domingo, 16 de septiembre de 2012

La historia no es fotogénica


La foto es mala. Pero es una foto, y lo seguirá siendo. Se ve un falcon y un flaco que le zampa un baldazo de agua en plena Avenida Argentina. Justo en ese momento. La foto es el momento de la foto. En blanco y negro. Para ahorrar costos del estado.

El damnificado está ahora en mi puerta. Mira el último cartelito que puse: “No se aceptan patacones” en prevención a una futura crisis económica y no lo entiende. Allá él. Me dice:
– Don Bodoque, tiene que agarrar el caso.
– ¿Dónde está el caso? Si le lavan el coche en la calle ahora tiene que pagar la multa. Soy detective, no abogado.

– ¿A Ud. le parece que me hago lavar este coche? –hace una inflexión oral que corresponde a la cursiva en el texto – ¿Y en plena Avenida Argentina? –repite.
– Ud. me dice que es una trampa.
– Tiene 48 hs. para demostrarlo. Si no, tengo que pagar hasta 2000 pesos.
– Tendría que vender el falcon tres veces.
– No puedo. Tiene valor sentimental.
Con ese argumento me mata. Agarro el caso sin pensar y sin tarifa. Me pongo a mirar la foto tamaño oficio.
– ¿De dónde salió el retrato?
– Me la dejaron adentro de un sobre por debajo de la puerta.
– El Municipio está flojo en comunicaciones.
Con esta sentencia despido a mi cliente desde mi puerta. No lo hago pasar al fondo porque está un poco fresco para la cerveza en la reposera debajo del sauce.





La Siambretta 125 me deja en el lugar del hecho. No tengo que ser Columbo para saber adónde se sacó la foto. Está un poco fuera de foco, pero está. El viejo eucalipto, podado a la marchanta es único en su especie domesticada por el hombre. Imposible errarle. Aparece como telón de fondo del lavado del falcon. El lugar es céntrico, pero no de las mejores plazas para los lavacoches. Demasiado cerca de los milicos.
Me hago el otario y paso cerca de un grupo de pibes, desparramados en la vereda. Unos sentados en baldes, otros jugando con sus rejillas como espadas.
– ¿Le lavamos la moto, jefe? –se ríen de la ocurrencia.
– Trae mala suerte. Pero tengo una docena de facturas de Mamuki por una data.
– ¿Data, qué es una data?
– Es un chamuyo, un chimento. –aporta el más leído.
– Busco a un flaquito que usa la camiseta número 10 de Estudiantes de la Plata. –digo ahorrándome de mostrar ninguna foto que es muy vigilante – me dijeron que labura en esta parada.
– Acá la única camiseta que vale es la de Boca …
– …y la de Cipo. Pero no se haga problema que a nosotros no nos salva ni la de la Selección. –todos ríen.
– Sí, el Pechi les quiere pisar la manguera.
Ahora no se ríe nadie. No les gusta el chiste y se hace un silencio equivalente a “no te digo más nada, viejo choto”. Silencio que se repite dos o tres veces. Era lo más probable. Igual pago el peaje de la docena de facturas. Cuando me subo a la Siam se me acerca el más pibito de todos, que tendría que estar en la escuela.
– A Ud. lo conozco del barrio –me dice a los gritos.
– Neuquén es un pañuelito – digo de memoria.
– El de estudiantes vino un solo día, por un rato y nunca más –me dice por lo bajo – no es de los nuestros.
Con eso me quedo. Trato de descifrar lo de la tercera persona del plural que tantos problemas nos trajo a los de mi generación. ¿A qué “nuestros” se referiría el trapito? ¿Nuestros por los de la parada? ¿Por lo del oficio? ¿Por lo de su clase social? En fin, para eso soy detective.



II

Ya que estoy en el centro, paso a ver a mi amigo José Zorro Gris. Como está a punto de jubilarse, de puro fiacca, ya no hace boletas. Los más jóvenes les regalan un par por día para que vaya tirando.
– ¿Me dijeron que te cambiaste de nombre? –me dice divertido desde la mesa del café – ¿Volviste a la clandestinidad?
– Bodoque Fernández no es nombre de guerra. Es artístico.
– Artístico va a ser sobrevivir al avance tecnológico de la nueva gestión municipal. Los zorros tendemos a desaparecer.
– No sé qué es mejor para vos, si ser plaga o especie en extinción. Por lo menos que les hagan un curso acelerado de fotografía al paso. Hablando de fotos y de multas…
Le cuento todo pero por la mitad. Me gusta que la gente desarrolle su capacidad creativa. Como es viejo amigo, está aburrido y algo intrigado me hace la gamba. Gracias al milagro de la computación y a un par de favores que le deben los de la oficina, en menos de una hora tenemos datos ciertos. Personas, patentes, fechas.
Cuando retomo mi rumbo al barrio tengo una pequeña ensalada de datos luchando en mi cabeza. Me falta disponer los aderezos. Sobre todo la pimienta, mi favorito.


Mi cliente está esperando en la puerta. No quiere contaminarse pasando al interior. Vaya a saber qué le dijeron de mí. Le disparo al pecho con algo de puntería.
– ¿Sabe que si no paga la multa le van a sacar el coche?
– ¿Por qué le parece que viene a verlo?
– Porque no tiene la plata.
– Creí dejarlo claro: nunca hice lavar el coche en la calle. La foto es trucha.
– Ud. nunca estacionó en ese lugar de la avenida.
– No dije eso. Estacioné ahí por mi trabajo.
– ¿Qué viene a ser…?
– Óigame, no es a mí a quién tiene que investigar. ¿No le parece?
– Me parece que hay trampas por todos lados. Y sí, la foto es trucha. Mejor dicho, es real. Menos dos cosas. Una, el trapito con la camiseta de Estudiantes, no es del gremio. Otra: en el ángulo derecho y abajo de la foto aparece el logo medio borrado de una petrolera local. Estaba en el parabrisas del móvil desde donde sacaron la foto. No creo que ande tan mal la perforación como para que se dediquen a esos rubros. Aunque quién sabe. Servicios son servicios. La tercera es cómo le llega la carta, sin citación ni nada por el estilo. Demasiadas sospechas. O demasiadas certezas. Daría la impresión que Ud. no me dio todos los datos, señor Oficial.
El ñato se me queda mirando, siempre en la vereda. No sabe si salir corriendo o sacar su reglamentaria.
– El falcon era de su padre. Lo compró como rezago del Batallón 101 en el 1990.
– Sabía que estaba en la zona, y lo encontró. Hasta se hizo mecánico para ponerse en tema. Él, que era maestro.
– Para ser un berretín es demasiado berretín.
– Para ser detective es demasiado ingenuo. No era un berretín. A mi viejo lo secuestraron en el 77 en ese falcon. En ese, exactamente. Con ese tapizado y con el paragolpe abollado en el mismísimo lugar. Hasta con el mismo olor. A mierda y pólvora. Él sobrevivió, su compañero no. Uno al baúl, el otro atrás. No lo usaba. Decía que algún día el falcon iba a hablar. Pero mi viejo se murió sin que lo escuchen. Ahí me incluyo. Es más, al elegir la carrera militar contra las aspiraciones de mi viejo, logré el silencio total. Heredé el falcon con fantasmas y todo.
– Hay cosas que son más testigos que las personas. Y tienen mejor memoria.
– Lo de la memoria viene a cuento. Al menos alguien se acordó que el falcon seguía en circulación, vivito y coleando. El año pasado me lo quisieron robar dos veces. Y otras tantas aparecieron unos gitanos para comprarlo. Ofrecían demasiado. Ahora esta persecuta.
– Déjemelo a mí.
– Claro, soy su cliente.
– No, déjeme el falcon a mí. Uno o dos días, máximo. El combustible corre por mi cuenta.



III


Es más grande y costoso que la Siam, e igual de viejo. Pero me lleva y me trae. Que es lo importante en estos trastos.
Primer destino: lugar de la lavada apócrifa. Me estaciono en la misma latitud y longitud. Los lavacoches me ven de lejos pero le esquivan al falcon. O están al tanto de algo que yo no, o el coche tiene demasiados recovecos y gasta mucha agua y trapo. No da el perfil para la changa. Todo puede ser. Es mediodía y hay mucho movimiento. Estoy en el círculo urbano de los edificios del poder. El misil puede partir de cualquier dependencia. Y parte de la petrolera grande. Pasa un chabón con look de ejecutivo última generación, imberbe, traje caro y zapatillas. También caras. Lo único que le falta es la camiseta de Estudiantes de La Plata con el número diez en la espalda. Debe ser en honor a Bilardo. O Pachamé o Aguirre Suárez. Más no me acuerdo. Claro, la Bruja. El flaquito no va apurado. Piensa en el almuerzo en un boliche de onda cercano. Pero comete el error de percibir el falcon. Porque sería un exceso decir que “vio” el falcon. Y se le aceleró el paso. Aunque no lo suficiente como para que no lo intercepte a la cuadra al grito de: “Quieto ahí, maula” que tuvo el efecto de hacerme reír a destiempo. Bueno, lo importante es que el flaco se detuvo. Lo hizo porque estaba como hipnotizado por el falcon, medio cruzado en la bocacalle.
– ¿A qué te hace acordar? –le espeto de oficio.
– No me hace acordar a nada. La historia y los objetos pasan.
– No siempre. Vos de acá no pasás. – y hago un ademán de manual como rascándome algo que me pica en las costillas. El pibe se vuelve estatua.
– Subí que te llevo.
– Prefiero…
– Subí, pincha rata. Soy tripero pero hoy estoy de civil.
Subió y arrancamos para el lado del Limay. Busco apoyo de la naturaleza. No de la humana sino de la otra. Cuando llegamos le digo “Te escucho”. Y dijo:
– El gerente de operaciones de la petrolera es coronel del ejército, retirado. No sé bien en qué anduvo en la época de los militares porque de “eso” no habla. Pero cuando esa mañana vio el falcon se le cayeron las medias. Movió cielo y tierra. Contactos en actividad y funcionarios del gobierno. Pero parece que no estaba consiguiendo lo que quería.
– ¿Qué quería?
– Sacar el falcon de circulación. Se enteró que otro colega, el “Teco”, ya lo había intentado. Pero tuvo un problema y no pudo.
– ¿Un problema?
– Sí, cayó en cana. Por el tema este de los juicios.
– Buena gente. ¿Y esta última jugada?
– No sé. Creo que tiene alguien en la comuna.
– Si fuera uno solo no habría problemas. Van a truchar las actuaciones legales para que el vehículo pase a su control. ¿No saben que el actual dueño, o sea el hijo del titular, es también milico?
– Ni idea. Yo, argentino.
– Se te tendría que haber ocurrido otra frase. Esa me pone un poco nervioso.
– Qué quiere que le haga, la saqué del jefe. De paso: ese día me dijo que me disfrazara de lavacoches por una campaña a favor de sacar a los chicos de la calle. Aunque no me la creí.
Me pongo a hacer patitos con piedras en el río. Es una terapia para lograr un balance como la gente. No funciona. Igual ablanda un poco la situación. Tanto que el pincharatas se anima a tutearme.
–No te olvides que estoy escrachado lavando el falcon. Si te sirviera para algo, siempre puedo declarar a favor.
– Como es sabido lo de “a favor” tiene que ver con el lado de dónde sople el viento. Siempre confié en la juventud. De paso te podés pasar a Gimnasia.




IV


Le estoy entregando el falcon a mi cliente. Lo dejé con medio tanque. Porque me fui a pasear a El Chocón, tierra de dinosaurios. Me dice:
– ¿Qué averiguó?
– Está todo bien. Con hacer una sola llamada no le van a cobrar ninguna multa.
– A esta altura del partido la multa me tiene sin cuidado. ¿Qué averiguó sobre el problema de fondo?
– ¿Qué sabés del secuestro de tu viejo?
– Nunca quiso contarme. Lo poco que sé es por mi vieja. Con mi viejo la cosa se complicó cuando me mandé al Colegio Militar.
– De tal palo tal astilla, pero al revés. O los extremos se tocan.
– Tal vez me mantuvo siempre al margen para protegerme. Tal vez pensó que se había gastado toda su suerte. Zafó porque uno de sus captores resultó ser un ex alumno suyo. El soldadito se la jugó y lo sacó por la puerta de atrás. Es un decir. Igual se comió varios años en cana, pero pudo contarla.
– Si hubiese querido.
– Su compañero no tuvo la misma fortuna. Del baúl del falcon pasó directo al paredón. Mi viejo lo saludó de lejos.
– ¿Nunca se vinculó a las organizaciones de Derechos Humanos? Digo, fue un testigo calificado.
– Creo que mi viejo se quebró. Cuando encontró el falcon en un depósito del ejército, algo tiene que haberle pasado. Lo compró por izquierda a un suboficial que custodiaba la chatarra.
– Lo que indica qué confianza se tenían los tuyos por esas épocas.
– Puede ser. Lo que para mí indica es que lo tiene que haber buscado como un loco. Y un poco loco quedó. Al falcon lo tenía guardado y lo arrancaba una vez al mes. Ni siquiera lo lavaba. Pensaría que era una forma de conservar el pasado. Yo seguí la rutina. Hasta el otro día que se me rompió el Renault. Ahí es donde viene a aparecer Ud.
– ¿Qué cosa no? Pensar que yo aparecí mucho antes de que vos nacieras. Pero lo importante es lo que apareció en el baúl. Cuando estaba frente al lago del Chocón se me prendió la lamparita. Abrí como pude el baúl y me puse a revisar. Después de todo soy detective. Debajo de la alfombra encontré una inscripción. Decía, mejor dicho dice, rayado con la punta de un fierro de puño y letra: “Argentina- Leandro 3/7/47” No es la fecha de un mundial. Debe ser la de su nacimiento. De Leandro. Y, bueno, Argentina es nuestro país ¿No cierto?
– Cuando esté seguro se lo digo.
– Empiece llevando el famoso falcon a dónde hay que llevarlo. Es un pedazo de historia que hay que encajar con otros pedazos que andan por ahí.
– ¿Tengo plazo?
– Mi horario es hasta las 20 p.m.



FIN


















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