a hablar
los compañeros del turno. Querían hacer una movida. Que yo
encabece. Qué sé yo. Estoy un poco cansado.
– Si no es para caminar.
– Precisamente.
– Precisamente qué.
– Que es para caminar, hasta Buenos Aires. A plaza de Mayo para ser
más precisos. Hasta YPF no paramos.
– Ya me lo había comentado. –le tiro un papel y uno de sus
lápices reciclados – dibújeme el logo de su empresa.
Tarda un poco, pero bien. Esa un buen alumno no más.
– Espero dos minutos. Ya vuelvo – le digo mientras me levanto de
un tirón con el papel en la mano.
Salgo a la calle y me encaro con la puertita de la Clota. No hay
timbre, ni campalilla, ni llamador de bronce con cabeza de león o
dragón o nahuelito. Aplaudo. Clota sale automáticamente. Debe estar
sintonizada en nuestra misma frecuencia. Le muestro el dibujo de
Cosme: tres letras grandes en imprenta, en rojo, dentro de un círculo
azul y una torre de perforación atrás.
– Es ésta. Es el que tenía la camioneta que le roba la basura al
Cosme.
Ni le agradezco y vuelvo al galope. Débora me ve pasar y se le
enciende una sospecha. Yo diría varias sospechas.
– Son ellos. Están los Ellos con mayúscula y los ellos
con minúscula. A veces éstos últimos son los más peligrosos. Lo
están investigando – le apunto con el dedo índice derecho como si
fuera necesario. Si a Ud. le parece le vamos a dar una sorpresa.
En menos de una hora hicimos un documento en apoyo a la revolución
petrolera. Le escrachamos las firmas de tipos interesantes: un
obispo; un general de la nación retirado; dos coroneles en
actividad; dos columnistas de diario más viejo de la Patagonia;
sindicalistas gordos y flacos; una jueza, claro, y varias madamas.
Dejamos la nota de puño y letra de Cosme arriba de un montón de
basura como la gente. Tal como: toallitas femeninas usadas y mierda
fresca de perro no alimentado con balanceado. La proclama decía a
qué hora empezaba el quilombo. Que había que traer buen calzado y
agua como para 1300 kilómetros más o menos. Cuando la vamos a dejar
se me ocurre la idea genial de la noche. Anoto al dorso del mensaje
mi número de teléfono y mi nombre. Este no, el otro. Estoy podrido
de jugar a las escondidas.
Dejamos la bolsita afuera, pobrecita. La pasaron a buscar la
madrugada del viernes con algo de aspaviento. Es lo último que
tendría que decir del caso. Pero…
No puedo dormir porque sé que algo se me pasó a pocos centímetros
de mi nariz. Algo. Alguien. Una situación. Tendría que conformarme
con los pesos que me pagó Cosme, incluida la propina. Y no le dejé
factura.
En la tercera despertada de la noche, culpa de la próstata, se me
ilumina la cabeza. En los papeles que reconstruí, que fueron los que
Cosme “limpió” de su escritorio, había una fecha. Es de este
año, de hace unos días. Errarum humanum est. O como se
escriba. Él me había dicho que databan del año pasado. Caramba. El
caso se reabre.
Lo primero que hago cuando me levanto es pedirle a la Negra que me
haga un dibujo que estoy inventando en este momento. Un cuadrado
verde, con tres grandes letras rojas, y atrás la silueta de un
dinosaurio. Mi compañera también fue buena en la escuela. Doblo el
pelpa y me dirijo raudo a donde doña Clota.
Espero que vuelva del mercadito del Ruso que tiene los tomates en
oferta. Cuando se acerca a paso de marcha, la enfrento con el poster
de la Negra.
– Ya le dije que era ése lo que tenía dibujado en la puerta de la
camioneta.
– Mire bien.
– Ya miré demasiados dibujitos en mi vida.
Me voy con el sabor amargo del que confirma algo que prefiere no
confirmar.
Cosme está llegando con su camioneta. Baja Antonieta con cara de
haber desaprobado todas las materias. Le paso raspando. Cosme me
explica que es la quinta vez que la pesca haciéndose la rata al
cole.
– Lo que más me molesta es el engaño –dice Cosme cansado.
– A mí el engaño directamente me rompe las pelotas – digo,
escupiendo en el suelo para apoyar las sentencia – y peor si te
toman por boludo, valga la redundancia.
Cosme calcula que algo no anda bien y me lo dice con la mirada.
– Lo de la basura es puro chamuyo –me pongo en el papel de fiscal
– Me hizo laburar al pedo. Horas de vigilancia; molestias a mi
compañera; rompimiento del bocho. Todo regalado al enemigo. Encima
no puedo adivinar por qué.
El grandote petrolero me mide como decidiendo adonde va a ponerme. Se
acomoda la ropa preparándose para grandes revelaciones. Dice
despacio, masticando las palabras:
– Quería que vigilara mi casa, de madrugada y cuando estaba en el
campo. Pero era por otro motivo.
– ¿Por qué motivo?
– ¿Qué clase de detective es, Bodoque?
– Uno que va siempre por derecha. ¿Qué quiere saber?
– ¿Ud. qué opina? Creo que indirectamente, logré lo que quería.
– Ud. quería que vigilara a su esposa.
– Nunca me hubiese atrevido. No sé, me da vergüenza. Cuando uno
cae en eso es porque ya lo sabe.
– Y ahora Ud. sabe que todo está en orden. ¿No cierto?
– ¿No cierto? –le quiso sacar la nota de interrogante pero no el
salió del todo. En esa inflexión fallida se resumía todo mi caso.
Estamos haciendo un silencio que cada uno va a entender como mejor le
convenga. Puede ser un silencio cómplice. Puede ser un silencio como
de regalo. O uno donde mueren todas las palabras. El peor de los
silencios. Bajo un cambio y giro a la derecha.
– Lo de la basura estuvo bien pensado. ¿Quién se la llevaba,
algún compañero de trabajo?
– Un par de amigos. La tiraban a unas cuadras.
– No entiendo por qué siguió con este teatro cuando volvió del
campo. Se supone que ya sabía lo que quería saber.
– Quedaba por la mitad. Como buen detective se iba a dar cuenta que
algo no cerraba. Estaba seguro que a Ud. se le ocurriría lo de
investigarme la basura. Preparé el último capítulo.
– Sí, hay gente que queda presa de los finales felices. ¿Y lo del
comunicado?
– Le saqué unas copias y lo estamos repartiendo por ahí. Sin la
joda de las firmas, claro. Por ahí ¿quién te dice? la aventura
tiene ese final feliz.
Nos damos la mano a modo de despedida. Es el apretón del campeonato.
Me retiro sin mirar para atrás, justo en el momento aparece Débora.
Está peinada y repleta de afeites. Debe estar por entrar en escena.
Abraza a su hombre. En esta obra cotidiana nunca cae el telón.
(No continuará. O quién sabe)
No hay comentarios:
Publicar un comentario