sábado, 8 de septiembre de 2012

Bodoque y la contradicción de la herramienta


Salgo a caminar para entretener el cuerpo. Paso por un taller metalúrgico. Es grande, oloroso y con ruido a fierro. No va a tener olor a dulce de leche y parecerse a una catedral. Está ubicado en la colectora de la así llamada multi trocha. Nombre original si lo hay. Paso por la vereda y me tira la nostalgia. 

Soy de la generación de los que creyeron en la patria metalúrgica. En fin. Pero esta vez hay novedad. Un pibe flaco y desgarbado, metido adentro de un mameluco de color indefinido está a los empujones con un personaje disfrazado de policía, pero que no es policía. Sí, es policía pero privado. Tantas vueltas, caramba. Gana el cana. Le lleva treinta centímetros y treinta kilos. Lo deposita lejos de la puerta de ingreso al taller, que era por dónde quería pasar el categoría pluma. Sigo de largo. Qué voy a hacer. La lucha de clases es así. Y si no están dadas las condiciones, meté violín en bolsa y a otra cosa mariposa.

Aunque tengo que reconocer que casi me detengo. Por casi como éste estamos como estamos. Pego la vuelta indicada contra el colesterol y vuelvo por la misma. Pasaron cuarenta minutos. Repaso el emprendimiento industrial de marras. El flaco arrimó neumáticos al portón. Está haciendo un mono-piquete.

Porque está solo como un perro. Me acerco a paso de hombre. Literalmente. No lo puedo creer: el flaco le está prendiendo fuego a las gomas. No tiene práctica. Les aplica una llamita de fósforo ranchera que no prende ni la esperanza. Un ñato se ríe adentro. En cualquier momento viene la cana de verdad y me lo llevan de las pestañas.


Aunque no es lo mío, y gratis, intervengo.
– ¿No sabés que el humo de goma es contaminante?
– Sí, pero para eso tendría que prenderlas.
– Ahora entiendo por qué te están pegando una patada en el culo.
– No lo vaya a creer. Me están echando por ladrón.
La lucecita de detectar ilícitos se prendió en mi interior. Es un vicio.
– A un taller no se viene a robar.
– Dígaselo a los patrones que se quedan con la plusvalía. La propiedad de los medios de producción embellece ese robo cotidiano.
– ¿Dónde lo habré escuchado antes? Una cosa no quita la otra ¿Robaste o no robaste?
– Me prepararon una trampa. Dijeron que me estaba robando un juego de llaves allen. Me las pusieron en el bolso. Ni las había visto. Cuando estoy saliendo me paran, me revisan, y las encuentran. Ahí estaban todos los trompas y sus alcahuetes. Eran como veinte “testigos”. Me sacaron a los empujones.
– Sí, yo estaba en el ring side. ¿Querés que te represente? Bodoque Fernández, detective de barrio.
– Estoy en contra de los delegados, en contra del sindicato y en contra de la delegación, en general. Estoy por la transversalidad y el horizontalismo y la autonomía de masas.
– Pará un cachito que yo soy de los sesenta. ¿Querés que te ayude o no? Con estos burgueses no se jode. Digámosle que soy funcionario. Si sale mal te traigo un litro de querosén para prender las gomas.
Acto seguido, me mando a la garita que protege la entrada. Hay dos milicos truchos. Uno me quiere parar en seco. El otro me da un abrazo.
– ¡Loco! Dichosos los ojos que te ven. Se corrió la bola que te hiciste botón.
– Lo mismo digo.
– Qué querés que le haga, con la lumbalgia que agarré en las obras no sirvo ni para repuesto. ¿Venís a llevarte al pibe este? Te digo que está medio mal del mate. Lo rajaron como a un perro. Nos quiere prender fuego. Ja.

Los dos truchos se ríen alborotando sendas barrigas de cerveza. No están armados. Con el gorrito vigilante y las charreteras de colores les debe alcanzar. El que no conozco ya se hizo amigo mío.
– ¿En qué te puedo ayudar, compañero?
–Compañeros son los huevos. Igual, para Uds. soy Bodoque. Voy a ver al que corta el bacalao. Estoy representando al flaquito de la vereda. Está en la Constitución del 53.
– ¿No te estarás metiendo en un problema, viejito? Tu representado es un chorro. Lo agarramos con las manos en la masa. Aparte, perdoname que te sea así de sincero, a vos no te van a dar ni la hora. Ni al sindicato reciben. Y son pesados.
– Si esos son pesados yo soy Ringo Bonavena y Clay en uno. Pero mi mayor puntaje es ser reportero de la Presidenta, la Cristina.
– Andás corto de padrinos.
– Qué padrinos ni niña muerta. Hace una semana se creó una Comisión Nacional de Reporteros Presidenciales. Línea directa con la Jefa que putea a estos medios de comunicación gorilas que hay. Te regalan un celular y todo. Reportamos toda injusticia social que encontramos. La línea es hacer puntería en las empresas petroleras. Ya le dimos a YPF. Ahora seguimos con el chiquitaje. ¿Uds. laburan para el petróleo, no?
El semblante de mi viejo amigo y el de mi nuevo amigo se tornaron color ceniza. No será por el volcán chileno. Me alejo un poco mientras hablan los dos juntos por teléfono a las oficinas del interior. Veo a mi representado que sigue juntando gomas. No sé de dónde cornos las saca. Se ve que no confía mucho en la negociación. Por lo menos no las prende. Todavía.

Capítulo II

Pasan diez minutos y se acerca un grupo de tipos. Unos trajeados, otros en ropa de trabajo azul. La conciliación de clases en marcha.
– Tiene cinco minutos, antes de que lo haga sacar con la policía –me dice el mejor trajeado con pinta de primer ministro.
– No me regale minutos que el tiempo no tiene dueño. Y si están acá es porque no van a llamar a la policía. Pero no se haga problemas, no es al único que se le frunce el culo por las expropiaciones. ¿Por qué están echando a este muchacho? ¿No ven que está muerto de hambre?
– Hambre las pelotas –revienta otro enfundado en mameluco azul, pero como recién planchado – ese zurdito nos quiere hacer quilombo por boludeces. –un par del grupo menean sus cabezas.
– Discriminación ideológica. No lo anoto en mi libreta porque me lo voy a acordar de memoria. Pero es grave. ¿Uds. no compran los diarios?
– Robó. El hombre robó. –ahora hablaba el más sesudo de todos. Sesudo y calmo. Todo un empresario – Va contra la ley. Podríamos hacerle detener, pero nos dio pena por ser tan joven. Además, lo que robó no es tan importante. Más que nada sancionamos la acción moral. Lo estamos ayudando a que deje de delinquir.
– Todos están de acuerdo que es por el robo ese de esas herramientas. –dije pensativo.

El grupo entero, incluyendo los canas truchos, movieron afirmativamente sus cabezas.
– O sea que si yo demuestro que lo del robo no es así, todo queda donde estaba.
Se miran entre ellos y después todos miran al dueño. Se encoje de hombros. Parece divertido.
– Mi buen Sherlock, le ofrecemos todo el taller para su investigación.
– Nada de Sherlock, Bodoque Fernández para servirlo.
– Me imagino que después del desenlace de su operación, nos concederá la comunicación con sus jefes directos. Que no será la presidenta pero sí alguien con más peso que Ud. Digo, hay que devolver cívicamente la preocupación oficial respecto de lo que verdaderamente pasa acá abajo.
– Lo de abajo debe ser una metáfora. Pero tenga el celular que me proveyeron. –se lo revoleo por el aire sin mucha gracia – funciona con un solo número, no hay forma de equivocarse.
El trajeado ataja el aparatito con solvencia. Es parte de su oficio. Lo guarda cuidadosamente en un bolsillo interior. Después, con un además teatralesco dice:
– Ahora, caballeros, todo el mundo al taller. Veremos a un sabueso en acción.
Arrancaron todos sin esperarme. Veo en qué anda el flacuchento. Está juntando pasto seco. No tiene efectivo para comprar un litro de nafta. Le hago la señal que usan en el básquet para pedir minuto: el dedo índice de una mano apuntando a la palma extendida hacia debajo de la otra. El otro la ve pero pone cara de no atajarla. Ni debe saber quién es Ginóbili. Flanqueo la celosa custodia de los milicos truchos y me precipito al taller.

– Necesito ver la prueba del delito.
– ¿La qué?
– El señor desea observar el juego de llaves allen incautadas al ex operario Suárez. Las mismas que le fueron entregadas en fecha cierta. Como indica el formulario de “conforme” a cuyo pié firma Suárez. ¿Alguien le acerca la prueba numero 1?
– Con que haya un cínico en el grupo estamos completos. Y acá el cínico soy yo. Dije que quería ver el fierro en cuestión, no los papeles. El mundo está podrido de papeles con firmas ilegibles.

El capo cabecea a su subalterno primer peldaño en la escala social empresaria. Éste sale disparado al interior de una oficina, toma un objeto y regresa en tiempo récord. Todo un atleta. Pone la cosa en manos de su superior superior. El trompa me lo extiende en gesto de revelación.

Tomo el paquete, lo desenvuelvo del trapo pringoso que lo contiene. Aparece una especie de sobre de plástico abrochado por un extremo. Lo abro y descubro las famosas llaves allen, alineadas por medida próxima ascendente. Son (o deberían serlo) de acero tratado para aumentarles su capacidad de dureza y tenacidad. Son hexagonales y se presentan en ángulo de noventa grados, con un cateto tres veces más largo que el otro. Su uso es consecuencia obligada del tornillo del mismo apellido que consta de una hembra en oposición. Causaron bastante ruido en la mecánica cuando aparecieron compitiendo con el clásico tornillo de cabeza hexagonal o con la famosa ranurita en el medio de la cabeza. Hoy no hay forma de librarse de ellos.
– Aja –digo – ahora quiero ver su torno.
Nuevo cabezazo, esta vez dirigido a uno de azul planchado. Quién es el que me guía entre la fila de tornos alineados a uno y otro lado de un pasillo pintado de amarillo y negro. Dicen que eso salva vidas. Pero más debe salvar no caminarlo nunca. Algunos tornos están trabajando escupiendo viruta incandescente y aceite soluble. Los metalúrgicos no nos brindan demasiada atención. Deben pensar que vengo del FMI. Llegamos. El capataz me señala el torno. Un viejo Sideral 16 velocidades Made In Argentina. Made in Santa Fe, para más datos. Que Dios lo tenga en su gloria. Fierro noble si lo hay.
– Acá trabajó el Sr. Suárez. Este juego de allen le fue proporcionado especialmente para ser aplicado en esta máquina. Es política de la empresa. Cada operario con sus propias herramientas y calibres de medición a cargo. ¿Conforme?
– Conformísimo. Ahora lo único que falta es firmar el acta con todas estas actuaciones. Claro que necesito al funcionario del ministerio de trabajo. Ud. me entiende, cuestión de jurisdicción. Mientras Ud. lo llaman y preparan el papelerío yo me voy a entretener haciendo una rosca de once hilos y medio, mi preferida. 

Permiso.

Pasó una larga hora. Supuse que el flaco de afuera, que acá adentro se llama Suárez, no había encontrado todavía un multiplicador de fósforo conveniente para iniciar una fogata como la gente. El grupo se había disuelto en sus ocupaciones o en sus preocupaciones, que no es lo mismo. Terminé mi trabajo en tiempo y forma. Quedó una pinturita. Me lavo las manos y encaro para la oficina del alcaíde. Todos me esperan de ánimo distendido. Incluyendo a la señorita que mandaron del ministerio, que dará legitimidad al acta en cuestión. Acta labrada con pelos y señales descritas ut supra. Tiene un desarrollo moroso en la cosa técnica que no viene de más. Incluye fotografías en color tanto del torno como del juego de herramientas centro del ilícito. El último punto tiene que ver con el hallazgo en la garita de seguridad. Sólo faltan las firmas. La mía en calidad de testigo voluntario. Me reservo para el último lugar.

Pero en vez de firmar tomo el papelucho, lo doblo en cuatro y rápidamente lo sumerjo en lo más profundo de mi ropa de fajina. Nadie sabe exactamente qué hacer. Les resuelvo el problema.
– No llamen a mis amigos los canas putativos. Ya estoy saliendo. Voy directo a la justicia, o a donde moren los jueces de este país. Espero llegar antes de que el flaco Suárez inicie una fogata reconstructiva como Dios manda. Me olvidaba: Uds. viejo, como metalúrgicos son de terror. ¿No se avivaron que las llaves –que Uds. insisten que les afanaron – son chinas y por lo tanto milimétricas y el torno Sideral esta bajo la colonización de la maldita pulgada inglesa? No será de las principales contradicciones del sistema capitalista, pero lo real es que esas herramientas nunca funcionaron ni funcionarían en ese torno. Le hubieran plantado una lista de números de quiniela clandestina como se hacía en mi época.

Salgo, raudo. Suárez está practicando con un encendedor que le prestó un lavacoches. Lo hacía un poco más rápido. Al pasar le disparo:
– Ganamos.
– ¿Tenemos el control obrero de la empresa?
– Tenés el laburo de vuelta. Algo es algo. Las cosas hay que empezarlas por el principio.
– ¿Y cual es el principio?
– Cual va a ser, encontrar la herramienta que va con la máquina, querido.



FIN

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