Renault 12, atado con
alambre del malo, cruza semáforo en rojo, atropella una piba con su
hijito adentro de un cochecito, regalo de navidad. El coche, no el
hijo. La gente no sabe qué hacer. Son las siete de la mañana. Los
milicos no figuran, deben estar en cambio de turno, tomando mate, es
un decir. A la gente de la parada del cole parece no interesarle
demasiado. Algunos coches esquivan la situación como para no llegar
tarde al laburo. Viste.
Estoy parado a media
cuadra, y tomo coraje y carrera. Llego justo cuando el chabón se
baja del 12 como viendo para dónde va a rajar. No tiene pinta de
interesarse por las víctimas, porque arranca justo para el lado
opuesto al desastre. Alcanzo a ponerle el botín 44 de seguridad
justo en el esternón, onda kung fu. El ñato putea. Ahora el timbo
le da justo en el medio de la mandíbula. Pienso que no podrá
decirme nada.
Hecho sublime. De esos
que te cambian para todo el viaje.
Aporta un milico de
civil, pero bien podría ser un acomodador de cine con la linternita
en la mano. Quiere enfocarme aunque el sol salió hace rato y la
única tiniebla la debe tener él en el bocho. Un par de viejas de la
parada dicen que el chabón es un hijo de puta. Pero lo dicen desde
la parada cosa de no perder el turno por si viene el cole. El milico
llama a no sé quién. La piba madre está bien y su hijito podría
estar mejor, pero parece que no va a pirar. Igual le van a tener que
regalar otro cochecito.
Todo bien. Me voy
silbando bajito por las calles del señor. A nadie parece
interesarle. A mi tampoco.
Cuento en el laburo. Un
viejo me dice: hay que matarlos a todos. No aclara a todos quienes.
Lo debe hacer a propósito. Pienso: todos es todos. Esa noche se
produjo la síntesis (la palabra es prestada). Un flaco me había
visto esa mañana y me viene a felicitar. Me dice: para la próxima
ya somos dos. Dos para qué, le digo. Para patear culos rotos. No era
un culo roto, apenas un 12 mal atado. Pero manejaba cuatro ruedas, lo
mismo que un mercedes. Bueno, te aviso.
Esa noche me parece que
tuve un sueño. Sueño que tengo una bazooca, no de esas que te
muestran en la guerra de Irak, sino las de antes, de la última
guerra. Ultima, es un decir. Era un fierro pesado y grande y ruidoso
y la pegaba siempre. Le estoy apuntando a una camioneta que está
estacionada donde dice NO ESTACIONAR por el tema de los
discapacitados, y que tiene el dibujito que todo el mundo entiende.
Una doble cabina petrolera. El chabón está abajo, con la puerta
abierta, hablando por celular, seguro que con su novia, por la forma
en que se menea sobre los pies. Le pego en todo el frente y vuela
incendiada por los cielos. Tanto que nunca cae. Le doy tan bien que
ningún otro auto cercano sufre consecuencia. Cuando me despierto
todavía tengo olor a pólvora.
Me quedo pensando con los
mates de la mañana.