– Soy la Tacher.
– La hacía con un ojo tapado y un gancho en vez de mano.
– No sea salame. Soy la Tacher, porque me dicen la Tacher.
Vengo por una consulta profesional. ¿Así atiende a todas las damas?
– Hasta las de sesenta. Pero con Ud. voy a hacer una excepción.
Pase y siéntese en la reposera reforzada. Si gusta un aperitivo
hágame sí con la cabeza.
No hizo nada de puro sargentona pero igual le estoy sirviendo una
cerveza al tempo, que es como dicen que la toman los ingleses. En
algo hay que ceder. Me acomodé en mi sillón de tela lo más
caballerosamente que pude y al renglón seguido puse la cara de
escuchar que aconseja el manual. Ella dijo:
– Durante veinte años fui Jefa de Personal de la Oil Oil, empresa
dedicada a brindar servicios petroleros de todo tipo: prospección,
perforación, cementación, fractura y demás. También hacíamos
baterías, cañerías y por qué no locaciones.
– Le faltó refinar. –comentario del todo desatinado que ella
ignoró olímpicamente.
– En promedio siempre tuvimos un personal que oscilaba entre los
ochocientos y mil trabajadores, ingenieros, empleados y demás. Se
imaginará que desde el noventa pasamos por todas. Hubo que poner
mano dura en los temporales. Tuve que llevar las riendas cortitas. Si
había que despedir, yo despedía no importa la cara, ni la familia.
Calculo que de ahí me quedó el apodo.
– Por lo de la Dama de Hierro ¿no?
– Muy agudo. Pero además, mi puesto jerárquico me ponía en
contacto con otras situaciones. Todo tipo de contratos, acuerdos,
arreglos, etc. de alguna manera pasaban por mi escritorio, no
necesariamente en forma oficial. ¿Me hago entender?
En venganza le contesté con un encogimiento de hombros que quería
decir “qué sé yo”. No se molestó. Pero como agregué una caída
de la comisura izquierda de mi labio superior que quería decir “andá
al grano, viejita” se incorporó ligeramente de su ridícula
posición corporal. A veces las palabras huelgan. Habría que ver si
ganan alguna.
– Sí. Lo oficial mío era el trato con los sindicatos. O sea no el
trato cotidiano, los líos de todo tipo que se presentaban en las
veinte obras de la empresa. Para eso teníamos un par de gerentes un
poco palurdos, es cierto, pero no menos gerentes. Mi trato era
negociar el “sobre” con los dirigentes.
– Les vendía las estampillas.
– Más o menos. A un costo de varios miles de pesos por mes. Para
que miraran para otro lado. Que no exageraran porque sino no servía,
pero que en los momentos cruciales dejaran todo como ya estaba. O sea
mal. En ciertos momentos el arreglo incluía la lista de los
indeseables tanto para ellos como para nosotros. Que vendrían a ser
los mismos. A veces había barullo porque algunos se querían sumar a
la repartija. Pero en general la cosa marchaba aceitadamente. ¿Me
está comprendiendo?
– Un montón. No se crea que inventaron la pólvora.
– Ahora que lo menciona, también hubo pólvora. Los muchachos
petroleros y los de la construcción son un tanto proclives a la
pólvora. Por lo que tuvimos también que entrar en ese terreno. Pero
nunca pasó del primer nivel.
– ¿Qué vendría a ser?
– Susto. También lo llamábamos advertencia. Si alguien sacaba los
pies del plato unos pocos gramos de pólvora volvía la cosa a fojas
cero.
– Tendría que escribir sus memorias. Más que un detective lo que
Ud. necesita es un editor. O un confesor.
– No vaya a creer que está tan errado. Pero primero lo primero:
tengo pruebas fehacientes de arreglos entre dirigentes sindicales y
gerentes ejecutivos de la empresa. De memoria me acuerdo de varias
decenas. Puedo probar sólo uno, pero de los jugosos. Eso sin entrar
en la mafia de los arreglos por accidentes de trabajo que es un área
prácticamente oficial.
– Una belleza. ¿Qué va a hacer con todo eso?
– Chantaje. Así de claro. Podría disimularlo diciendo: justicia,
resarcimiento espiritual, arrepentimiento, etc. Pero no. Les voy a
meter el caso por su trasero, les voy a sacar toda la plata que
pueda, y me les voy a reír en su cara hasta quedar afónica.
– Mientras sea en ese orden.
– Va a ser en ese orden. Estoy segura de ganar.
– ¿Y quiénes serían sus víctimas, si se puede saber?
– Ambos los dos. Lo único que tengo que cambiar es de dirección
al megáfono. A los empresarios, podría andar por los 200 mil
dólares por el caso. A los sindicalistas…
– No me diga nada. A los del sindicato les va a pedir vales gratis
para los hoteles gremiales.
– Ja, no está mal. No, a lo sumo trataré de convencerlos de que
me tiren alguna diputación.
– Vote a Tacher no me cierra.
– Mire, la parte de las consignas dejémosla para otro día. Hoy
quiero cerrar trato con Ud. Estoy informada de que es un profesional,
y llegado el caso de armas tomar.
– No me haga poner colorado. Cien magos por día, más viáticos.
Pero antes, a modo de prueba de amor quiero un par de detalles. Es lo
más parecido a los principios que me va quedando.
– Diga.
– Primero: ¿qué pasó para que rompiera así con la empresa? Dos:
si alguno de los viejos sindicalistas involucrados es amigo
mío, le devuelvo el caso.
– Vine acá porque Ud. tiene fama de zurdo. Por definición no
puede ser amigo de estos sátrapas. Y a los gerentachos los estoy
agarrando del cogote porque nunca me dieron el verdadero lugar que me
gané en la Oil Oil. Para ellos siempre fui una plebeya de cuarta.
Encima: chilena.
– No me diga que es chilena.
– No me diga que es xenófobo.
– No. Incluso tengo un par de amigos del otro lado.
Caso número uno, sub uno: Fecha: abril del noventa y siete.
Involucrados: dos delegados de la construcción; empresa San
Cayetano. Lugar: Trapiales / Rincón de los Sauces. Situación: la
empresa gana una licitación para tender cincuenta kilómetros de un
oleoducto secundario. Tercerizan vía una conocida empresa de la
zona, comprendida en el régimen legal de la construcción. La UOCRA
acuerda con la empresa madre que proveerán del personal, apelando al
convenio. La tercerizada resiste pero finalmente acepta. Ingresan
doscientos obreros. Ciento cincuenta de ellos son traídos desde
Bolivia, en aviones privados, sin documentación de ningún tipo.
Cobrarán la tercera parte de lo que legalmente les corresponde. Cero
asistencia médica, viven en barracones lamentables. La diferencia en
los sueldos es repartida entre dos delegados y el gerente de
relaciones humanas de la empresa. Mes de diciembre mil nueve noventa
y siete: fallece un trabajador boliviano en un accidente laboral. Es
enterrado en un pueblo de la cordillera como NN. Su esposa llega a la
zona dos meses después. Se pacta un trabajoso acuerdo: cinco mil
dólares bajo amenaza de matar a otro hermano de ella que también
trabaja en la obra, quién finalmente pasará a revestir como
capataz. La obra finaliza sin más muertos en el mes de marzo de
1998. La Empresa tercerizada desaparece de la región. Los delegados
montarán una empresa de servicios petroleros dedicada a abastecer de
personal transitorio a las petroleras. Profusa documentación
certificada, con firmas y sellos. Facsímiles de contratos truchos,
registros bancarios y hasta algunas fotografías de ocasión.
Caso número uno, sub dos: derrame de millones de metros
cúbicos de petróleo que cubrieron decenas de hectáreas con gran
mortandad de animales y eventualmente de alguna persona no
identificada. Contaminación como para hacer dulce. Se trató de la
ruptura del oleoducto previamente mencionada en Caso número uno, sub
uno.
Cuando termino de leer esta breve sinopsis acercada por la Tacher a
modo de inicio de la investigación, pienso que lo único que le
falta para detonar es una mecha como la gente. Me quedo pensando en
esta inteligente metáfora. Sé que el caso me queda grande, que el
caso se me va a escurrir entre las manos, que el caso da también
para meter en cana a mi clienta del mes. Que en un sentido se parece
al ataque a los molinos de viento del Quijote. Yo que no tengo Sancho
Panza. Voy a tener que cambiar mi Siambretta por un Rocinante como la
gente.
Dejo la Siam a varias cuadras por las dudas. Lo pienso mejor, y me
acerco más al teatro de operaciones. No sea que tenga que salir
corriendo. Mi marca son los cincuenta metros llanos en treinta
segundos.
Un portero con gorra visera negra me mira de lejos. Debe estar
adivinando qué hace un viejo con pinta de jubilado, y jubilado, en
motoneta a esa temprana hora de la mañana. Cuando me acerco casi me
lo va a preguntar. Pero le gano de mano.
– Buen día, maestro. Vengo a ver al ingeniero Mastropiero.
– ¿Tiene cita?
– ¿Tengo cara de tener citas con gerentes ejecutivos?
– Escúchemé Sr…
– Sí, señor.
– Como sea. No puede pasar a la Empresa si no tiene o un permiso
especial o una entrevista previamente pactada.
– ¿Y si fuera un policía encubierto detrás de un caso de
emergencia?
Señales de duda en el adversario. Miradas reiteradas al teléfono
alámbrico. Ligero carraspeo. Un segundo antes de que me pida la
documentación, le disparo:
– Es broma. Mejor dicho podría ser una broma. En fin. Hagamos una
cosa: yo me quedo acá a la sombra de ese sauce, Ud. alcanza a los de
adentro, preferentemente a la secretaria de Mr. Mastropiero, este
simpático sobre estrictamente confidencial. No tenga miedo que no
explota. Al menos por ahora. Vaya amigo, no se pierda esta
oportunidad.
Dicho lo cual, deposito en sus atribuladas manos, el abultado sobre
de marras, y me retiro al punto B.
El hombre duda ante la novedad. Va a tirarme el sobre por la cabeza.
Que es lo que debe hacer a diario con los currículums que los
desocupados le alcanzan esperanzados. No. O sea que no me lo tira.
Toma su peso e imagina. Se decide por: no tengo nada que perder, y sí
algo que ganar. Toma el teléfono y llama a alguien que debe ser el
primer eslabón civil. No importa, la mañana recién comienza.
Pasan unos treinta minutos que equivalen a unas treinta camionetas 4
x 4 entrando y saliendo, otro tanto de camiones con fierros
incomprensibles a bordo. En fin, esto de la explotación petrolera no
deja de ser un misterio. Pero un misterio a varias decenas de miles
de dólares por kilómetro. Cúbicos. El ñato de la vigilancia no
deja de relojearme. Finalmente me llama con un gesto, tipo director
de tránsito.
– No va a poder pasar – me espeta con un dejo de nostalgia –
pero va a poder hablar con la secretaria del Sr. Gerente. Por
teléfono, lógico. – me señala el artefacto generación del 50,
negro y al acecho.
Cuando voy a protestar siguiendo las normas del protocolo aprobado en
Yalta, el teléfono suena con el mismo ring con que sonaron durante
décadas, musicalizando tanto la esperanza como el inicio del fin. El
ñato me dice con la mirada que es para mí.
Le preguntaría si por lo menos la secre está buena, más que nada
para confundirlo, pero mi capacidad de arrepentimiento al instante
está funcionando de maravillas.
– Acá Bodoque Fernández, detective de barrio ¿con quién tengo
el gusto?
– (breve silencio de incomprensión) Perdón, ¿Ud. acercó este
fólder a la empresa? ¿Con quién quiere hablar? ¿De dónde sacó
todo este material? ¿Quién lo manda? ¿Quién es Ud.?
– Menos pregunta Dios y tampoco perdona. Le doy cinco minutos para
llegar hasta mi puesto de observación. Caso contrario, el daño será
irreversible. Corto y fuera.
Y colgué, ante el estupor de mi viejo conocido el vigilante
petrolero que no perdió palabra de mi espich. No sabía si ofrecerme
asiento o sacarme a patadas. Es gente que fuera de la cadena de
mandos carece de iniciativa. Por las dudas me retiro un par de pasos,
guareciéndome en la parte municipal de la cosa, esto es en las
veredas del intendente. Hice un curso sobre leyes.
Estoy tratando de ponerle cara, altura, cabello y ojos a la voz de la
secretaria. Se me ocurren variantes exactamente contrapuestas.
Combinaciones exóticas fuera de contexto.
Pero ella es morena, alta, de ojos terriblemente azules, andar de
boxeador en el primer round, y puños que es preferible no probar.
Para colmo parece enojada. O sea un escalón más enojada que su
profesión le indica como límite.
– Vine a avisarle que en cinco minutos viene la policía a
buscarlo.
– Creí que los cinco minutos eran míos. Pero gracias. Como dicen
en España “El que avisa no es traidor”. No le pido que me
devuelva mi sobre. Es un regalo. Además tengo copias como para
tirar para arriba.
– ¿No está un poco viejo para éstas estupideces? –
imperceptiblemente bajó un cambio. Interesante. A lo mejor le hacía
recordar a su abuelo.
– No vaya a creer. Para ciertas cosas no hay edad. Por ejemplo para
acercar un poco de justicia.
– ¿Justicia? Esos papeles son un absurdo ridículo. Un intento de
chantaje. Un fraude que de solo considerarlos nos compromete
escandalosamente.
– Pregunta uno: ¿se los acercó a su jefe?
– Es lo primero que hice.
– Entonces no son tan absurdos.
– Se le está acabando el tiempo. ¿Esa ridícula motoneta es suya?
No sé si con eso podrá escapar.
– ESO es mi fiel compañera. Y no pienso escapar. Me deben quedar
un par de amigos en nuestra policía.
– No dije que fuera la policía de la Provincia.
– Ya sé –pronuncié en un lapsus de clarividencia – tampoco de
la Federal.
En ese preciso instante cuatro monos disfrazados en mamelucos color
naranja, que bajaron como un rayo de una camioneta fabricada en el
planeta Venus, me tomaron de las pestañas y me introdujeron en una
dimensión que creía abolida por eso de la democracia que supimos
conseguir.
Si me pongo a analizar el tipo de ataduras con que me sujetaron a la
silla, tendría que concluir en lo ambiguo de la cosa. Nudos sueltos,
piolines de mala muerte. Casi estoy cómodo. Pero el cuero no me da
para tanto. Es que sintonizo con otras épocas.
– ¿Qué hay detrás del nombre Bodoque? Porque no me diga que ud.
realmente se llama así. –la voz se mantenía prudentemente a mis
espaldas. Estábamos en un taller con pinta de abandonado.
– Realmente me llamo Philip Marlowe, pero lo disimulo bastante
bien.
– Sabemos que actúa en nombre de la chilena, bueno, de la Sra.
Margaret Tacher. Es la única persona con acceso a la información
que nos ha presentado. Y, por si Ud. no lo sabe, porque éste es el
segundo intento de chantaje que nos hace.
– Insistente la Sra.
– Y perdedora contumaz. Vea, podemos olvidarnos de todo este mal
entendido. Inclusive podemos resarcir su buena voluntad al
acompañarnos hasta esta instancia. Es más, hasta podríamos aunar
esfuerzos para poner en su sitio a esta mujer. Ud. Sr. Bodoque no
deja de ser un testigo privilegiado.
– La Tacher es mi clienta. La idea es primero ganarles a ustedes,
después arreglar cuentas con ella.
– Ordenado el hombre. Pero si tiene nada más que ese papelerío,
fotos de periódicos y esas gilipolladas no llegará muy lejos.
– Ese papelerío ya cumplió su función. La verdad es que tenía
dudas de que toda fuera una fábula de nuestra amiga la chilena. Así
que monté un dispositivo que ya está en marcha. Digo, con mi
detención. No pensará que soy tan perejil.
– ¿Un dispositivo? ¿Qué, estallaremos por los aires?
– No necesariamente por los aires, pero algo de ruido sí van a
hacer. Sobre todo en ámbitos empresarios y políticos- empresarios.
Por no decir en los judiciales, que es donde finalmente va a para
toda la basura.
– Caramba, creo que nos metimos con el hombre equivocado. No
podíamos prever su capacidad política institucional.
– La mía no. La del Evo, puede ser.
– ¿De qué Evo estamos hablando?
– Del Evo Test no va a ser. Del único Evo que trajeron los nuevos
vientos latinoamericanos. Uds. mataron un boliviano, lo enterraron
como un perro, chantajearon a su familia, y trataron de blanquear su
crimen. Esta misma noche llega al Palacio Quemado de La Paz toda la
data, con pelos y señales. El finado había sido de la misma
comunidad aymara que el presi. ¡¿Qué mala suerte, no?!
Silencio de radio. A mis espaldas sólo se escuchan murmullos y
portones que se abren y se cierran al unísono. Motores que arrancan.
Pisadas fuertes que se acercan. Es otro el que habla, un tanto más
marcial, el hombre.
– Dejemos todo en este punto. En media hora le traen la moto. No se
voltee por un minuto.
Voltee. Este tipo se alimenta de series norteamericanas. Pero no me
volteé. Y por cinco minutos, por las dudas. Ya se sabe que lo del
tiempo siempre será subjetivo.
Recién me recuperé del susto cuando llegué a mi humilde morada.
Paré la moto en sentido literal y literario. Estuve pensando un rato
subido a la bardita, que es donde mejor me inspiro. Tenía que ubicar
a un par de tipos que en la jerga se llaman contactos. Además tenía
que encontrarme con mis amigos de la UOCRA.
Lo primero era contrarreloj. Tenía que levantar la apuesta que se me
había ocurrido cuando estaba contra las cuerdas. Me salió más
rápido de lo que uno puede suponer. Es que uno nunca termina de
romper del todo con sus amores. Más si éstos son hermosas personas
de una hermosa cultura.
Llegué a China Muerta en el mítico Petróleo reciclado. No digo que
me estaban esperando, porque estas familias bolivianas se concentran
sobre la Pachamama. Pero casi. En menos de una hora, sin descontar
los largos saludos obligados de entrada y salida, logré ampliamente
mi cometido. Pensar que uno tiene desconfianza de esta era de las
comunicaciones. Pero no me van a decir que mandar mensajes en quechua
por el éter no es algo alucinante. En fin. Lo primero ya está
hecho.
Lo segundo fue un fracaso. Los dirigentes de los trabajadores de la
construcción que logré encontrar me pasaron las, para ellos, viejas
noticias. A saber: los dos delegados truchos que dirigían la
Delegación Rincón por aquellas épocas fueron defenestrados del
gremio pocos años después. La empresa que fundaron se disolvió de
la peor manera: uno mató al otro de un par de tiros tratando de
convencerlo de los justo de sus posiciones. Y fue preso. Salió a los
diez años y desapareció.
Tenía que completar mi tarea como buen detective que soy. No sé si
quedo conforme con el resultado de mis pesquisas: Uno no termina de
entender las miserias con que algunos trabajadores son contaminados
por el enemigo. Pero no nos pongamos tristes. Son muchos más los que
van para adelante.
– Me devolvieron el trabajo. Mejor dicho: gracias a Ud. Sr. Bodoque
Fernández, me devolvieron el trabajo. Con algunas condiciones,
claro. Las lógicas.
Estábamos de nuevo en mi oficina, que como queda establecido está
en el garaje de la Siam que descansaba distendida en un rincón. La
Tacher había rechazado esta vez mis comodidades, argumentando cierta
premura en sus quehaceres, esta vez multiplicados en su importancia.
– Mi viejo decía que el trabajo siempre es lo primero.
– ¿Y lo segundo?
– No ser un hijo de puta.
La Sra. está evaluando ahora los alcances de mi retórica. No hace
falta que extraiga una cinta métrica. En cambio extrae una billetera
pletórica de billetes. Se ve que le pagaron los aguinaldos
atrasados. De ahí retira unos pocos violetas que me alcanza como si
estuviera comprando en el mercado de la esquina.
– Son dos días de trabajo, un cálculo de la nafta invertida y una
apreciación económica de los sinsabores vividos innecesariamente.
Cuatrocientos pesos.
– Tendrían que reubicarla en la parte de finanzas. No. Por ahora
no voy a cobrarle nada. Creo que porque no hice realmente mi trabajo.
No me refiero a llevar a cabo su chantaje, sino al del cacho ese de
justicia que alimenta las almas castigadas. Pero estoy en eso.
– No me diga que se creyó el cuento ese del boliviano.
– No sólo me lo creí. Me contacté con la familia de allá.
Vínculos que uno tiene ¿vio? Ahora quieren que los visite en
Cochabamaba, hermosa ciudad de un hermoso valle. Hasta me mandan el
pasaje. Claro que por tren. Es que la gente del Evo le gusta volar,
pero por la tierra. Vaya uno a saber, a lo mejor me pongo una oficina
en el altiplano. Hablando de otros países, yo que Ud., ahora que
todavía hay tiempo, me vuelvo a Inglaterra. No sé si me explico: a
Ud. la retomaron porque es el fusible. Cuando todo salga a la luz,
alguien tiene que caer. ELLOS van a usar la inmunidad de los
petrodólares. Pero quién sabe, algún día se les tiene que
terminar. En esa tarea creo que cada vez somos más.
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