Desde adentro de casa me
confundo un poco. Sé que es generacional. Tardamos en avanzar en eso
que llaman cultura. Para colmo ahora le agregan “popular”.
Veamos.
Ella golpeaba las manos
frente a mi modesta morada. Sigo sin poner el antipático timbre. El
aplauso provocaba importantes ondas acústicas. Tengo que salir,
obligado. Antes que todo el barrio comience a asomarse.
– ¿Ud. es el famoso
Bodoque Fernández? –voz cantarina, registro tenor, pero luchando
con su contenido soprano. Que es la que termina imponiéndose. A
pesar de todo.
– El mismo que viste y
calza. Es un decir. ¿Qué necesita?
– Amor. Es otro decir.
– Soy detective, no
galán. Menos, sacerdote.
– Mire, lo quiero
contratar. Hay alguien que me quiere matar.
– Para eso está la
policía. O el ejército. Digo para defender a…mejor pasemos a la
oficina.
Desde que empezó el frío
cambié la oficina de debajo del sauce al garaje donde vive la
Siambretta 125. Igual mantengo las reposeras que le da un aire
vacacional que ayuda. Mi proto cliente se sienta en una, con
verdadero peligro de ruptura. Debe andar por los noventa y cinco
kilos bien distribuidos. El cabello sobre la cara no oculta su barba
de veinticuatro horas. Ni la quiere ocultar. Exceso de biyuteri.
Manos de estibador. Cejas de maniquí. Ojos de santa madona.
No estoy seguro de
pasarme al café. Ya habrá tiempo. Destapo una cerveza solidaria.
Sirvo y escucho.
– Es una revancha. Con
otras chicas, cuatro en total, vivimos sobre la avenida desde hace
dos años. Vivimos así para protegernos.
– ¿Del dengue?
– No, bolú. Para
protegernos de los machistas de mierda que nos viven acosando. Mirá,
nosotras trabajamos en la ruta. Así de una. Somos camioneras
express. Trabajamos de noche y no jodemos a nadie. A veces nos
tiraban piedras contra las ventanas, pero no con tanta maldad. La
primera vez lo quisimos denunciar y nos dejaron adentro por cuarenta
y ocho horas. Así que pusimos postigos. Más práctico. Era molesto
pero nada del otro mundo. O sea que sabíamos que la cosa no pasaba
de ahí. Hasta el día que descubrimos a una trola, que vive en la
otra cuadra, tirándonos piedras. Se armó la podrida. Nos agarramos
de las mechas. Cuando no pudo más pidió gancho. Nos dijo que la
mandaba la cana.
– Una prueba de amor.
– Un chantaje. Nos
terminamos haciendo re amigas. Los tipos le habían llenado la cabeza
que nosotras las íbamos a desbancar de la ruta, que cobrábamos más
barato, y otras boludeces. Ellas también son varias. Así que
decidimos hacer una fiesta una noche de esas. Y le marcamos qué
ventana podían romper cuando se les diera la gana, cosa que la yuta
se quede conforme. Y vino la paz.
– Que cuándo se
rompió.
– Cuando salió la ley.
Esa que llaman ley de género.
– Mirá vos. Todo al
revés.
– Es que esa tarde
salimos todas a festejar. Todas estábamos eufóricas. Nos
pintarrajeamos a full y nos empilchamos a rabiar. Improvisamos
pancartas que decían…
– Sé lo que decían.
Lo vi en la tele.
– Parece que mucho no
te gustó. De dónde habremos sacado que eras un tipo piola.
– Defiendo los derechos
de las minorías. Así quedé. Pero reconozco que la de ustedes es mi
materia pendiente. Son décadas de machismo capitalista. Y del
comunista también.
– Te sigo contando.
Estábamos todas/os felices. Y, caete de espaldas, éramos como
doscientas. Pasamos bailando frente al municipio. Y ahí se armó el
bardo.
– ¿A quién se le
ocurre mear el auto del intendente?
– ¡Es mentira, es
mentira! ¡Eso dijeron pero es mentira! Mandaron un facho, un milico
disfrazado de mina. No uno de nosotras.
– ¿No estaba de
guardia el efectivo lastimado?
– Qué guardia ni
efectivo. Estaba con el pito en la mano. Como yo era la que estaba
más cerca y me mantengo ágil y fuerte, fui la que le di como para
que tenga. Le pateé las bolas con mis wotocos 43 moda otoño. Parece
que me escracharon justo en ese momento. Lo supe a los dos días.
– ¿Te mandaron una
carta documento?
– Me pasaron la foto
por debajo de la puerta. Estoy dándole el patadón al cana. Salgo de
cuarto perfil y el otro de frente manteca. La foto tiene escrito:
“Sos boleta”.
– Muy imaginativo.
– Anoche me escapé de
pedo. Estaba en la ruta, frente al Casino y me tiraron un camión
encima. Me tuve que tirar a la zanga. Me hice bosta. Nos reunimos con
las chicas y decidimos pedir ayuda.
– A Bodoque.
– ¿A dónde podemos
ir?
– Sí, los Boys Scout
están de vacaciones. Y los sindicatos deben estar todos en
conciliación obligatoria. En la legislatura hay un par que son del
palo.
– Queremos que lo
agarres al ñato ese.
– La venganza nunca es
buena, mata el alma y la envenena. ¿Nunca vieron al Chavo del Ocho?
– Para eso hay tiempo.
Para lo otro no. No sé si hoy llego a casa. No puedo trabajar. Y no
me jodas con que deje los hábitos.
– No sería mala idea.
Después de lo cual se
produjo el silencio constructivo. Mejor dicho dos silencios. El mío
y el de ella. Que andá a saber que pueden tener de común. Ah sí,
encontrar una salida. Le digo:
– Veré qué puedo
hacer. Son cincuenta por día. O por noche.
– Gracioso. Y Gracias.
Deja la foto y adelanta
los primeros cincuenta. Se va de la oficina, pero deja su perfume que
no es del barato. Pero más que nada lo que me deja es un lío. El
tipo de la foto tiene la boca abierta de dolor. Luce una ridícula
peluca color violeta, que se le está cayendo. Tiene los ojos y
labios pintados con odio. Difícil ubicarlo de una. Calculo que tiene
que ser lo primero.
II
La Siam me deja en el
viejo boliche que suele ser la guarida de la cana. No de cualquier
cana, sino del que no le importa que lo vean justamente en ese
boliche. No incluye obreros de la construcción en la clientela. Hay
un cartel que ofrece comida, pero es de mentira. El que va ahí es
para clavarse un coñac, primer escalón. También vino, pero sólo
en damajuana.
Dejo la motoneta atada a
un poste. En lugares como éste no hay que confiarse. Le doy tiempo a
los de adentro a que me relojeen a gusto. Hay sorpresas que son
desagradables.
Entro. Hay como diez
ñatos. Ninguno de milico. Disimulan mirando un partido de la primera
“D” en Fútbol Para Todos.
Me arrimo a la barra,
como Shane el Solitario. Pienso pedir un vaso de leche para tensar
los ánimos, pero no vendría mal un trago. El gordo del otro lado me
pasa la rejilla a medio milímetro de mis narices. Hace rato que no
la enjuaga.
– ¿Qué busca?
– ¿No corresponde
decir: qué se va a servir?
– ¿Busca que lo
sirvan?
– Las palabras cruzadas
me dan acidez, gordito. Mejor traeme un fernet sin soda ni
comentario.
El de la rejilla en
descomposición vacila lo necesario. Mira a una mesa con cuatro tipos
abordo pidiendo autorización. Se la dan. Trae un fernet desastroso,
como en el tango la ginebra. Y sin comentario. Que llega desde la
mesa.
– Mirá vos quien viene
a visitarnos. Un botón que no es botón. Vendría a ser esos
abrojos.
– Cuestión de
identidad.
– Dejale el chamuyo a
la gilada. Acá los únicos milicos somos nosotros. Cada sapo en su
charco, viejo. Andá con el asunto de la identidad y esas boludeces a
otro gallinero
– Demasiada filosofía.
Digo identidad porque busco a un tipo. Que vendría a ser éste.
Renglón seguido zampo la
foto entre los vasos de vino, que se molestan un poco. La
instantánea, claro, está por la mitad. Deja ver sólo al de los
genitales en compota.
– Este amigo de ustedes
está amenazando a una amiga mía. Seguro se cambió la peluca. Pero
se lo reconoce fácil por esa boca. ¿Lindos labios, no? Están para
cualquier cosa.
Un par de la mesa, y de
otra que no había tenido en cuenta, se levantan como resortes.
Cuatro a uno es un afano. A mi favor. El más veterano y callado
levanta una mano. Aprendió dirigiendo el tráfico. Trafico de qué,
no interesa. Todos se inmovilizan. Incluido el gordo de la rejilla,
al que no le perdí la pista.
– Bodoque ¿Así te
hacés llamar, no? ¿De dónde sacaste el nombre? Estás meando fuera
del tarro.
– Hablando de meada.
Tengo una muestra de la de esa noche. Por suerte el ADN está de
moda.
Como si hubiera mentado
el casamiento de Satán en plena catedral. Los viejos le tenemos más
miedo a la tecnología que a los barra brava de Cipo y Nueva Chicago
aliadas. El tema del ADN perforó varias defensas.
– No te creemos. Pero
por las dudas decinos qué querés. No vamos a pelear por una
boludez. A vos te debe gustar Fontanarrosa ¿te acordás del
“negociemos Don Inodoro” de…del perro?
– Ni siquiera te
acordás del nombre. Pero sí, negociemos.
– Vos representás al
puto. ¿Qué quiere?
– No es puto. Tampoco
lo represento. Pero lo que debe querer es verse mano a mano con el de
ustedes. A lo mejor quiere convertirlo.
Nuevo movimiento sísmico
en el boliche. Pero no pasa nada. Al final estos milicos son de
pacotilla. La grasa acumulada les cambió el metabolismo. Consulta
democrática entre los uniformados de civil a pura mirada. Se ve que
la cosa tampoco les ha sacado el sueño. También puede ser que estén
en ayunas. Se encogen de hombros. Han tomado una decisión.
Les dejo sobre la mesa,
anotado en una servilleta pringosa, los datos de la futura
entrevista. Tomo de un trago el contenido de mi vaso. Hay que
combatir el machismo desde adentro. Me alejo a paso lento. La puerta
tendría que ser de batientes para reconocerme como Shane. El que
nunca se despeina. Desde allí les arrojo:
– Mendieta. El perro
del Inodoro se llama Mendieta. Su negociemos es políticamente
inocente, no cagón.
Ahora es de noche, como
corresponde. La luz entorpece las cosas. Evita disimulos. El lugar de
la cita es tan malo como cualquiera. La Plaza de las Banderas. El
lugar es céntrico pero lejano. Hay que conocer Neuquén para
entenderlo. Ofrece varios caminos para salir corriendo. Parece
mentira que a esta hora, las dos de la mañana, haya gente corriendo
y haciendo ejercicios varios. Preferí asimilarme al proletariado.
Estoy disfrazado de recolector de basura. Alguien a quién nadie va a
mirar a los ojos. Mi clienta está sentada rígida en un banco de
madera que debe valer como una casa prefabricada. Mi contra-cliente
no aparece. Hasta que aparece. Baja de un móvil policial, que, con
las luces apagadas, se para a media cuadra. No es un buen dato. Pero
peor sería un falcon verde. Me arrimo al escenario de la cita armado
con mi escobillón. La pala ancha la dejo a mano por si la cosa se
pone peluda. Pero no. Se ve en la forma que tiene de acercarse el
tipo. Viene con las manos extendidas como explicando que no está
enojado ni armado. Cuando está a tres pasos de mi clienta le hago
una seña para que se frene. Murmuro de costado, como barriendo la
cuneta. Se sorprende de la novedad. Pero entiende en el acto. Termina
riéndose. Ella también se ríe. Los de la patrulla probablemente se
desternillen de risa. Menos yo, todo el mundo se está divirtiendo.
– Vengo a aclarar las
cosas –habla fuerte para vencer las distancias. No sólo las
numerales – Yo no te estoy amenazando. Nada que ver. Esa noche
estaba haciendo lo que me mandaron. Vos me pegaste un patadón y está
todo bien. Ya pasó. ¿De dónde sacaste que te quiero hacer boleta?
Se estaba dirigiendo a
los dos. Ella dijo:
– Ponele que vos, no.
¿Pero los de tu palo? ¿Si no es la cana quién va a ser, la
Iglesia?
– No sería nada raro
–eso se me escapó a mí – Pero empezando por el principio: ¿Cuál
sería el móvil? En las películas siempre te tiran eso del móvil.
Ustedes son los enemigos públicos de los travestis, homosexuales y
aledaños.
– La fuerza está
cambiando. Hasta tenemos putos adentro. Con perdón de la expresión.
No sé, van a tener que buscar por otro lado. Contratá un detective
que no sea como el payaso ese que hoy anduvo por el boliche.
– Se te habrá
escapado. – aporto desde debajo del disfraz.– ese tipo las tiene
puestas.
– Es el único
detective de la comunidad – dice seria la clienta del mes.
– Sería la única
explicación. –deduce el cana.
El peloteo duró un par
de cruces más. Estaban esgrimidos para dejar claro que acá no
pasaba nada. Que por el lado de la cana no venia la cosa. Si es que
venía de algún lado.
III
En eso estaba pensando
cuando levantamos campamento con la grandota. Los canas pegaron un
sirenazo desde el móvil a modo de despedida. Ellos entienden así
las buenas maneras. Me ocupé en dejar los implementos a buen
resguardo. Sólo conservé la pilcha. La gorda se subió atrás mío
en la Siambretta haciendo peligrar el futuro inmediato de los dos
involucrados. Me las rebusqué para no hacernos torta contra un
camión de recolección de basura que venía lento pero seguro por el
medio de la calle. Los muchachos me soltaron cantitos alusivos. Es
bueno que los trabajadores te tomen por uno de ellos.
A mi compañera de viaje
también le gustó. Por eso se debe haber apretado contra mi espalda.
No se sentía tan mal, después de todo. Cosas veredes Sancho que no
crederes.
– Si te digo que
estamos en pelotas no lo tomés literalmente. ¿Está claro? Bueno:
estamos en pelotas.
– Hasta la foto puede
ser una truchada. O una joda. Pero el camión de la otra noche,
querido, por poco me deja estampada en el parabrisas.
– ¿No le pediste los
datos al chofer?
– Datos las pelotas. El
único dato es que era un camión de mudanzas.
– ¿Cómo sabés?
– Cómo voy a saber.
Porque decía MUDANZAS por todos lados con letras grandes de todos
colores.
– ¿Recién ahora me lo
decís? Tenés que colaborar con tu investigador, flaca.
– ¿A vos,
investigador, te parece que si realmente un tipo me quiere
reventar con un mionca, se va a mandar justo en uno que hasta un
ciego puede identificar?
– Ud. lo ha dicho
Watson. Buen razonamiento. Tiene el problema de que no se me ocurrió
a mí. Será por donde me voy a mandar. Para eso están las Páginas
Amarillas. Pero antes lo primero. Por donde debíamos haber empezado.
Tengo una hora antes de que empiece Gimnasia vs. Defensores de
Cambaceres. Contame tu vida, empezando por tu familia. Es de rutina,
pero hasta la rutina sirve para algo.
El tipo es alto, flaco
como un mástil y arrastra un portafolio poco enigmático. Si adentro
lleva un sánguche debe ser de milanesa. Lo estoy relojeando desde
hace horas. El asiento de la Siambretta se me ha solidificado con los
glúteos. Lo venía carpeteando desde que salió de la escuela. Fue
fácil seguir el renó 12 atado con alambre. Nunca pasó los treinta
por hora y paraba en amarillo. Conductor responsable.
El tipo estaciona, se
desenrolla y baja. Entra en una oficina pedorra ubicada al lado de
un estacionamiento grande como la cancha de Cipolletti, sin visera.
En el predio hay varios camiones que lucen estruendosos la leyenda de
Mudanza como si fuera una consigna para tomar el poder. Mi objetivo
se queda parado en la puerta. De la que emerge un gorila en overol. A
lo lejos de ve que charlan animadamente pero en sordina, como para
que los de adentro no escuchen. El flaco abre el portafolio, pero no
saca un sánguche de milanesa. Le entrega al otro un sobre. No hace
falta ser Bodoque para saber que adentro hay guita. No importa
cuánta. Saluda y se va. Tengo que decidir a quién sigo. Me inclino
por el gorila. Pura cábala. Después de todo al flaco puedo ubicarlo
cuándo y dónde quiera. Me lo pasó mi clienta. Se trata nada más y
nada menos que de su mismísimo novio.
Antes que el gorila ponga
primera y arranque el camión, me le cuelo atléticamente del peldaño
del acompañante.
– Necesito mudarme.
– Por lo que veo está
apurado. Hoy, imposible. Y primero tiene que pasar por la oficina. No
puedo hacer la transa por la mía.
– Es que me estoy
casando, y necesito llevar mis petates a la casa de mi novio. Desde
que salió la ley te dan ganas de estar adentro de la ley.
El gorila se me queda
mirando. Está decidiendo si darme con el garrote de chequear las
gomas o con una stilson que tiene sobre el torpedo. De repente parece
que le cae la ficha. Abre la boca pero no le sale ninguna palabra.
– Me parece que acá
hay algo raro – alcanza a articular – como demasiada casualidad.
Justamente el otro día…a no ser que este país se esté yendo a la
mismísima mierda. ¿En qué andás, viejo?
– Si querés zafar de
una denuncia por intento de homicidio, tenés que darme un par de
datos.
– ¿Gatos?
– No, gatos no, datos.
Te veo un poco obsesionado. Dejá que los gatos hagan su vida. Lo que
quiero son datos ciertos. Para chamullos tenemos a los políticos.
El mudancero para el
mionca. Es una actitud defensiva. La otra del palo. Debe estar
sacando la cuenta de en qué balurdo se metió. Se palpa el sobre con
la plata en el bolsillo del mameluco. Va a pérdida. No es buen
negocio.
– ¿Qué querés saber,
pimpollo?
– Pimpollo las pelotas.
Soy detective de barrio. Es mejor oficio que andar atropellando gente
en la ruta. Quiero saber quién te encargó la changa. O sea quiero
confirmarlo.
– Antes que nada: la
changa no era desparramar a la trola. O, bueno, a la señora esa.
Apenas una asustadita. Por supuesto que no me dijo el nombre. Es un
tipo con cara de pocos amigos. Anda siempre bien vestido. Debe
trabajar en algún ministerio. Me pidió que le pasara raspando. Me
dio el lugar y la hora. Le digo que es preferible usar algún coche
menos vigilante. Me dice que no, que precisamente más que a mí está
alquilando el camión. Sobre gustos no hay nada escrito. Por las
dudas le tapé la patente. Así fue. Hoy vino a pagarme y ni siquiera
me dio las gracias. ¿Conforme?
– Conforme estaría si
nada de esto hubiera pasado.
– Me parece que no hay
que exagerar. ¿La señora va a hacer la denuncia?
– ¿A vos qué te
parece?
– A los camioneros nos
caen bien las chicas de la ruta. No es mi caso. Pero podés decirle
que estoy arrepentido. Si es buena cristiana lo tiene que tomar en
cuenta.
– Escuchame Jesús de
Nazaret, dejamos todo acá. O sea estás en la raya. Hago un par de
trámites y te aviso. No te vayas de la Patagonia.
– Decile a la gorda que
tiene un viaje gratis. Estas chicas son de mudarse a cada rato.
IV
Los pibes salen del cole
como quién sale de la cárcel. Da la impresión que al otro día ni
van a aparecer. Después salen un par de profes. Tampoco se les ve
muchas ganas de volver. Último sale el flaco alto con el mismo
maletín de toda su vida. Por lo menos se respeta el grado jerárquico
en la retirada. Lo paro sin mucho aspaviento.
– ¿Me quiere decir por
qué tira su plata en amenazar mujeres indefensas?
– Está casi todo mal.
Primero no tiro mi plata. Segundo lo de indefensa es un espejismo.
Tercero lo de mujer es, por lo menos, controversial. –dijo todo
esto mirándome desde arriba. Tenía cara de resignado. Pero hacía
gala de su profesión – ¿Es de la policía?
– Eso sí que está
mal. Soy un allegado de su novia. No sabe que estoy acá. Se pegó un
susto más o menos. Creímos que era la cana. Pero la verdad es que
no termino de comprender. ¿Ud. también le mandó la foto esa del
campeonato?
– Claro. ¿Quién le
parece que la sacó?
– Tendría que haberme
dado cuenta que fue sacada desde la manifestación.
– ¿Vio como todo el
mundo tiene algo que aprender? Es una cuestión de perspectiva. Pensé
que creyendo que la cana estaba detrás de ella, me daría pelota.
Pero no, es más dura que una bigornia.
– Cuánto hace que no
escuchaba esa palabra. ¿A qué no le daría pelota?
– A mi propuesta.
– ¿Qué propuesta?
– Por no ser milico se
parece demasiado a los milicos. Son cosas íntimas.
– Escúcheme profesor
Íntimo: el tarado ese del camión la pudo haber pasado por encima.
¿De qué propuesta se trata, de afanar el Banco de la Provincia?
– No sea salame. Le voy
a proponer matrimonio.
Creo que al principio del
relato dije algo respecto a no sé qué de la cultura. También lo
del agregado putativo. Con perdón de la palabra. Pero tengo que
reconocer que estoy blindado con algún metal de antigua fabricación.
Parece que, por lo menos, a la cabeza, le entran balas. Esperemos que
también le puedan entrar al corazón. Reconozco que estoy corto de
metáforas. Debe ser el oficio. De ser hombre en este mundo
hipócrita. Me le pongo de frente al profe. Quiero decir algo
inteligente. Pero sólo me sale:
– Felicitaciones.
Cuando me estoy yendo se
me ocurre la pregunta de la quincena:
– Dígame la justa:
usted preparó todo, incluyendo la variante que lo encuentren. Si la
cosa salía bien la gorda se asustaba y se iba de la ruta. Si la cosa
se descubría, se moriría de amor por semejante dislate.
– Mire Ud. pensé que
ya no venían detectives así.
Ahora estoy tomando mate
con mi clienta del mes. Preparó una trotas fritas mejor que las de
la Negra, aunque no pienso decírselo. A ninguna de las dos.
Estuvimos hablando de nuestras juventudes. Son demasiado parecidas
aunque separadas por las tres décadas que le llevo de ventaja.
Vencido el holgado tiempo introductorio, vamos a los bifes.
– Lo importante es que
no corrés ningún peligro. Estate tranquila que nadie te va a hacer
nada. Hablé con las personas implicadas. Digamos que fue todo un mal
entendido. Ubiqué al boludo del chofer. Admitió ser un xenófobo de
cuarta, y encima estar manejando borracho. Avisale a las chicas que
no lo atiendan. La foto trucha te la dejó una de las chicas de la
otra cuadra. Dice que fue una joda. Tenés que elegir mejor a tus
amistades. Eso es todo.
La gorda deja el mate en
la mesa y mira por el ventanuco para la calle. Está más robusta que
nunca.
– Mirá, como tranquila
estoy tranquila. Ya se me pasó. Es que una nunca termina de
acostumbrarse. Aunque ahora es como que se ve algo bueno en el
horizonte. Lo de bueno es un decir.
– Por lo menos te queda
el horizonte.
– Ja.
– ¡Ah! A tu novio no
tuve tiempo de verlo. Por ahí mejor no decirle nada. Eso lo tenés
que decidir vos.
– ¿Sabés qué pasa?
Que está re plomo con sacarme de la ruta. Me consiguió un puesto de
portera en el cole y todo.
– Te quiere cerca. Debe
ser un buen tipo.
– Es plomo pero gamba.
Me dijo que venía esta noche. Que tiene algo importante que decirme.
– A lo mejor te hizo un
poema.
FIN
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