– La justicia es la justicia.
– Tendría que ser.
– ¿Cómo que tendría? ¡Tiene que ser! ¡Es! Ojo que no estoy
hablando de jueces, leyes y toda esa gilada. Yo digo Justicia, a que
las cosas tienen que ser como tienen que ser.
– La verdad, Don Romualdo, me cuesta seguirlo.
– Creía que los detectives son un poco más bichos. Escuche lo que
le voy a decir. Yo laburo en el basural de arriba. Mejor dicho no
laburo yo sólo, mi familia entera también, la Gorda y mis tres
chicos. O sea, que vivimos con lo que “cachureamos” ¿Sabe lo que
es cachurear? Revolver la basura, sacar lo que sirve. Empezando por
la comida, más bien. Después viene la pilcha, los muebles, los
artefactos, los juguetes para los pibes, etc. O sea que uno tiene que
estar abierto a las novedades. La otra vez, por ejemplo, vino un
faisán embalsamado. ¿Para qué sirve ese pajarraco embalsamado, eh?
– Para juntar polvo.
– No, amigo. Sirve para darse corte. El faisán es un pájaro de
los ricachones. Lo pusimos en la cumbrera del techo, como si
estuviera vivo. Bueno, pero nos fuimos por las ramas. Nosotros
tenemos diez años de antigüedad en el cachureo. Los pibes sanos y
gorditos, bien en la escuela. La Gorda una masa. Nos llevamos bárbaro
con toda la comunidad. O sea que somos compañeros de laburo. Ojo
que la cosa es peluda. Me refiero al laburo. No hay que hacerle asco
a nada, y meta y ponga, nada de hacer fiacca. Encima, como Ud. ya
debe saber se trabaja más que nada entre la noche y la madrugada.
Somos unos cuantos. En total, a este año, unos quinientos. Sabe qué
pasa, el consumo creció muchísimo. Qué sé yo, la basura viene
mejor. Empezando siempre por la comida. Eso es sagrado. Te digo que
acá, se habla mucho del 2001, de los saqueos, y toda la sanata, pero
donde se veía la malaria cara a cara era allá arriba. Ni cáscara
de papas venían en las bolsas. Ahí sí que algunos aflojaron.
Ahora, parece mentira, milanesas, fruta de estación a patadas, pan:
para guardar o hacer rallado, leche, dulce, etc. Menos vino, viene de
todo. Aunque por ahí, sobre todo para las fiestas, aparece algún
vinito un poco picado. Cuestión de paladar ¿vio?
– Qué felicidad.
– Pará, no te apurés. ¿Por qué te parece que te vine a ver, de
puro aburrido? Entró la mafia. Así como suena. Está la mafia de
la trata, del juego clandestino, la mafia china que los aprieta a los
super chinos, la mafia de los medicamentos truchos, etc. Bueno, ahora
está la mafia de la basura. ¿Qué país que tenemos, no?
– ¿Los aprietan por un porcentaje de lo cachureado?
– No, una vez que agarrás la merca, no te la saca nadie. Es otra.
Hay unos tipos que nunca se los vio arriba, que se mueven en autos de
primera. ¿En qué andan los chabones? Se acapararon los móviles de
los supermercados. Están en la transa con algún capo de arriba, o
con algún vigilante de esos privados que laburan en los super. O qué
se yo con quién. Eso lo vas a tener que averiguar vos. Lo que pasa
es que hasta ahora los camiones más pulenta eran justamente los de
los super grandes. Tienen camiones propios, no los municipales.
Promedio vienen dos veces por semana. Por ahí más. Y vienen hasta
las manos. Es una fiesta. ¿Sabés qué pasa? La otra vez, por
ejemplo, uno de estos camiones trajo chorizos a patadas, ristras y
ristras de chorizos. Duros como piedras, porque estaban congelados.
¿Qué onda? Estaban vencidos o a punto de estar vencidos, pero por
un par de días, nada más. Parece que a los tipos les sale más
barato tirarlos a la basura que remarcarlos, reciclarlos, o venderlos
para comida de animales. Así que del congelador al cachureo. Te
imaginás qué fiesta. Después en esos móviles viene fruta de
primera, cajones y cajones de latas apenas abolladas, o apenas
pasadas. Ojo, ahí sí que hay que ver las infladas, que tienen
brotu…botu…
– Botulismo.
– Ud. sí que sabe. Eso. Pero ya estamos cancheros. Bueno, con esos
camioneros hay onda. Nos tomamos unos mates y todo. Nosotros ya
estamos organizados y siempre hacemos como una repartija más o menos
pareja. No hay uno que se queda con todo. Eso está mal. Igual te
digo que tenés que apurarte, porque sino te pasan por encima. Bueno,
viste qué pasa, la otra vez un camión aplastó al pibe, que se
murió tres días después. Y no fue el primero. Los pibes se mandan
a lo loco. Y te digo también que hay choferes de la cliba que son
unos turros. Como que nos tienen bronca ¿viste? O miedo, como que
los vamos a comer a ellos. Pero volvamos a lo nuestro. Vos también
tenés que bajarme de las ramas.
– Todo sirve.
– La cosa es que desde hace unos diez días, los camiones pulenta
no vienen más. Fuimos, averiguamos algo por la nuestra. No faltó un
gil que metió los dedos en el enchufe y los avivó a los de la
mafia. Y nos sacaron a punta de pistola. Viste como es. Encima como
si estuviéramos apestados. Un poco más y nos fumigan. No sé, algo
tenemos que hacer. O sea recurrir a un especialista.
– Bodoque Fernández.
– Nombre medio raro ¿no? Pero qué importa. Lo que importa es que
le parés la chata a esos ñatos. Que vuelvan los camiones de los
super. Y que podamos seguir tirando. Como tiene que ser.
– Si te digo cómo pienso que tiene que ser, te vas a enojar. Me
quedo sin laburo y vos sin detective. Te hago una rebaja, treinta
pesos por día.
– Me imagino que no cobrás en especias.
– Para nada.
Me perdí. Estoy perdido, no en sentido metafórico, que está claro
que estoy recontraperdido desde hace unos cuántos años, que de
metafórico no tiene nada. Me refiero a que no sé dónde diablos
estoy en este preciso momento. ¿Adónde me trajiste vieja Siam?
Además parece que empiezo a delirar. Una cosa es hablar con un
caballo, que lleva lo suyo de humanidad, otra muy distinta y
eficazmente alienante es hablar con las motos. Encima la Siam no me
dice nada. Ronca despacio como con recelo. Salimos tipo dos de la
mañana, rumbo a la parte de arriba de la ciudad. A los basurales,
institución con mala chapa, lugar evitado por toda la ciudadanía
productora de basura. Sitio límite, bisagra, no sitio.
En eso estoy o dejo de estar cuando un camión grande como la
injusticia me pasa rozando. Me deja como una milanesa a punto de ser
freída. Pero me resuelve el problema existencial. Ahora lo que tengo
que hacer es seguirlo, tratando de no matarme entre el ripio salvaje
de la picada. Además eso me ayuda a sobrellevar el paisaje, de la
única manera de sobrellevarlo que es ignorarlo. Doblamos, subimos,
bajamos. Los olores empiezan a rodearnos y trasladarnos a otras
dimensiones. Leí que el sentido del olfato estuvo muy vapuleado en
la edad media. En nuestros siglos aflojó un poco. Pero en algunos
ámbitos sigue siendo el sentido más provocado. Mal provocado.
Porque hay provocaciones que valen la pena, como por ejemplo el olor
a papas fritas, friéndose. Las cosas a las que tengo que recurrir
para olvidarme de este maldito olor a mierda concentrada que surge de
la tierra que debe estar preguntándose quién fue el que la hizo
depositaria de tanta inmundicia. Llegamos.
Hay una entrada casi formal. Hay gente a cargo de esa entrada, a la
que prefiero no preguntarle si son asalariados de alguna dependencia
del estado. Hay pequeños ranchos con pinta de móviles, que gracias
a la oscuridad disimulan lo suyo. Hay un par de camiones que acumulan
las inefables botellas de plástico que vienen signando nuestra
cultura occidental y cristiana desde una falaz tecnología que nos
doblegó en virtud de brindar la comodidad que uno busca como remedo
de la felicidad aquella de Aristóteles. Evidentemente sigo tildado.
No es mi mejor mañana. Pero acepté el trabajo, y no voy a arrugar
ahora. En peores me he visto. Veo gente evolucionando. Pibes,
mujeres. Pequeñas columnas de personas con carritos que desmienten
la descartabilidad de la cosa. Dejo la Siam apenas atada al palenque.
Sé que ahí arriba no se viene a robar. Se vendrá a poner a prueba
la parte doméstica de condición humana. Pero eso es otra cosa.
Camino en solitario. Son enormes montañas de basura, la mayor parte
enfundada en bolsitas de plástico de atractivos y conocidos colores
comerciales. Encima de éstas, pululan las personas. Se mueven con
lentitud y expectativa. Agachados como si recogieran algún tipo de
fruto de la tierra. Abren las bolsas. Escarban. Tiran. Me sale la
frase de Atahualpa en el Payador Perseguido: “Por acá Dios no
pasó”. Tengo que proponerme superar la imagen de los pibes
haciendo eso. Pero como mucho llego hasta encapsular la idea para
amaestrarla más adelante. Cuando tenga tiempo. Ahora busco a un par
de personas. Que sea rápido.
– Bodoque Fernández – la persona me encontró a mí.
– El mismo que viste y calza. ¿Cómo me reconoció?
– Es el único que no anda con un bolsón al hombro o tirando de un
carrito. Y no creo que sea cura o algo así.
– Soy algo así. ¿Me esperaba?
– Me dijo Don Romualdo que iba a caer por acá. Que lo ayudáramos
en todo lo que pudiéramos. Pero lo que no me dijo es qué está
buscando.
– Yo tampoco lo sabía. Pero ya lo encontré.
– ¿Y que era?
– Un poco de verdad.
Nos vamos a tomar unos mates debajo de un tinglado milagro del
equilibrio. Nos sentamos sobre tachos vacíos de pintura. El fogón
en el medio, alimentado de jarilla, calienta una pava que debió
provenir de alguna repartición pública. El mate es un frasquito de
mayonesa, de los chicos. La bombilla, en fin. No debe ser fácil
encontrar una bombilla en esa retaguardia de la humanidad. Estoy
tratando de ordenar un interrogatorio que no parezca un
interrogatorio cuando entra una pibita de no más de diez años.
– Facturas.
Es todo lo que dice. Deja un envoltorio de papeles de diario sobre el
tacho que oficia de mesa, y se retira sin saludar a nadie.
– Es Mercedes. Tiene una puntería bárbara para saber en dónde
vienen las facturas. Deben ser de ayer pero están buenas. Seguro que
son de Mamuchi. Lo mejor del centro. Sírvase compañero.
– Claro.
Espero sentado en la Siam, aparcado en medio del estacionamiento del
Super gringo que dice ser la empresa comercial más grande del mundo.
Esa que obliga a cantar su himno a los empleados antes de entrar a
trabajar y putativamente los llama socios. La gente entra y sale con
premura disimulada. Los carritos de alambre con ruedas, que se
transformaron en el estandarte del consumo de masas, chocan y
trastabillan por doquier. ¿Qué genio habrá desculado semejante
diseño? ¿Habrá ganado una fortuna o pasará como un militante
anónimo del progreso humano? Un viandante me despierta de mi
ensoñación, arrimando peligrosamente su carrito pletórico de
novedades consumistas a mi pobre Siambretta que tampoco deja de ser
un producto del mercado pero que se cree que yo la inventé. Y
viceversa.
– Lindo día –se disculpa mi cliente prójimo.
Debe pensar que soy de la vigilancia especial. Eso de la pinta de
botón es como un aura. Hablando de vigilancia, botones y esas cosas,
tengo que concentrarme en cumplir la misión. Que es, precisamente
encontrar a mi amigo el cana jubilado más transero de la Patagonia,
devenido en sub-gerente de la vigilancia privada que tiene a un poco
simpático animal de rapiña como logo. No sólo depredamos a los
animales, también depredamos la imagen de los animales. Cuando me
canso de esperar, me mando adentro y la encaro a una gordita con
rodete rubio apretado, como toda ella dentro del uniforme
cívico-militar.
– Busco al oficial Meneses. Me dijeron que hoy está a cargo.
– Hoy y todos los días.
– Ya sé que es casi como Dios. ¿Me lo puede llamar?
– No, no puedo. Está fuera del protocolo.
– Escuchame Protocola, es una cuestión de vida o muerte. No sé si
me explico.
– Se explica positivamente, pero el reglamento es el reglamento.
La gordita se me queda mirando manteniendo la distancia oficial de
tres pasos, por las dudas. Si tuviera la nueve milímetros en la
cadera la estaría acariciando.
– Mirá o mire, empecemos de nuevo. Ud. lo llama con cualquier
excusa, pide encontrarse con él en las cercanías. No me mencione
para nada. ¡Ah! Si lo llama no use ningún código especial que me
los sé a todos. Soy del gremio.
La privada lo analiza a cien kilómetros por hora. Debe estar pesando
anotarse un poroto mandándome en cana o haciéndole un favor al
jefe. Va por la más fácil. Aprieta un botoncito del celular que
cuelga de su hombro derecho. Habla. Espera. Habla otro poquito.
Después sonríe. Se da vuelta y camina unos pasos, alejándose. La
deben haber entrenado en Guantánamo. Pasan algo más que un par de
minutos.
– ¡Bodoque, viejo camarada! ¡Que casualidad encontrarte en mis
dominios! – el que dispara es un viejo demasiado encorvado para el
oficio. Está vestido con un ridículo conjunto deportivo de todos
colores. Parece que la señorita tomó por el buen camino.
– ¡Comisario, dichosos los ojos que te ven! Cuando te acuerdes
decile gracias a tu pupila, por la buena onda.
– Otra que buena onda. Me pasó el dato de un anciano asesino
serial que me estaba buscando con fines inconfesables.
– Bueno, no tan inconfesables. Tengo algo entremanos que puede ser
de tu interés. O sea de hecho es de tu interés.
– Mientras no sea una información basura.
Entramos en un boliche interno del establecimiento pensado para
cuatro personas de pié. Nos sentamos como pudimos. La privacidad
está en que acá nadie te da cinco de bola. Podés estar preparando
una bomba de tiempo arriba de la mesa que está todo bien.
Le explico a mi sub-gerente del mes cual es la situación. Primero me
dice que no tiene nada que ver. Le sigo explicando y me dice que
tiene algo que ver. Medio apretón de tuerca más y se declara
observador oficial de la operación. Explica: aparecieron unos ñatos
con chapa entre oficial y oficiosa para estudiar el tema de la basura
que como sabrás representa un negocio de la putamadre. Parece que
hay un proyecto de montar una empresa de reciclaje de las que están
de moda por el tema de la ecología y esos chamullos. Tipo “salvemos
a la ballena franca”. Vendría a ser “con la basura edificaremos
un gran país”. Deben haber transado con alguien de arriba, no tan
arriba del todo, pero con suficiente manejo como para cerrar en el
Comahue. Compran la basura del super. Dos camiones hasta las manos
por semana. Quiero decir, comprar no la compran, al revés, les pagan
por llevársela. Con destino desconocido.
– No entiendo. Antes al Super le salía gratis.
– Es que aparecen bancando una campaña verde que algo les tiene
que salir. Encima creo que un burócrata del municipio les va a dar
un premio como defensores campeones del medio ambiente.
– A lo mejor es cierto.
– No seas salame. Los mioncas de basura van a parar a otros
municipios de localidades del Valle, que, o miran para otro lado o
también muerden algo de la cosa. De pedo no la tiran al río. Aunque
en cualquier momento…Igual hay un par de cosas que no manejo. Todo
es top secret. Por ejemplo, para mí que en esos camiones mandan
merca buena, que sacan por izquierda en transa con otros jefecitos.
Por eso no podían bajar más en los basurales del pueblo.
– O sea que, obligatoriamente tienen que hacer una parada
intermedia.
– O varias.
– O varias.
Los cafecitos que nos sirvieron se enfriaron en seguida. Hasta el
calor es trucho en esos lugares. Para remediar la cosa mi
sub-gerente-cana amigo está provisto de una petaca de ginebra como
la gente. O sea, no como la gente, sino apenas como la tradición de
la bebida popular exige. Medio pelo pero fuerte. Le damos un poco.
Para las diez de la mañana está bien. Antes de despedirnos le pido
un par de datos. Fechas, horarios y latitud y longitud de lugares
precisos. Me los da de buena gana. Y agrega.
– ¿Sabés qué pasa, Bodoque? Estoy podrido de hacer agarrar
pobres tipos que afanan fideos en las góndolas. Pensaba en otra cosa
al jubilarme.
– Si, los verdaderos chorros son menos fotogénicos. Pero siempre
te podés hacer cana de los buenos.
– Ja, hace unos años, para vos, si eras bueno no podías ser cana.
– Es que la verdad va cambiando.
De lejos parecen camiones oficiales de basura. Y deben serlo en el
sentido que la basura en sí, como último escalón de la sociedad
organizada, no debiera tener fuerza como para imponerle
características a nada. Menos a los camiones que la llevan a su
última morada. Un muerto eligiendo su ataúd.
Se acercan a velocidad promedio. Son dos y vienen bastante pegados.
El lugar es un cruce de picadas petroleras con el fondo de guanacos
bombeando petróleo a los felices consumidores neuquinos. Los tipos
cambian de lugar en cada entrega. Hasta allí habían llegado algunos
vehículos a la espera de las ofertas del mes. Mis muchachos de
arriba rápidamente los convencieron que se quedaran en el molde si
no querían ser reciclados ellos mismos. La sorpresa hace maravillas.
Las caripelas de los míos también. Y el número para qué te
cuento.
Los camioneros tenían la orden de hacer ahí su primera parada. Como
ven el movimiento habitual, paran con confianza. Error. En dos
minutos son reemplazados por nuestro propios choferes. Ellos más que
nada están acostumbrados a manejar, a modo de caballos, sus propios
carritos. Pero rápidamente se adaptan a los camiones última
generación cargados hasta la manija. Un poco tropiezan y casi se
desbarrancan un par de veces, pero como se sabe todos los comienzos
son traumáticos. Me instalo en el de adelante y les tiro la
dirección de la próxima parada. Allá vamos.
A todo esto se hacen las siete de la mañana. Gran movimiento en el
centro de la ciudad, que es donde estamos. Nos cruzamos con un par de
clibas que nos miran con curiosidad. Nos saludan con un bocinazo de
compromiso. Llegamos, raudos, a la Avenida Argentina y Perito Moreno,
esquina emblemática si la hay en nuestra ciudad capital. Sede, a su
vez, de otro emblemático super. De los primeros.
Marcha atrás. Culata. Desembarco total de la merca. Así a granel.
En pocos segundos los viandantes matinales se ven obligados a sortear
un espectáculo conmovedor. Una, mejor dicho dos, gigantescas
montañas de basura rebasan la vereda hasta cubrir parte de la
calzada, interrumpiendo el tráfico vehicular. La pequeña cadena
montañosa tiene diversos componentes. Los clásicos, o sea las
inefables bolsitas llamadas misteriosamente de “consorcio”
anudadas con prolijidad; las cajas de cartón que de jóvenes
contenían productos a vender, ahora pletóricas de desechos varios,
incluyendo basura de la olorienta; envoltorios varios en edad de
merecer y los premios. Este último ítem integrado por novedades que
van de la flamante bicicleta playera a interesantes latas de pintura
para automóviles. Llenas. Desde herramientas de puño, tipo pinzas,
martillos, llaves inglesas, etc, hasta ropita para bebés
escandalosamente hermosas. Eso, lo que afloraba. Es de suponer que la
parte de abajo sería más o menos igual. Mis fieles cachureros
sintonizaron rapidísimamente la onda, y con envidiable oficio,
arremetieron el cúmulo de basura. En pocos minutos emergieron,
victoriosos, con grandes envoltorios en sus manos. Sus familiares los
estaban esperando con toda su parafernalia móvil. Lo del camión fue
un camino de ida. Subieron como pudieron la merca rescatada y se
fueron silbando bajito por estos caminos del señor.
Como al descuido un par de muchachos adictos a la libre filmación de
eventos escandalosos, hacían su trabajo. Lo ofrecerían a los medios
locales, lo subirían al éter no contaminante. Quién sabe. Pero es
como dicen ¿vio? Hoy la imagen lo es todo.
El asado de festejo del fin de la operación “Cachureo Para Todos”
fue epopéyico.
– ¿Se sirve otro chorizito Don Bodoque?
– Y, si no hay más remedio.
Me gustaría escribir que éste fue el último episodio ficcional de
esta franja olvidada de vidas. Pero lo más probable es que no.
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