¡Ave María purísima! ¡Por los santos Evangelios! ¡Jesús María
y José! Y se me terminaron los dichos católicos. Tengo que
practicar por si los tengo que aplicar. Es que quedé envuelto en un
caso de sotanas. Es decir, sotanas lo que se dice sotanas, no. Esto
es a nivel de los blue jean, los vaqueros, bah. Los curas de ahora
no tienen nada que ver con los de mi época. Tengo que reconocer que
desde que tomé la comunión, por decisión cultural
si-no-que-van-a-decir-los-vecinos de mis padres, no se me dio de
mantener algún tipo de relación con los señores sacerdotes. De
ninguna confesión. No contabilizo aquí las veces que me les negué
a los señores evangélicos que golpean sistemáticamente en mi
humilde morada los domingos a la mañana. Que también es una
relación. Pero empecemos de una vez.
– Don Bodoque tiene que darme una mano.
El joven, pinta de galán de cine en pleno rodaje, sin golpear las
manos como rezan las instrucciones operativas en la puerta de mi
casa, y sí asomándose enteramente al interior de ésta, dice,
agrega:
– Creo que van a tener que ser las dos manos, hermano. El caso se
presenta un tanto dificultoso.
– Enmarañado como las barbas de Lucifer –como se ve, soy afecto
a las sentencias del viejo cómic.
– Preferiría no mentar al Diablo justamente al empezar el
desenvolvimiento de mi situación. Yo diría mi aporética situación.
– Raro el escepticismo en un cura.
– Decir escéptico es poco. Me siento y le cuento desde el
principio.
– Está en su casa. Y esperemos que “desde el principio” no sea
desde Adán y Eva, Noé y los muchachos.
– Ud. sabe Don Bodoque que con gran trabajo de un buen grupo de
fieles, logramos instalar una hermosa capilla en el corazón de la
Villa. Allí fuimos predicando el cristianismo despojado de sus
tradicionales y vetustos y terrenales mandamientos. Ud. sabe que
practicamos el cristianismo práctico, valga la redundancia.
Revalorizamos el contenido de los sacramentos, incluyendo el del
matrimonio, que está tan vapuleado, pobre. Precisamente este domingo
que viene tenemos el matrimonio del año. Es un casamiento larga y
arduamente elaborado. Se trata del Eulogio y la Yanina, veinticinco
años los dos.
– Pero todavía no se produjo.
– Justamente, por eso estoy aquí: Eulogio, el novio, es un chico
con problemas. O sea, es chorro. Mejor dicho, era. Cayó un par de
veces pero livianas, bah, es un decir. Hicimos un trabajo de prima
con el pibe. Lo fuimos charlando, desarmando y armando de nuevo. Me
dio una mano bárbara con la construcción. Desde hace cinco meses
está en la buena senda. La chica trabaja como una hormiguita en
casas de familias. Plancha, teje, cose. Es un amor. También nos
ayudó un montón, “de onda” como dice, porque la verdad
verdadera es que no es muy devota que digamos. Se conocieron
levantando la casa de Dios. Es un decir. Se conocieron dando
martillazos y pasando ladrillos. Y se quisieron. Se quieren. Tanto,
que él, Eulogio, va a dar un buen golpe antes del domingo, cosa de
arrancar con algo de plata, alquilar algo, un par de muebles. Esas
cosas.
– ¿Es un secreto de confesión?
– Qué confesión ni confesión. Lo sabe medio barrio. A mí me
llegó por tres lados distintos. Este boludo, el sábado que viene,
va a apretar a un levantador de apuestas clandestinas. Encima dice
que el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
Desapareció del barrio y no tengo posibilidad de impedir que cometa
semejante acto de irresponsabilidad, por no mentar de parte de la tan
vapuleada “inseguridad” que es un concepto que nadie sabe cómo
se come. Ud. Don Bodoque tiene que encontrarlo primero, después
convencerlo y finalmente depositarlo en el altar el domingo que
viene. Todo eso sin contarme de qué medios se va a valer, por las
dudas que éstos resulten reñidos con los concejos del Vaticano. Más
ve Dios y perdona.
– No siempre. Pero bueno, Padre, a mi juego me llamaron. Como a Ud.
no le puedo cobrar, lo que le voy a pedir es que mande un mensaje al
viejo de arriba.
– Una oración
– No tanto. Yo diría una recomendación.
– ¿…?
– Dígale no más que yo considero que ser agnóstico es muy
diferente a ser ateo. Él va a entender. Ahora necesito un par de
cosas. Una prenda usada del pibe, por ejemplo. No, es broma. Lo
localizo por la mía. Si necesito refuerzo en el chamullo le aviso.
Ustedes son los especialistas.
Ahora estoy frente a una casa en estado de desaparición. Perteneció
a uno de los, eufemísticamente llamados, planes de viviendas. Nadie
puede planear, sobre todo si aún es joven, “toda” una
vida en una casa que está pensada en agotarse a sí misma en tres o
cuatro años. Máximo. No toco la puerta de chapa porque es yeta.
Prefiero golpear las manos. Sale un individuo y medio. El entero es
flaco y alto, viste un mameluco no azul. El medio es pelado, mejor
dicho rapado, y la parte que se ve de su medio torso desnudo es un
solo jeroglífico tatuado. Podría preguntar en qué idioma está
tallado. En cambio digo:
– Busco a el Eulogio. Sé que solía parar por acá.
– ¿Te debe guita? ¿Sos botón?
– Como deber no me debe. Todavía. Y más que botón soy cierre
relámpago.
– Sonás como de los malos.
– Sueno. Porque soy malo – con el rabillo del ojo veo que el
pelado tatuado tantea algo con el brazo que no se le ve desde el
pasillo – pero con los malos. Me parece que me perdí. Sé que el
Eulogio no debe estar en esta casa. Pero es casi seguro que Uds.
saben dónde. O pueden tener su teléfono.
El flaco enmamelucado levanta el brazo derecho. Le debe estar
diciendo al de atrás que todavía no arranque con el fierro.
– ¿A vos te dicen Bodoque Fernández, no?
– ¿Cómo te diste cuenta?
– Por las boludeces que decís. Pero más que nada por cómo las
decís. Tenés que tener más cuidado. Estás a un paso de ser
boleta.
– Si lo decís por la caricatura que está atrás tuyo, la estás
pifiando. El 44 mágnum Smith & Wesson te atraviesa a vos, al
pelado, al tapial de atrás y al citroen 2 Cv que está estacionado
en el garaje del vecino. Todo por el mismo precio. Pero vengo en paz.
Haceme una gauchada, pegale un llamado telefónico. Decile que su
ángel de la guardia lo está buscando. Te espero.
Por las dudas salgo de la línea de fuego y me arrimo a un camión
parado en la vereda. Algún día me va a salir mal lo de presumir
andar calzado. La Negra siempre me insiste en que tome precauciones
en casos como éste. Sé que estos tipos son pesados de cuidado. Pero
hoy tengo un buen presentimiento. A veces hay que dejarse llevar. Hay
un chabón que pispea por una ventana desastrosa. Si vigilan no
tiran. A los quince minutos sale el flaco disfrazado de proletario.
– Que qué querés.
– ¿Vos qué sos, el gran bisagra? Decile que lo espero esta noche
a las nueve donde estaba El Ruedo.
– No va a ningún lado si no le batís la justa.
– Le tengo un laburo grosso. Decile que es como sacarle un chupetín
a un pibe. No, mejor decile que con eso pude pasar la luna de miel en
Las Vegas. Mejor, Chicago. Chau, me voy a la cita. De paso me acuerdo
de cómo era el lugar cuando estaba la terminal de micros. La
nostalgia fortalece.
(continuará)
En el boliche, justo cuando Deportivo Merlo estaba por patear un
penal contra Defensores de Villa Salsipuedes, generosamente brindado
por Fútbol Para Todos aparece el Eulogio en todo su esplendor. Tiene
una pinta que hace que las mujeres de diez metros a la redonda se den
vuelta para semblantearlo. Camina seguro de sí. Como tiene que ser
en un pibe de veinticinco. Se sienta adivinándome. No hay muchos
gordos pelados con pilchas del noventa. Tampoco muchos que le estén
dando a la grapa Valle Viejo.
– ¿No te acordás de mi, no cierto? –disparo como para
aventajarlo en algo.
– Sé que eras…que ahora sos Bodoque. ¡Que nombre raro el tipo
¿no?! Por ahí del barrio, pero no, la verdad es que no te tengo.
– Fui compañero de tu Viejo, el finado. Trabajamos juntos en el
campo, por el lado de Rincón. Le dábamos duro a los hidrocarburos.
Hasta que…bueno. Paso lo que pasó.
– Sí, reventó como un sapo. Se le cayó encima una pasteca de
unos mil kilos.
– Dos mil a la sombra.
– Sí, y lo largaron en banda. Pero decime para qué querías verme
con tanto apuro. Decís de un laburo. ¿No será de ayudante de
farmacia, no?
– Hay que ir a buscarlo. Es un laburo que se hace solo. Calculá
cien mil pesos. Es guita en negro de un negrero. Un papafritas que
estafó a medio mundo, cerró el taller, no pagó a nadie y encima se
las da de víctima del sistema perverso. La guita está acovachada
en la oficina de un boliche multiuso, últimamente dedicado a
cumpleaños de quince y esas cosas. Diversificador el hombre. Tiene
que ser el domingo primerísima hora. La caja fuerte es de telgopor.
Tenemos la data que el chabón se va el domingo al mediodía con toda
la guita a Chile. ¿Qué decís?
– Qué por qué me pasás el dato a mí.
– Porque yo no soy chorro. Al revés, soy detective.
– Ya no soy más chorro. Lo único que quiero hacer es el último
golpe. Es que me caso, justamente este domingo y necesito unos
mangos. No sé, me lo vendés como muy fácil. Dicen que eso es
sospechoso.
– Si no fuera sospechoso no te lo propondría. No, en serio. Tomalo
como un regalo de matrimonio. Es que no encontré tu lista de
casamiento por ningún lado. Acá te dejo los datos. Si no fuera un
ilícito te haría de campana. Pero así son las cosas.
– Tenía pensado algo parecido. Todavía no estoy seguro, pero me
parece que éste es más polenta. ¿Te tengo que dejar una propina?
– Después te digo. Pero esto te lo digo ahora: cortala con tus
amiguitos que te contactearon, son pesados de lo peor. Casi seguro
que están con la cana.
– No son amigos. Tampoco pesados. Se hacen los pesados que no es lo
mismo. Y no son canas, son ex canas.
Ahora es domingo, y son las seis de la matina. Un flaco viene
caminando despacio por la vereda de enfrente. Lleva una mochila que
hace ruido a fierros. Pasa de largo, preventivamente, y cuando llega
a la esquina pega la vuelta. Lo va a hacer. Corta la cadena del
portón de entrada con una pinza de fuerza. Ya está jugado. Se
encara con la puerta de ingreso. Prueba una serie de llaves. Tarda
una eternidad. Se le cruza tomarse el olivo. Lo piensa. Pero
persiste. Plan B. Saca una barreta. Palanquea. La puerta resiste lo
suyo. Pero el hombre se impone. Entra a la estancia. Cierra con
delicadeza la puerta violada. Tantea las paredes cercanas buscando
alguna luz. El papanatas no trajo linterna. La luz se prende. Parece
el estadio de River Plate.
– ¡¡Sorpresa!! ¡¡Felicidades!!
Más de treinta personas gritan alborozadas. Hombres y mujeres
vestidas como de fiesta. En el medio de la turbamulta se destaca un
señor con atuendos distintos. Está vestido de cura. Porque es un
cura. Esta vez dejó los blue jeans debajo de la cama. Usa sotana
negra y larga. Es por la tradición, que le llaman.
– Bienvenido a tu casamiento, hermano Eulogio. Te estamos esperando
junto a tu Yanina. Que también es nuestra, claro. El señor Bodoque
tiene algo para prestarte, aunque no sé si te va a entrar.
Ahí es donde aparezco blandiendo un traje negro, cruzado, con tres
casamientos acumulados en distintas condiciones. Tiene olor a
naftalina pero está presentable. Lo empujo al novio detrás de unas
cortinas dispuestas al respecto. Tengo que aprovechar el tiempo no
sea que recupere la conciencia. Lo ayudo en enfundarse en el traje,
porque sé que después todo será un camino de ida. Le queda
envidiosamente pintado. Cuando se ve en el espejo se termina de
decidir. Por entre las cortinas le muestro a Yanina, espléndida en
su sencillez. Flotando y riendo, fuera del mundo conocido. Me había
olvidado eso de la felicidad.
– Eulogio, este es el tesoro que tenías que venir a buscar. –me
salió un poco un poco cursi, pero no por ello menos sincero – Y
dejate de joder con el choreo, que hacen falta hombres valientes para
hacer la revolución social.
La fiesta duró hasta altas horas de la madrugada. Como debe ser. Los
flacos se casaron como Dios manda, coloquialmente hablando. Les
hicimos una vaquita entre todos. No van a llegar muy lejos, pero
Villa Regina tiene lo suyo.
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