domingo, 16 de septiembre de 2012

Puede besar a la novia


¡Ave María purísima! ¡Por los santos Evangelios! ¡Jesús María y José! Y se me terminaron los dichos católicos. Tengo que practicar por si los tengo que aplicar. Es que quedé envuelto en un caso de sotanas. Es decir, sotanas lo que se dice sotanas, no. Esto es a nivel de los blue jean, los vaqueros, bah. Los curas de ahora no tienen nada que ver con los de mi época. Tengo que reconocer que desde que tomé la comunión, por decisión cultural si-no-que-van-a-decir-los-vecinos de mis padres, no se me dio de mantener algún tipo de relación con los señores sacerdotes. De ninguna confesión. No contabilizo aquí las veces que me les negué a los señores evangélicos que golpean sistemáticamente en mi humilde morada los domingos a la mañana. Que también es una relación. Pero empecemos de una vez.

– Don Bodoque tiene que darme una mano.
El joven, pinta de galán de cine en pleno rodaje, sin golpear las manos como rezan las instrucciones operativas en la puerta de mi casa, y sí asomándose enteramente al interior de ésta, dice, agrega:
– Creo que van a tener que ser las dos manos, hermano. El caso se presenta un tanto dificultoso.
– Enmarañado como las barbas de Lucifer –como se ve, soy afecto a las sentencias del viejo cómic.
– Preferiría no mentar al Diablo justamente al empezar el desenvolvimiento de mi situación. Yo diría mi aporética situación.
– Raro el escepticismo en un cura.
– Decir escéptico es poco. Me siento y le cuento desde el principio.
– Está en su casa. Y esperemos que “desde el principio” no sea desde Adán y Eva, Noé y los muchachos.
– Ud. sabe Don Bodoque que con gran trabajo de un buen grupo de fieles, logramos instalar una hermosa capilla en el corazón de la Villa. Allí fuimos predicando el cristianismo despojado de sus tradicionales y vetustos y terrenales mandamientos. Ud. sabe que practicamos el cristianismo práctico, valga la redundancia. Revalorizamos el contenido de los sacramentos, incluyendo el del matrimonio, que está tan vapuleado, pobre. Precisamente este domingo que viene tenemos el matrimonio del año. Es un casamiento larga y arduamente elaborado. Se trata del Eulogio y la Yanina, veinticinco años los dos.

 
– Pero todavía no se produjo.
– Justamente, por eso estoy aquí: Eulogio, el novio, es un chico con problemas. O sea, es chorro. Mejor dicho, era. Cayó un par de veces pero livianas, bah, es un decir. Hicimos un trabajo de prima con el pibe. Lo fuimos charlando, desarmando y armando de nuevo. Me dio una mano bárbara con la construcción. Desde hace cinco meses está en la buena senda. La chica trabaja como una hormiguita en casas de familias. Plancha, teje, cose. Es un amor. También nos ayudó un montón, “de onda” como dice, porque la verdad verdadera es que no es muy devota que digamos. Se conocieron levantando la casa de Dios. Es un decir. Se conocieron dando martillazos y pasando ladrillos. Y se quisieron. Se quieren. Tanto, que él, Eulogio, va a dar un buen golpe antes del domingo, cosa de arrancar con algo de plata, alquilar algo, un par de muebles. Esas cosas.
– ¿Es un secreto de confesión?
– Qué confesión ni confesión. Lo sabe medio barrio. A mí me llegó por tres lados distintos. Este boludo, el sábado que viene, va a apretar a un levantador de apuestas clandestinas. Encima dice que el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Desapareció del barrio y no tengo posibilidad de impedir que cometa semejante acto de irresponsabilidad, por no mentar de parte de la tan vapuleada “inseguridad” que es un concepto que nadie sabe cómo se come. Ud. Don Bodoque tiene que encontrarlo primero, después convencerlo y finalmente depositarlo en el altar el domingo que viene. Todo eso sin contarme de qué medios se va a valer, por las dudas que éstos resulten reñidos con los concejos del Vaticano. Más ve Dios y perdona.
– No siempre. Pero bueno, Padre, a mi juego me llamaron. Como a Ud. no le puedo cobrar, lo que le voy a pedir es que mande un mensaje al viejo de arriba.
– Una oración
– No tanto. Yo diría una recomendación.
– ¿…?
– Dígale no más que yo considero que ser agnóstico es muy diferente a ser ateo. Él va a entender. Ahora necesito un par de cosas. Una prenda usada del pibe, por ejemplo. No, es broma. Lo localizo por la mía. Si necesito refuerzo en el chamullo le aviso. Ustedes son los especialistas.





Ahora estoy frente a una casa en estado de desaparición. Perteneció a uno de los, eufemísticamente llamados, planes de viviendas. Nadie puede planear, sobre todo si aún es joven, “toda” una vida en una casa que está pensada en agotarse a sí misma en tres o cuatro años. Máximo. No toco la puerta de chapa porque es yeta. Prefiero golpear las manos. Sale un individuo y medio. El entero es flaco y alto, viste un mameluco no azul. El medio es pelado, mejor dicho rapado, y la parte que se ve de su medio torso desnudo es un solo jeroglífico tatuado. Podría preguntar en qué idioma está tallado. En cambio digo:
– Busco a el Eulogio. Sé que solía parar por acá.
– ¿Te debe guita? ¿Sos botón?
– Como deber no me debe. Todavía. Y más que botón soy cierre relámpago.
– Sonás como de los malos.
– Sueno. Porque soy malo – con el rabillo del ojo veo que el pelado tatuado tantea algo con el brazo que no se le ve desde el pasillo – pero con los malos. Me parece que me perdí. Sé que el Eulogio no debe estar en esta casa. Pero es casi seguro que Uds. saben dónde. O pueden tener su teléfono.
El flaco enmamelucado levanta el brazo derecho. Le debe estar diciendo al de atrás que todavía no arranque con el fierro.
– ¿A vos te dicen Bodoque Fernández, no?
– ¿Cómo te diste cuenta?
– Por las boludeces que decís. Pero más que nada por cómo las decís. Tenés que tener más cuidado. Estás a un paso de ser boleta.
– Si lo decís por la caricatura que está atrás tuyo, la estás pifiando. El 44 mágnum Smith & Wesson te atraviesa a vos, al pelado, al tapial de atrás y al citroen 2 Cv que está estacionado en el garaje del vecino. Todo por el mismo precio. Pero vengo en paz. Haceme una gauchada, pegale un llamado telefónico. Decile que su ángel de la guardia lo está buscando. Te espero.
Por las dudas salgo de la línea de fuego y me arrimo a un camión parado en la vereda. Algún día me va a salir mal lo de presumir andar calzado. La Negra siempre me insiste en que tome precauciones en casos como éste. Sé que estos tipos son pesados de cuidado. Pero hoy tengo un buen presentimiento. A veces hay que dejarse llevar. Hay un chabón que pispea por una ventana desastrosa. Si vigilan no tiran. A los quince minutos sale el flaco disfrazado de proletario.
– Que qué querés.
– ¿Vos qué sos, el gran bisagra? Decile que lo espero esta noche a las nueve donde estaba El Ruedo.
– No va a ningún lado si no le batís la justa.
– Le tengo un laburo grosso. Decile que es como sacarle un chupetín a un pibe. No, mejor decile que con eso pude pasar la luna de miel en Las Vegas. Mejor, Chicago. Chau, me voy a la cita. De paso me acuerdo de cómo era el lugar cuando estaba la terminal de micros. La nostalgia fortalece.

(continuará)


En el boliche, justo cuando Deportivo Merlo estaba por patear un penal contra Defensores de Villa Salsipuedes, generosamente brindado por Fútbol Para Todos aparece el Eulogio en todo su esplendor. Tiene una pinta que hace que las mujeres de diez metros a la redonda se den vuelta para semblantearlo. Camina seguro de sí. Como tiene que ser en un pibe de veinticinco. Se sienta adivinándome. No hay muchos gordos pelados con pilchas del noventa. Tampoco muchos que le estén dando a la grapa Valle Viejo.
– ¿No te acordás de mi, no cierto? –disparo como para aventajarlo en algo.
– Sé que eras…que ahora sos Bodoque. ¡Que nombre raro el tipo ¿no?! Por ahí del barrio, pero no, la verdad es que no te tengo.
– Fui compañero de tu Viejo, el finado. Trabajamos juntos en el campo, por el lado de Rincón. Le dábamos duro a los hidrocarburos. Hasta que…bueno. Paso lo que pasó.
– Sí, reventó como un sapo. Se le cayó encima una pasteca de unos mil kilos.
– Dos mil a la sombra.
– Sí, y lo largaron en banda. Pero decime para qué querías verme con tanto apuro. Decís de un laburo. ¿No será de ayudante de farmacia, no?
– Hay que ir a buscarlo. Es un laburo que se hace solo. Calculá cien mil pesos. Es guita en negro de un negrero. Un papafritas que estafó a medio mundo, cerró el taller, no pagó a nadie y encima se las da de víctima del sistema perverso. La guita está acovachada en la oficina de un boliche multiuso, últimamente dedicado a cumpleaños de quince y esas cosas. Diversificador el hombre. Tiene que ser el domingo primerísima hora. La caja fuerte es de telgopor. Tenemos la data que el chabón se va el domingo al mediodía con toda la guita a Chile. ¿Qué decís?
– Qué por qué me pasás el dato a mí.
– Porque yo no soy chorro. Al revés, soy detective.
– Ya no soy más chorro. Lo único que quiero hacer es el último golpe. Es que me caso, justamente este domingo y necesito unos mangos. No sé, me lo vendés como muy fácil. Dicen que eso es sospechoso.
– Si no fuera sospechoso no te lo propondría. No, en serio. Tomalo como un regalo de matrimonio. Es que no encontré tu lista de casamiento por ningún lado. Acá te dejo los datos. Si no fuera un ilícito te haría de campana. Pero así son las cosas.
– Tenía pensado algo parecido. Todavía no estoy seguro, pero me parece que éste es más polenta. ¿Te tengo que dejar una propina?
– Después te digo. Pero esto te lo digo ahora: cortala con tus amiguitos que te contactearon, son pesados de lo peor. Casi seguro que están con la cana.
– No son amigos. Tampoco pesados. Se hacen los pesados que no es lo mismo. Y no son canas, son ex canas.




Ahora es domingo, y son las seis de la matina. Un flaco viene caminando despacio por la vereda de enfrente. Lleva una mochila que hace ruido a fierros. Pasa de largo, preventivamente, y cuando llega a la esquina pega la vuelta. Lo va a hacer. Corta la cadena del portón de entrada con una pinza de fuerza. Ya está jugado. Se encara con la puerta de ingreso. Prueba una serie de llaves. Tarda una eternidad. Se le cruza tomarse el olivo. Lo piensa. Pero persiste. Plan B. Saca una barreta. Palanquea. La puerta resiste lo suyo. Pero el hombre se impone. Entra a la estancia. Cierra con delicadeza la puerta violada. Tantea las paredes cercanas buscando alguna luz. El papanatas no trajo linterna. La luz se prende. Parece el estadio de River Plate.
– ¡¡Sorpresa!! ¡¡Felicidades!!
Más de treinta personas gritan alborozadas. Hombres y mujeres vestidas como de fiesta. En el medio de la turbamulta se destaca un señor con atuendos distintos. Está vestido de cura. Porque es un cura. Esta vez dejó los blue jeans debajo de la cama. Usa sotana negra y larga. Es por la tradición, que le llaman.
– Bienvenido a tu casamiento, hermano Eulogio. Te estamos esperando junto a tu Yanina. Que también es nuestra, claro. El señor Bodoque tiene algo para prestarte, aunque no sé si te va a entrar.
Ahí es donde aparezco blandiendo un traje negro, cruzado, con tres casamientos acumulados en distintas condiciones. Tiene olor a naftalina pero está presentable. Lo empujo al novio detrás de unas cortinas dispuestas al respecto. Tengo que aprovechar el tiempo no sea que recupere la conciencia. Lo ayudo en enfundarse en el traje, porque sé que después todo será un camino de ida. Le queda envidiosamente pintado. Cuando se ve en el espejo se termina de decidir. Por entre las cortinas le muestro a Yanina, espléndida en su sencillez. Flotando y riendo, fuera del mundo conocido. Me había olvidado eso de la felicidad.
– Eulogio, este es el tesoro que tenías que venir a buscar. –me salió un poco un poco cursi, pero no por ello menos sincero – Y dejate de joder con el choreo, que hacen falta hombres valientes para hacer la revolución social.

La fiesta duró hasta altas horas de la madrugada. Como debe ser. Los flacos se casaron como Dios manda, coloquialmente hablando. Les hicimos una vaquita entre todos. No van a llegar muy lejos, pero Villa Regina tiene lo suyo.







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