La foto es mala. Pero es una foto, y lo seguirá siendo. Se ve un
falcon y un flaco que le zampa un baldazo de agua en plena Avenida
Argentina. Justo en ese momento. La foto es el momento de la foto. En
blanco y negro. Para ahorrar costos del estado.
El damnificado está ahora en mi puerta. Mira el último cartelito
que puse: “No se aceptan patacones” en prevención a una futura
crisis económica y no lo entiende. Allá él. Me dice:
– Don Bodoque, tiene que agarrar el caso.
– ¿Dónde está el caso? Si le lavan el coche en la calle ahora
tiene que pagar la multa. Soy detective, no abogado.
– ¿A Ud. le parece que me hago lavar este coche? –hace
una inflexión oral que corresponde a la cursiva en el texto – ¿Y
en plena Avenida Argentina? –repite.
– Ud. me dice que es una trampa.
– Tiene 48 hs. para demostrarlo. Si no, tengo que pagar hasta 2000
pesos.
– Tendría que vender el falcon tres veces.
– No puedo. Tiene valor sentimental.
Con ese argumento me mata. Agarro el caso sin pensar y sin tarifa. Me
pongo a mirar la foto tamaño oficio.
– ¿De dónde salió el retrato?
– Me la dejaron adentro de un sobre por debajo de la puerta.
– El Municipio está flojo en comunicaciones.
Con esta sentencia despido a mi cliente desde mi puerta. No lo hago
pasar al fondo porque está un poco fresco para la cerveza en la
reposera debajo del sauce.
La Siambretta 125 me deja en el lugar del hecho. No tengo que ser
Columbo para saber adónde se sacó la foto. Está un poco fuera de
foco, pero está. El viejo eucalipto, podado a la marchanta es único
en su especie domesticada por el hombre. Imposible errarle. Aparece
como telón de fondo del lavado del falcon. El lugar es céntrico,
pero no de las mejores plazas para los lavacoches. Demasiado cerca de
los milicos.
Me hago el otario y paso cerca de un grupo de pibes, desparramados en
la vereda. Unos sentados en baldes, otros jugando con sus rejillas
como espadas.
– ¿Le lavamos la moto, jefe? –se ríen de la ocurrencia.
– Trae mala suerte. Pero tengo una docena de facturas de Mamuki por
una data.
– ¿Data, qué es una data?
– Es un chamuyo, un chimento. –aporta el más leído.
– Busco a un flaquito que usa la camiseta número 10 de Estudiantes
de la Plata. –digo ahorrándome de mostrar ninguna foto que es muy
vigilante – me dijeron que labura en esta parada.
– Acá la única camiseta que vale es la de Boca …
– …y la de Cipo. Pero no se haga problema que a nosotros no nos
salva ni la de la Selección. –todos ríen.
– Sí, el Pechi les quiere pisar la manguera.
Ahora no se ríe nadie. No les gusta el chiste y se hace un silencio
equivalente a “no te digo más nada, viejo choto”. Silencio que
se repite dos o tres veces. Era lo más probable. Igual pago el peaje
de la docena de facturas. Cuando me subo a la Siam se me acerca el
más pibito de todos, que tendría que estar en la escuela.
– A Ud. lo conozco del barrio –me dice a los gritos.
– Neuquén es un pañuelito – digo de memoria.
– El de estudiantes vino un solo día, por un rato y nunca más –me
dice por lo bajo – no es de los nuestros.
Con eso me quedo. Trato de descifrar lo de la tercera persona del
plural que tantos problemas nos trajo a los de mi generación. ¿A
qué “nuestros” se referiría el trapito? ¿Nuestros por
los de la parada? ¿Por lo del oficio? ¿Por lo de su clase social?
En fin, para eso soy detective.
II
Ya que estoy en el centro, paso a ver a mi amigo José Zorro Gris.
Como está a punto de jubilarse, de puro fiacca, ya no hace boletas.
Los más jóvenes les regalan un par por día para que vaya tirando.
– ¿Me dijeron que te cambiaste de nombre? –me dice divertido
desde la mesa del café – ¿Volviste a la clandestinidad?
– Bodoque Fernández no es nombre de guerra. Es artístico.
– Artístico va a ser sobrevivir al avance tecnológico de la nueva
gestión municipal. Los zorros tendemos a desaparecer.
– No sé qué es mejor para vos, si ser plaga o especie en
extinción. Por lo menos que les hagan un curso acelerado de
fotografía al paso. Hablando de fotos y de multas…
Le cuento todo pero por la mitad. Me gusta que la gente desarrolle su
capacidad creativa. Como es viejo amigo, está aburrido y algo
intrigado me hace la gamba. Gracias al milagro de la computación y a
un par de favores que le deben los de la oficina, en menos de una
hora tenemos datos ciertos. Personas, patentes, fechas.
Cuando retomo mi rumbo al barrio tengo una pequeña ensalada de datos
luchando en mi cabeza. Me falta disponer los aderezos. Sobre todo la
pimienta, mi favorito.
Mi cliente está esperando en la puerta. No quiere contaminarse
pasando al interior. Vaya a saber qué le dijeron de mí. Le disparo
al pecho con algo de puntería.
– ¿Sabe que si no paga la multa le van a sacar el coche?
– ¿Por qué le parece que viene a verlo?
– Porque no tiene la plata.
– Creí dejarlo claro: nunca hice lavar el coche en la calle. La
foto es trucha.
– Ud. nunca estacionó en ese lugar de la avenida.
– No dije eso. Estacioné ahí por mi trabajo.
– ¿Qué viene a ser…?
– Óigame, no es a mí a quién tiene que investigar. ¿No le
parece?
– Me parece que hay trampas por todos lados. Y sí, la foto es
trucha. Mejor dicho, es real. Menos dos cosas. Una, el trapito
con la camiseta de Estudiantes, no es del gremio. Otra: en el ángulo
derecho y abajo de la foto aparece el logo medio borrado de una
petrolera local. Estaba en el parabrisas del móvil desde donde
sacaron la foto. No creo que ande tan mal la perforación como para
que se dediquen a esos rubros. Aunque quién sabe. Servicios son
servicios. La tercera es cómo le llega la carta, sin citación ni
nada por el estilo. Demasiadas sospechas. O demasiadas certezas.
Daría la impresión que Ud. no me dio todos los datos, señor
Oficial.
El ñato se me queda mirando, siempre en la vereda. No sabe si salir
corriendo o sacar su reglamentaria.
– El falcon era de su padre. Lo compró como rezago del Batallón
101 en el 1990.
– Sabía que estaba en la zona, y lo encontró. Hasta se hizo
mecánico para ponerse en tema. Él, que era maestro.
– Para ser un berretín es demasiado berretín.
– Para ser detective es demasiado ingenuo. No era un berretín. A
mi viejo lo secuestraron en el 77 en ese falcon. En ese, exactamente.
Con ese tapizado y con el paragolpe abollado en el mismísimo lugar.
Hasta con el mismo olor. A mierda y pólvora. Él sobrevivió, su
compañero no. Uno al baúl, el otro atrás. No lo usaba. Decía que
algún día el falcon iba a hablar. Pero mi viejo se murió sin que
lo escuchen. Ahí me incluyo. Es más, al elegir la carrera militar
contra las aspiraciones de mi viejo, logré el silencio total. Heredé
el falcon con fantasmas y todo.
– Hay cosas que son más testigos que las personas. Y tienen mejor
memoria.
– Lo de la memoria viene a cuento. Al menos alguien se acordó que
el falcon seguía en circulación, vivito y coleando. El año pasado
me lo quisieron robar dos veces. Y otras tantas aparecieron unos
gitanos para comprarlo. Ofrecían demasiado. Ahora esta persecuta.
– Déjemelo a mí.
– Claro, soy su cliente.
– No, déjeme el falcon a mí. Uno o dos días, máximo. El
combustible corre por mi cuenta.
III
Es más grande y costoso que la Siam, e igual de viejo. Pero me lleva
y me trae. Que es lo importante en estos trastos.
Primer destino: lugar de la lavada apócrifa. Me estaciono en la
misma latitud y longitud. Los lavacoches me ven de lejos pero le
esquivan al falcon. O están al tanto de algo que yo no, o el coche
tiene demasiados recovecos y gasta mucha agua y trapo. No da el
perfil para la changa. Todo puede ser. Es mediodía y hay mucho
movimiento. Estoy en el círculo urbano de los edificios del poder.
El misil puede partir de cualquier dependencia. Y parte de la
petrolera grande. Pasa un chabón con look de ejecutivo última
generación, imberbe, traje caro y zapatillas. También caras. Lo
único que le falta es la camiseta de Estudiantes de La Plata con el
número diez en la espalda. Debe ser en honor a Bilardo. O Pachamé o
Aguirre Suárez. Más no me acuerdo. Claro, la Bruja. El flaquito no
va apurado. Piensa en el almuerzo en un boliche de onda cercano. Pero
comete el error de percibir el falcon. Porque sería un exceso decir
que “vio” el falcon. Y se le aceleró el paso. Aunque no lo
suficiente como para que no lo intercepte a la cuadra al grito de:
“Quieto ahí, maula” que tuvo el efecto de hacerme reír a
destiempo. Bueno, lo importante es que el flaco se detuvo. Lo hizo
porque estaba como hipnotizado por el falcon, medio cruzado en la
bocacalle.
– ¿A qué te hace acordar? –le espeto de oficio.
– No me hace acordar a nada. La historia y los objetos pasan.
– No siempre. Vos de acá no pasás. – y hago un ademán de
manual como rascándome algo que me pica en las costillas. El pibe se
vuelve estatua.
– Subí que te llevo.
– Prefiero…
– Subí, pincha rata. Soy tripero pero hoy estoy de civil.
Subió y arrancamos para el lado del Limay. Busco apoyo de la
naturaleza. No de la humana sino de la otra. Cuando llegamos le digo
“Te escucho”. Y dijo:
– El gerente de operaciones de la petrolera es coronel del
ejército, retirado. No sé bien en qué anduvo en la época de los
militares porque de “eso” no habla. Pero cuando esa mañana
vio el falcon se le cayeron las medias. Movió cielo y tierra.
Contactos en actividad y funcionarios del gobierno. Pero parece que
no estaba consiguiendo lo que quería.
– ¿Qué quería?
– Sacar el falcon de circulación. Se enteró que otro colega, el
“Teco”, ya lo había intentado. Pero tuvo un problema y no pudo.
– ¿Un problema?
– Sí, cayó en cana. Por el tema este de los juicios.
– Buena gente. ¿Y esta última jugada?
– No sé. Creo que tiene alguien en la comuna.
– Si fuera uno solo no habría problemas. Van a truchar las
actuaciones legales para que el vehículo pase a su control. ¿No
saben que el actual dueño, o sea el hijo del titular, es también
milico?
– Ni idea. Yo, argentino.
– Se te tendría que haber ocurrido otra frase. Esa me pone un poco
nervioso.
– Qué quiere que le haga, la saqué del jefe. De paso: ese día me
dijo que me disfrazara de lavacoches por una campaña a favor de
sacar a los chicos de la calle. Aunque no me la creí.
Me pongo a hacer patitos con piedras en el río. Es una terapia para
lograr un balance como la gente. No funciona. Igual ablanda un poco
la situación. Tanto que el pincharatas se anima a tutearme.
–No te olvides que estoy escrachado lavando el falcon. Si te
sirviera para algo, siempre puedo declarar a favor.
– Como es sabido lo de “a favor” tiene que ver con el lado de
dónde sople el viento. Siempre confié en la juventud. De paso te
podés pasar a Gimnasia.
IV
Le estoy entregando el falcon a mi cliente. Lo dejé con medio
tanque. Porque me fui a pasear a El Chocón, tierra de dinosaurios.
Me dice:
– ¿Qué averiguó?
– Está todo bien. Con hacer una sola llamada no le van a cobrar
ninguna multa.
– A esta altura del partido la multa me tiene sin cuidado. ¿Qué
averiguó sobre el problema de fondo?
– ¿Qué sabés del secuestro de tu viejo?
– Nunca quiso contarme. Lo poco que sé es por mi vieja. Con mi
viejo la cosa se complicó cuando me mandé al Colegio Militar.
– De tal palo tal astilla, pero al revés. O los extremos se tocan.
– Tal vez me mantuvo siempre al margen para protegerme. Tal vez
pensó que se había gastado toda su suerte. Zafó porque uno de sus
captores resultó ser un ex alumno suyo. El soldadito se la jugó y
lo sacó por la puerta de atrás. Es un decir. Igual se comió
varios años en cana, pero pudo contarla.
– Si hubiese querido.
– Su compañero no tuvo la misma fortuna. Del baúl del falcon pasó
directo al paredón. Mi viejo lo saludó de lejos.
– ¿Nunca se vinculó a las organizaciones de Derechos Humanos?
Digo, fue un testigo calificado.
– Creo que mi viejo se quebró. Cuando encontró el falcon en un
depósito del ejército, algo tiene que haberle pasado. Lo compró
por izquierda a un suboficial que custodiaba la chatarra.
– Lo que indica qué confianza se tenían los tuyos por esas
épocas.
– Puede ser. Lo que para mí indica es que lo tiene que haber
buscado como un loco. Y un poco loco quedó. Al falcon lo tenía
guardado y lo arrancaba una vez al mes. Ni siquiera lo lavaba.
Pensaría que era una forma de conservar el pasado. Yo seguí la
rutina. Hasta el otro día que se me rompió el Renault. Ahí es
donde viene a aparecer Ud.
– ¿Qué cosa no? Pensar que yo aparecí mucho antes de que vos
nacieras. Pero lo importante es lo que apareció en el baúl. Cuando
estaba frente al lago del Chocón se me prendió la lamparita. Abrí
como pude el baúl y me puse a revisar. Después de todo soy
detective. Debajo de la alfombra encontré una inscripción. Decía,
mejor dicho dice, rayado con la punta de un fierro de puño y letra:
“Argentina- Leandro 3/7/47” No es la fecha de un mundial. Debe
ser la de su nacimiento. De Leandro. Y, bueno, Argentina es nuestro
país ¿No cierto?
– Cuando esté seguro se lo digo.
– Empiece llevando el famoso falcon a dónde hay que llevarlo. Es
un pedazo de historia que hay que encajar con otros pedazos que andan
por ahí.
– ¿Tengo plazo?
– Mi horario es hasta las 20 p.m.
FIN
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