sábado, 15 de septiembre de 2012

Bodoque, el género próximo y la diferencia específica



Desde adentro de casa me confundo un poco. Sé que es generacional. Tardamos en avanzar en eso que llaman cultura. Para colmo ahora le agregan “popular”. Veamos.
Ella golpeaba las manos frente a mi modesta morada. Sigo sin poner el antipático timbre. El aplauso provocaba importantes ondas acústicas. Tengo que salir, obligado. Antes que todo el barrio comience a asomarse.
– ¿Ud. es el famoso Bodoque Fernández? –voz cantarina, registro tenor, pero luchando con su contenido soprano. Que es la que termina imponiéndose. A pesar de todo.
– El mismo que viste y calza. Es un decir. ¿Qué necesita?
– Amor. Es otro decir.
– Soy detective, no galán. Menos, sacerdote.
– Mire, lo quiero contratar. Hay alguien que me quiere matar.
– Para eso está la policía. O el ejército. Digo para defender a…mejor pasemos a la oficina.
Desde que empezó el frío cambié la oficina de debajo del sauce al garaje donde vive la Siambretta 125. Igual mantengo las reposeras que le da un aire vacacional que ayuda. Mi proto cliente se sienta en una, con verdadero peligro de ruptura. Debe andar por los noventa y cinco kilos bien distribuidos. El cabello sobre la cara no oculta su barba de veinticuatro horas. Ni la quiere ocultar. Exceso de biyuteri. Manos de estibador. Cejas de maniquí. Ojos de santa madona.
No estoy seguro de pasarme al café. Ya habrá tiempo. Destapo una cerveza solidaria. Sirvo y escucho.
– Es una revancha. Con otras chicas, cuatro en total, vivimos sobre la avenida desde hace dos años. Vivimos así para protegernos.
– ¿Del dengue?
– No, bolú. Para protegernos de los machistas de mierda que nos viven acosando. Mirá, nosotras trabajamos en la ruta. Así de una. Somos camioneras express. Trabajamos de noche y no jodemos a nadie. A veces nos tiraban piedras contra las ventanas, pero no con tanta maldad. La primera vez lo quisimos denunciar y nos dejaron adentro por cuarenta y ocho horas. Así que pusimos postigos. Más práctico. Era molesto pero nada del otro mundo. O sea que sabíamos que la cosa no pasaba de ahí. Hasta el día que descubrimos a una trola, que vive en la otra cuadra, tirándonos piedras. Se armó la podrida. Nos agarramos de las mechas. Cuando no pudo más pidió gancho. Nos dijo que la mandaba la cana.

 
– Una prueba de amor.
– Un chantaje. Nos terminamos haciendo re amigas. Los tipos le habían llenado la cabeza que nosotras las íbamos a desbancar de la ruta, que cobrábamos más barato, y otras boludeces. Ellas también son varias. Así que decidimos hacer una fiesta una noche de esas. Y le marcamos qué ventana podían romper cuando se les diera la gana, cosa que la yuta se quede conforme. Y vino la paz.
– Que cuándo se rompió.
– Cuando salió la ley. Esa que llaman ley de género.
– Mirá vos. Todo al revés.
– Es que esa tarde salimos todas a festejar. Todas estábamos eufóricas. Nos pintarrajeamos a full y nos empilchamos a rabiar. Improvisamos pancartas que decían…
– Sé lo que decían. Lo vi en la tele.
– Parece que mucho no te gustó. De dónde habremos sacado que eras un tipo piola.
– Defiendo los derechos de las minorías. Así quedé. Pero reconozco que la de ustedes es mi materia pendiente. Son décadas de machismo capitalista. Y del comunista también.
– Te sigo contando. Estábamos todas/os felices. Y, caete de espaldas, éramos como doscientas. Pasamos bailando frente al municipio. Y ahí se armó el bardo.
– ¿A quién se le ocurre mear el auto del intendente?
– ¡Es mentira, es mentira! ¡Eso dijeron pero es mentira! Mandaron un facho, un milico disfrazado de mina. No uno de nosotras.
– ¿No estaba de guardia el efectivo lastimado?
– Qué guardia ni efectivo. Estaba con el pito en la mano. Como yo era la que estaba más cerca y me mantengo ágil y fuerte, fui la que le di como para que tenga. Le pateé las bolas con mis wotocos 43 moda otoño. Parece que me escracharon justo en ese momento. Lo supe a los dos días.
– ¿Te mandaron una carta documento?
– Me pasaron la foto por debajo de la puerta. Estoy dándole el patadón al cana. Salgo de cuarto perfil y el otro de frente manteca. La foto tiene escrito: “Sos boleta”.
– Muy imaginativo.
– Anoche me escapé de pedo. Estaba en la ruta, frente al Casino y me tiraron un camión encima. Me tuve que tirar a la zanga. Me hice bosta. Nos reunimos con las chicas y decidimos pedir ayuda.
– A Bodoque.
– ¿A dónde podemos ir?
– Sí, los Boys Scout están de vacaciones. Y los sindicatos deben estar todos en conciliación obligatoria. En la legislatura hay un par que son del palo.
– Queremos que lo agarres al ñato ese.
– La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena. ¿Nunca vieron al Chavo del Ocho?
– Para eso hay tiempo. Para lo otro no. No sé si hoy llego a casa. No puedo trabajar. Y no me jodas con que deje los hábitos.
– No sería mala idea.
Después de lo cual se produjo el silencio constructivo. Mejor dicho dos silencios. El mío y el de ella. Que andá a saber que pueden tener de común. Ah sí, encontrar una salida. Le digo:
– Veré qué puedo hacer. Son cincuenta por día. O por noche.
– Gracioso. Y Gracias.
Deja la foto y adelanta los primeros cincuenta. Se va de la oficina, pero deja su perfume que no es del barato. Pero más que nada lo que me deja es un lío. El tipo de la foto tiene la boca abierta de dolor. Luce una ridícula peluca color violeta, que se le está cayendo. Tiene los ojos y labios pintados con odio. Difícil ubicarlo de una. Calculo que tiene que ser lo primero.




II

La Siam me deja en el viejo boliche que suele ser la guarida de la cana. No de cualquier cana, sino del que no le importa que lo vean justamente en ese boliche. No incluye obreros de la construcción en la clientela. Hay un cartel que ofrece comida, pero es de mentira. El que va ahí es para clavarse un coñac, primer escalón. También vino, pero sólo en damajuana.
Dejo la motoneta atada a un poste. En lugares como éste no hay que confiarse. Le doy tiempo a los de adentro a que me relojeen a gusto. Hay sorpresas que son desagradables.
Entro. Hay como diez ñatos. Ninguno de milico. Disimulan mirando un partido de la primera “D” en Fútbol Para Todos.
Me arrimo a la barra, como Shane el Solitario. Pienso pedir un vaso de leche para tensar los ánimos, pero no vendría mal un trago. El gordo del otro lado me pasa la rejilla a medio milímetro de mis narices. Hace rato que no la enjuaga.
– ¿Qué busca?
– ¿No corresponde decir: qué se va a servir?
– ¿Busca que lo sirvan?
– Las palabras cruzadas me dan acidez, gordito. Mejor traeme un fernet sin soda ni comentario.
El de la rejilla en descomposición vacila lo necesario. Mira a una mesa con cuatro tipos abordo pidiendo autorización. Se la dan. Trae un fernet desastroso, como en el tango la ginebra. Y sin comentario. Que llega desde la mesa.
– Mirá vos quien viene a visitarnos. Un botón que no es botón. Vendría a ser esos abrojos.
– Cuestión de identidad.
– Dejale el chamuyo a la gilada. Acá los únicos milicos somos nosotros. Cada sapo en su charco, viejo. Andá con el asunto de la identidad y esas boludeces a otro gallinero
– Demasiada filosofía. Digo identidad porque busco a un tipo. Que vendría a ser éste.
Renglón seguido zampo la foto entre los vasos de vino, que se molestan un poco. La instantánea, claro, está por la mitad. Deja ver sólo al de los genitales en compota.
– Este amigo de ustedes está amenazando a una amiga mía. Seguro se cambió la peluca. Pero se lo reconoce fácil por esa boca. ¿Lindos labios, no? Están para cualquier cosa.
Un par de la mesa, y de otra que no había tenido en cuenta, se levantan como resortes. Cuatro a uno es un afano. A mi favor. El más veterano y callado levanta una mano. Aprendió dirigiendo el tráfico. Trafico de qué, no interesa. Todos se inmovilizan. Incluido el gordo de la rejilla, al que no le perdí la pista.
– Bodoque ¿Así te hacés llamar, no? ¿De dónde sacaste el nombre? Estás meando fuera del tarro.
– Hablando de meada. Tengo una muestra de la de esa noche. Por suerte el ADN está de moda.
Como si hubiera mentado el casamiento de Satán en plena catedral. Los viejos le tenemos más miedo a la tecnología que a los barra brava de Cipo y Nueva Chicago aliadas. El tema del ADN perforó varias defensas.
– No te creemos. Pero por las dudas decinos qué querés. No vamos a pelear por una boludez. A vos te debe gustar Fontanarrosa ¿te acordás del “negociemos Don Inodoro” de…del perro?
– Ni siquiera te acordás del nombre. Pero sí, negociemos.
– Vos representás al puto. ¿Qué quiere?
– No es puto. Tampoco lo represento. Pero lo que debe querer es verse mano a mano con el de ustedes. A lo mejor quiere convertirlo.
Nuevo movimiento sísmico en el boliche. Pero no pasa nada. Al final estos milicos son de pacotilla. La grasa acumulada les cambió el metabolismo. Consulta democrática entre los uniformados de civil a pura mirada. Se ve que la cosa tampoco les ha sacado el sueño. También puede ser que estén en ayunas. Se encogen de hombros. Han tomado una decisión.
Les dejo sobre la mesa, anotado en una servilleta pringosa, los datos de la futura entrevista. Tomo de un trago el contenido de mi vaso. Hay que combatir el machismo desde adentro. Me alejo a paso lento. La puerta tendría que ser de batientes para reconocerme como Shane. El que nunca se despeina. Desde allí les arrojo:
– Mendieta. El perro del Inodoro se llama Mendieta. Su negociemos es políticamente inocente, no cagón.


Ahora es de noche, como corresponde. La luz entorpece las cosas. Evita disimulos. El lugar de la cita es tan malo como cualquiera. La Plaza de las Banderas. El lugar es céntrico pero lejano. Hay que conocer Neuquén para entenderlo. Ofrece varios caminos para salir corriendo. Parece mentira que a esta hora, las dos de la mañana, haya gente corriendo y haciendo ejercicios varios. Preferí asimilarme al proletariado. Estoy disfrazado de recolector de basura. Alguien a quién nadie va a mirar a los ojos. Mi clienta está sentada rígida en un banco de madera que debe valer como una casa prefabricada. Mi contra-cliente no aparece. Hasta que aparece. Baja de un móvil policial, que, con las luces apagadas, se para a media cuadra. No es un buen dato. Pero peor sería un falcon verde. Me arrimo al escenario de la cita armado con mi escobillón. La pala ancha la dejo a mano por si la cosa se pone peluda. Pero no. Se ve en la forma que tiene de acercarse el tipo. Viene con las manos extendidas como explicando que no está enojado ni armado. Cuando está a tres pasos de mi clienta le hago una seña para que se frene. Murmuro de costado, como barriendo la cuneta. Se sorprende de la novedad. Pero entiende en el acto. Termina riéndose. Ella también se ríe. Los de la patrulla probablemente se desternillen de risa. Menos yo, todo el mundo se está divirtiendo.
– Vengo a aclarar las cosas –habla fuerte para vencer las distancias. No sólo las numerales – Yo no te estoy amenazando. Nada que ver. Esa noche estaba haciendo lo que me mandaron. Vos me pegaste un patadón y está todo bien. Ya pasó. ¿De dónde sacaste que te quiero hacer boleta?
Se estaba dirigiendo a los dos. Ella dijo:
– Ponele que vos, no. ¿Pero los de tu palo? ¿Si no es la cana quién va a ser, la Iglesia?
– No sería nada raro –eso se me escapó a mí – Pero empezando por el principio: ¿Cuál sería el móvil? En las películas siempre te tiran eso del móvil. Ustedes son los enemigos públicos de los travestis, homosexuales y aledaños.
– La fuerza está cambiando. Hasta tenemos putos adentro. Con perdón de la expresión. No sé, van a tener que buscar por otro lado. Contratá un detective que no sea como el payaso ese que hoy anduvo por el boliche.
– Se te habrá escapado. – aporto desde debajo del disfraz.– ese tipo las tiene puestas.
– Es el único detective de la comunidad – dice seria la clienta del mes.
– Sería la única explicación. –deduce el cana.
El peloteo duró un par de cruces más. Estaban esgrimidos para dejar claro que acá no pasaba nada. Que por el lado de la cana no venia la cosa. Si es que venía de algún lado.


III


En eso estaba pensando cuando levantamos campamento con la grandota. Los canas pegaron un sirenazo desde el móvil a modo de despedida. Ellos entienden así las buenas maneras. Me ocupé en dejar los implementos a buen resguardo. Sólo conservé la pilcha. La gorda se subió atrás mío en la Siambretta haciendo peligrar el futuro inmediato de los dos involucrados. Me las rebusqué para no hacernos torta contra un camión de recolección de basura que venía lento pero seguro por el medio de la calle. Los muchachos me soltaron cantitos alusivos. Es bueno que los trabajadores te tomen por uno de ellos.
A mi compañera de viaje también le gustó. Por eso se debe haber apretado contra mi espalda. No se sentía tan mal, después de todo. Cosas veredes Sancho que no crederes.


– Si te digo que estamos en pelotas no lo tomés literalmente. ¿Está claro? Bueno: estamos en pelotas.
– Hasta la foto puede ser una truchada. O una joda. Pero el camión de la otra noche, querido, por poco me deja estampada en el parabrisas.
– ¿No le pediste los datos al chofer?
– Datos las pelotas. El único dato es que era un camión de mudanzas.
– ¿Cómo sabés?
– Cómo voy a saber. Porque decía MUDANZAS por todos lados con letras grandes de todos colores.
– ¿Recién ahora me lo decís? Tenés que colaborar con tu investigador, flaca.
– ¿A vos, investigador, te parece que si realmente un tipo me quiere reventar con un mionca, se va a mandar justo en uno que hasta un ciego puede identificar?
– Ud. lo ha dicho Watson. Buen razonamiento. Tiene el problema de que no se me ocurrió a mí. Será por donde me voy a mandar. Para eso están las Páginas Amarillas. Pero antes lo primero. Por donde debíamos haber empezado. Tengo una hora antes de que empiece Gimnasia vs. Defensores de Cambaceres. Contame tu vida, empezando por tu familia. Es de rutina, pero hasta la rutina sirve para algo.


El tipo es alto, flaco como un mástil y arrastra un portafolio poco enigmático. Si adentro lleva un sánguche debe ser de milanesa. Lo estoy relojeando desde hace horas. El asiento de la Siambretta se me ha solidificado con los glúteos. Lo venía carpeteando desde que salió de la escuela. Fue fácil seguir el renó 12 atado con alambre. Nunca pasó los treinta por hora y paraba en amarillo. Conductor responsable.
El tipo estaciona, se desenrolla y baja. Entra en una oficina pedorra ubicada al lado de un estacionamiento grande como la cancha de Cipolletti, sin visera. En el predio hay varios camiones que lucen estruendosos la leyenda de Mudanza como si fuera una consigna para tomar el poder. Mi objetivo se queda parado en la puerta. De la que emerge un gorila en overol. A lo lejos de ve que charlan animadamente pero en sordina, como para que los de adentro no escuchen. El flaco abre el portafolio, pero no saca un sánguche de milanesa. Le entrega al otro un sobre. No hace falta ser Bodoque para saber que adentro hay guita. No importa cuánta. Saluda y se va. Tengo que decidir a quién sigo. Me inclino por el gorila. Pura cábala. Después de todo al flaco puedo ubicarlo cuándo y dónde quiera. Me lo pasó mi clienta. Se trata nada más y nada menos que de su mismísimo novio.

Antes que el gorila ponga primera y arranque el camión, me le cuelo atléticamente del peldaño del acompañante.
– Necesito mudarme.
– Por lo que veo está apurado. Hoy, imposible. Y primero tiene que pasar por la oficina. No puedo hacer la transa por la mía.
– Es que me estoy casando, y necesito llevar mis petates a la casa de mi novio. Desde que salió la ley te dan ganas de estar adentro de la ley.
El gorila se me queda mirando. Está decidiendo si darme con el garrote de chequear las gomas o con una stilson que tiene sobre el torpedo. De repente parece que le cae la ficha. Abre la boca pero no le sale ninguna palabra.
– Me parece que acá hay algo raro – alcanza a articular – como demasiada casualidad. Justamente el otro día…a no ser que este país se esté yendo a la mismísima mierda. ¿En qué andás, viejo?
– Si querés zafar de una denuncia por intento de homicidio, tenés que darme un par de datos.
– ¿Gatos?
– No, gatos no, datos. Te veo un poco obsesionado. Dejá que los gatos hagan su vida. Lo que quiero son datos ciertos. Para chamullos tenemos a los políticos.
El mudancero para el mionca. Es una actitud defensiva. La otra del palo. Debe estar sacando la cuenta de en qué balurdo se metió. Se palpa el sobre con la plata en el bolsillo del mameluco. Va a pérdida. No es buen negocio.
– ¿Qué querés saber, pimpollo?
– Pimpollo las pelotas. Soy detective de barrio. Es mejor oficio que andar atropellando gente en la ruta. Quiero saber quién te encargó la changa. O sea quiero confirmarlo.
– Antes que nada: la changa no era desparramar a la trola. O, bueno, a la señora esa. Apenas una asustadita. Por supuesto que no me dijo el nombre. Es un tipo con cara de pocos amigos. Anda siempre bien vestido. Debe trabajar en algún ministerio. Me pidió que le pasara raspando. Me dio el lugar y la hora. Le digo que es preferible usar algún coche menos vigilante. Me dice que no, que precisamente más que a mí está alquilando el camión. Sobre gustos no hay nada escrito. Por las dudas le tapé la patente. Así fue. Hoy vino a pagarme y ni siquiera me dio las gracias. ¿Conforme?
– Conforme estaría si nada de esto hubiera pasado.
– Me parece que no hay que exagerar. ¿La señora va a hacer la denuncia?
– ¿A vos qué te parece?
– A los camioneros nos caen bien las chicas de la ruta. No es mi caso. Pero podés decirle que estoy arrepentido. Si es buena cristiana lo tiene que tomar en cuenta.
– Escuchame Jesús de Nazaret, dejamos todo acá. O sea estás en la raya. Hago un par de trámites y te aviso. No te vayas de la Patagonia.
– Decile a la gorda que tiene un viaje gratis. Estas chicas son de mudarse a cada rato.


IV


Los pibes salen del cole como quién sale de la cárcel. Da la impresión que al otro día ni van a aparecer. Después salen un par de profes. Tampoco se les ve muchas ganas de volver. Último sale el flaco alto con el mismo maletín de toda su vida. Por lo menos se respeta el grado jerárquico en la retirada. Lo paro sin mucho aspaviento.
– ¿Me quiere decir por qué tira su plata en amenazar mujeres indefensas?
– Está casi todo mal. Primero no tiro mi plata. Segundo lo de indefensa es un espejismo. Tercero lo de mujer es, por lo menos, controversial. –dijo todo esto mirándome desde arriba. Tenía cara de resignado. Pero hacía gala de su profesión – ¿Es de la policía?
– Eso sí que está mal. Soy un allegado de su novia. No sabe que estoy acá. Se pegó un susto más o menos. Creímos que era la cana. Pero la verdad es que no termino de comprender. ¿Ud. también le mandó la foto esa del campeonato?
– Claro. ¿Quién le parece que la sacó?
– Tendría que haberme dado cuenta que fue sacada desde la manifestación.
– ¿Vio como todo el mundo tiene algo que aprender? Es una cuestión de perspectiva. Pensé que creyendo que la cana estaba detrás de ella, me daría pelota. Pero no, es más dura que una bigornia.
– Cuánto hace que no escuchaba esa palabra. ¿A qué no le daría pelota?
– A mi propuesta.
– ¿Qué propuesta?
– Por no ser milico se parece demasiado a los milicos. Son cosas íntimas.
– Escúcheme profesor Íntimo: el tarado ese del camión la pudo haber pasado por encima. ¿De qué propuesta se trata, de afanar el Banco de la Provincia?
– No sea salame. Le voy a proponer matrimonio.
Creo que al principio del relato dije algo respecto a no sé qué de la cultura. También lo del agregado putativo. Con perdón de la palabra. Pero tengo que reconocer que estoy blindado con algún metal de antigua fabricación. Parece que, por lo menos, a la cabeza, le entran balas. Esperemos que también le puedan entrar al corazón. Reconozco que estoy corto de metáforas. Debe ser el oficio. De ser hombre en este mundo hipócrita. Me le pongo de frente al profe. Quiero decir algo inteligente. Pero sólo me sale:
– Felicitaciones.
Cuando me estoy yendo se me ocurre la pregunta de la quincena:
– Dígame la justa: usted preparó todo, incluyendo la variante que lo encuentren. Si la cosa salía bien la gorda se asustaba y se iba de la ruta. Si la cosa se descubría, se moriría de amor por semejante dislate.
– Mire Ud. pensé que ya no venían detectives así.


Ahora estoy tomando mate con mi clienta del mes. Preparó una trotas fritas mejor que las de la Negra, aunque no pienso decírselo. A ninguna de las dos. Estuvimos hablando de nuestras juventudes. Son demasiado parecidas aunque separadas por las tres décadas que le llevo de ventaja. Vencido el holgado tiempo introductorio, vamos a los bifes.
– Lo importante es que no corrés ningún peligro. Estate tranquila que nadie te va a hacer nada. Hablé con las personas implicadas. Digamos que fue todo un mal entendido. Ubiqué al boludo del chofer. Admitió ser un xenófobo de cuarta, y encima estar manejando borracho. Avisale a las chicas que no lo atiendan. La foto trucha te la dejó una de las chicas de la otra cuadra. Dice que fue una joda. Tenés que elegir mejor a tus amistades. Eso es todo.
La gorda deja el mate en la mesa y mira por el ventanuco para la calle. Está más robusta que nunca.
– Mirá, como tranquila estoy tranquila. Ya se me pasó. Es que una nunca termina de acostumbrarse. Aunque ahora es como que se ve algo bueno en el horizonte. Lo de bueno es un decir.
– Por lo menos te queda el horizonte.
– Ja.
– ¡Ah! A tu novio no tuve tiempo de verlo. Por ahí mejor no decirle nada. Eso lo tenés que decidir vos.
– ¿Sabés qué pasa? Que está re plomo con sacarme de la ruta. Me consiguió un puesto de portera en el cole y todo.
– Te quiere cerca. Debe ser un buen tipo.
– Es plomo pero gamba. Me dijo que venía esta noche. Que tiene algo importante que decirme.
– A lo mejor te hizo un poema.



FIN













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