miércoles, 17 de octubre de 2012

Bodoque y el caso del baural

– La justicia es la justicia.
– Tendría que ser.
– ¿Cómo que tendría? ¡Tiene que ser! ¡Es! Ojo que no estoy hablando de jueces, leyes y toda esa gilada. Yo digo Justicia, a que las cosas tienen que ser como tienen que ser.
– La verdad, Don Romualdo, me cuesta seguirlo.
– Creía que los detectives son un poco más bichos. Escuche lo que le voy a decir. Yo laburo en el basural de arriba. Mejor dicho no laburo yo sólo, mi familia entera también, la Gorda y mis tres chicos. O sea, que vivimos con lo que “cachureamos” ¿Sabe lo que es cachurear? Revolver la basura, sacar lo que sirve. Empezando por la comida, más bien. Después viene la pilcha, los muebles, los artefactos, los juguetes para los pibes, etc. O sea que uno tiene que estar abierto a las novedades. La otra vez, por ejemplo, vino un faisán embalsamado. ¿Para qué sirve ese pajarraco embalsamado, eh?

 
– Para juntar polvo.
– No, amigo. Sirve para darse corte. El faisán es un pájaro de los ricachones. Lo pusimos en la cumbrera del techo, como si estuviera vivo. Bueno, pero nos fuimos por las ramas. Nosotros tenemos diez años de antigüedad en el cachureo. Los pibes sanos y gorditos, bien en la escuela. La Gorda una masa. Nos llevamos bárbaro con toda la comunidad. O sea que somos compañeros de laburo. Ojo que la cosa es peluda. Me refiero al laburo. No hay que hacerle asco a nada, y meta y ponga, nada de hacer fiacca. Encima, como Ud. ya debe saber se trabaja más que nada entre la noche y la madrugada. Somos unos cuantos. En total, a este año, unos quinientos. Sabe qué pasa, el consumo creció muchísimo. Qué sé yo, la basura viene mejor. Empezando siempre por la comida. Eso es sagrado. Te digo que acá, se habla mucho del 2001, de los saqueos, y toda la sanata, pero donde se veía la malaria cara a cara era allá arriba. Ni cáscara de papas venían en las bolsas. Ahí sí que algunos aflojaron. Ahora, parece mentira, milanesas, fruta de estación a patadas, pan: para guardar o hacer rallado, leche, dulce, etc. Menos vino, viene de todo. Aunque por ahí, sobre todo para las fiestas, aparece algún vinito un poco picado. Cuestión de paladar ¿vio?
– Qué felicidad.
– Pará, no te apurés. ¿Por qué te parece que te vine a ver, de puro aburrido? Entró la mafia. Así como suena. Está la mafia de la trata, del juego clandestino, la mafia china que los aprieta a los super chinos, la mafia de los medicamentos truchos, etc. Bueno, ahora está la mafia de la basura. ¿Qué país que tenemos, no?
– ¿Los aprietan por un porcentaje de lo cachureado?
– No, una vez que agarrás la merca, no te la saca nadie. Es otra. Hay unos tipos que nunca se los vio arriba, que se mueven en autos de primera. ¿En qué andan los chabones? Se acapararon los móviles de los supermercados. Están en la transa con algún capo de arriba, o con algún vigilante de esos privados que laburan en los super. O qué se yo con quién. Eso lo vas a tener que averiguar vos. Lo que pasa es que hasta ahora los camiones más pulenta eran justamente los de los super grandes. Tienen camiones propios, no los municipales. Promedio vienen dos veces por semana. Por ahí más. Y vienen hasta las manos. Es una fiesta. ¿Sabés qué pasa? La otra vez, por ejemplo, uno de estos camiones trajo chorizos a patadas, ristras y ristras de chorizos. Duros como piedras, porque estaban congelados. ¿Qué onda? Estaban vencidos o a punto de estar vencidos, pero por un par de días, nada más. Parece que a los tipos les sale más barato tirarlos a la basura que remarcarlos, reciclarlos, o venderlos para comida de animales. Así que del congelador al cachureo. Te imaginás qué fiesta. Después en esos móviles viene fruta de primera, cajones y cajones de latas apenas abolladas, o apenas pasadas. Ojo, ahí sí que hay que ver las infladas, que tienen brotu…botu…
– Botulismo.
– Ud. sí que sabe. Eso. Pero ya estamos cancheros. Bueno, con esos camioneros hay onda. Nos tomamos unos mates y todo. Nosotros ya estamos organizados y siempre hacemos como una repartija más o menos pareja. No hay uno que se queda con todo. Eso está mal. Igual te digo que tenés que apurarte, porque sino te pasan por encima. Bueno, viste qué pasa, la otra vez un camión aplastó al pibe, que se murió tres días después. Y no fue el primero. Los pibes se mandan a lo loco. Y te digo también que hay choferes de la cliba que son unos turros. Como que nos tienen bronca ¿viste? O miedo, como que los vamos a comer a ellos. Pero volvamos a lo nuestro. Vos también tenés que bajarme de las ramas.
– Todo sirve.
– La cosa es que desde hace unos diez días, los camiones pulenta no vienen más. Fuimos, averiguamos algo por la nuestra. No faltó un gil que metió los dedos en el enchufe y los avivó a los de la mafia. Y nos sacaron a punta de pistola. Viste como es. Encima como si estuviéramos apestados. Un poco más y nos fumigan. No sé, algo tenemos que hacer. O sea recurrir a un especialista.
– Bodoque Fernández.
– Nombre medio raro ¿no? Pero qué importa. Lo que importa es que le parés la chata a esos ñatos. Que vuelvan los camiones de los super. Y que podamos seguir tirando. Como tiene que ser.
– Si te digo cómo pienso que tiene que ser, te vas a enojar. Me quedo sin laburo y vos sin detective. Te hago una rebaja, treinta pesos por día.
– Me imagino que no cobrás en especias.
– Para nada.


Me perdí. Estoy perdido, no en sentido metafórico, que está claro que estoy recontraperdido desde hace unos cuántos años, que de metafórico no tiene nada. Me refiero a que no sé dónde diablos estoy en este preciso momento. ¿Adónde me trajiste vieja Siam? Además parece que empiezo a delirar. Una cosa es hablar con un caballo, que lleva lo suyo de humanidad, otra muy distinta y eficazmente alienante es hablar con las motos. Encima la Siam no me dice nada. Ronca despacio como con recelo. Salimos tipo dos de la mañana, rumbo a la parte de arriba de la ciudad. A los basurales, institución con mala chapa, lugar evitado por toda la ciudadanía productora de basura. Sitio límite, bisagra, no sitio.
En eso estoy o dejo de estar cuando un camión grande como la injusticia me pasa rozando. Me deja como una milanesa a punto de ser freída. Pero me resuelve el problema existencial. Ahora lo que tengo que hacer es seguirlo, tratando de no matarme entre el ripio salvaje de la picada. Además eso me ayuda a sobrellevar el paisaje, de la única manera de sobrellevarlo que es ignorarlo. Doblamos, subimos, bajamos. Los olores empiezan a rodearnos y trasladarnos a otras dimensiones. Leí que el sentido del olfato estuvo muy vapuleado en la edad media. En nuestros siglos aflojó un poco. Pero en algunos ámbitos sigue siendo el sentido más provocado. Mal provocado. Porque hay provocaciones que valen la pena, como por ejemplo el olor a papas fritas, friéndose. Las cosas a las que tengo que recurrir para olvidarme de este maldito olor a mierda concentrada que surge de la tierra que debe estar preguntándose quién fue el que la hizo depositaria de tanta inmundicia. Llegamos.
Hay una entrada casi formal. Hay gente a cargo de esa entrada, a la que prefiero no preguntarle si son asalariados de alguna dependencia del estado. Hay pequeños ranchos con pinta de móviles, que gracias a la oscuridad disimulan lo suyo. Hay un par de camiones que acumulan las inefables botellas de plástico que vienen signando nuestra cultura occidental y cristiana desde una falaz tecnología que nos doblegó en virtud de brindar la comodidad que uno busca como remedo de la felicidad aquella de Aristóteles. Evidentemente sigo tildado. No es mi mejor mañana. Pero acepté el trabajo, y no voy a arrugar ahora. En peores me he visto. Veo gente evolucionando. Pibes, mujeres. Pequeñas columnas de personas con carritos que desmienten la descartabilidad de la cosa. Dejo la Siam apenas atada al palenque. Sé que ahí arriba no se viene a robar. Se vendrá a poner a prueba la parte doméstica de condición humana. Pero eso es otra cosa. Camino en solitario. Son enormes montañas de basura, la mayor parte enfundada en bolsitas de plástico de atractivos y conocidos colores comerciales. Encima de éstas, pululan las personas. Se mueven con lentitud y expectativa. Agachados como si recogieran algún tipo de fruto de la tierra. Abren las bolsas. Escarban. Tiran. Me sale la frase de Atahualpa en el Payador Perseguido: “Por acá Dios no pasó”. Tengo que proponerme superar la imagen de los pibes haciendo eso. Pero como mucho llego hasta encapsular la idea para amaestrarla más adelante. Cuando tenga tiempo. Ahora busco a un par de personas. Que sea rápido.
– Bodoque Fernández – la persona me encontró a mí.
– El mismo que viste y calza. ¿Cómo me reconoció?
– Es el único que no anda con un bolsón al hombro o tirando de un carrito. Y no creo que sea cura o algo así.
– Soy algo así. ¿Me esperaba?
– Me dijo Don Romualdo que iba a caer por acá. Que lo ayudáramos en todo lo que pudiéramos. Pero lo que no me dijo es qué está buscando.
– Yo tampoco lo sabía. Pero ya lo encontré.
– ¿Y que era?
– Un poco de verdad.
Nos vamos a tomar unos mates debajo de un tinglado milagro del equilibrio. Nos sentamos sobre tachos vacíos de pintura. El fogón en el medio, alimentado de jarilla, calienta una pava que debió provenir de alguna repartición pública. El mate es un frasquito de mayonesa, de los chicos. La bombilla, en fin. No debe ser fácil encontrar una bombilla en esa retaguardia de la humanidad. Estoy tratando de ordenar un interrogatorio que no parezca un interrogatorio cuando entra una pibita de no más de diez años.
– Facturas.
Es todo lo que dice. Deja un envoltorio de papeles de diario sobre el tacho que oficia de mesa, y se retira sin saludar a nadie.
– Es Mercedes. Tiene una puntería bárbara para saber en dónde vienen las facturas. Deben ser de ayer pero están buenas. Seguro que son de Mamuchi. Lo mejor del centro. Sírvase compañero.
– Claro.


Espero sentado en la Siam, aparcado en medio del estacionamiento del Super gringo que dice ser la empresa comercial más grande del mundo. Esa que obliga a cantar su himno a los empleados antes de entrar a trabajar y putativamente los llama socios. La gente entra y sale con premura disimulada. Los carritos de alambre con ruedas, que se transformaron en el estandarte del consumo de masas, chocan y trastabillan por doquier. ¿Qué genio habrá desculado semejante diseño? ¿Habrá ganado una fortuna o pasará como un militante anónimo del progreso humano? Un viandante me despierta de mi ensoñación, arrimando peligrosamente su carrito pletórico de novedades consumistas a mi pobre Siambretta que tampoco deja de ser un producto del mercado pero que se cree que yo la inventé. Y viceversa.
– Lindo día –se disculpa mi cliente prójimo.
Debe pensar que soy de la vigilancia especial. Eso de la pinta de botón es como un aura. Hablando de vigilancia, botones y esas cosas, tengo que concentrarme en cumplir la misión. Que es, precisamente encontrar a mi amigo el cana jubilado más transero de la Patagonia, devenido en sub-gerente de la vigilancia privada que tiene a un poco simpático animal de rapiña como logo. No sólo depredamos a los animales, también depredamos la imagen de los animales. Cuando me canso de esperar, me mando adentro y la encaro a una gordita con rodete rubio apretado, como toda ella dentro del uniforme cívico-militar.
– Busco al oficial Meneses. Me dijeron que hoy está a cargo.
– Hoy y todos los días.
– Ya sé que es casi como Dios. ¿Me lo puede llamar?
– No, no puedo. Está fuera del protocolo.
– Escuchame Protocola, es una cuestión de vida o muerte. No sé si me explico.
– Se explica positivamente, pero el reglamento es el reglamento.
La gordita se me queda mirando manteniendo la distancia oficial de tres pasos, por las dudas. Si tuviera la nueve milímetros en la cadera la estaría acariciando.
– Mirá o mire, empecemos de nuevo. Ud. lo llama con cualquier excusa, pide encontrarse con él en las cercanías. No me mencione para nada. ¡Ah! Si lo llama no use ningún código especial que me los sé a todos. Soy del gremio.
La privada lo analiza a cien kilómetros por hora. Debe estar pesando anotarse un poroto mandándome en cana o haciéndole un favor al jefe. Va por la más fácil. Aprieta un botoncito del celular que cuelga de su hombro derecho. Habla. Espera. Habla otro poquito. Después sonríe. Se da vuelta y camina unos pasos, alejándose. La deben haber entrenado en Guantánamo. Pasan algo más que un par de minutos.
– ¡Bodoque, viejo camarada! ¡Que casualidad encontrarte en mis dominios! – el que dispara es un viejo demasiado encorvado para el oficio. Está vestido con un ridículo conjunto deportivo de todos colores. Parece que la señorita tomó por el buen camino.
– ¡Comisario, dichosos los ojos que te ven! Cuando te acuerdes decile gracias a tu pupila, por la buena onda.
– Otra que buena onda. Me pasó el dato de un anciano asesino serial que me estaba buscando con fines inconfesables.
– Bueno, no tan inconfesables. Tengo algo entremanos que puede ser de tu interés. O sea de hecho es de tu interés.
– Mientras no sea una información basura.
Entramos en un boliche interno del establecimiento pensado para cuatro personas de pié. Nos sentamos como pudimos. La privacidad está en que acá nadie te da cinco de bola. Podés estar preparando una bomba de tiempo arriba de la mesa que está todo bien.
Le explico a mi sub-gerente del mes cual es la situación. Primero me dice que no tiene nada que ver. Le sigo explicando y me dice que tiene algo que ver. Medio apretón de tuerca más y se declara observador oficial de la operación. Explica: aparecieron unos ñatos con chapa entre oficial y oficiosa para estudiar el tema de la basura que como sabrás representa un negocio de la putamadre. Parece que hay un proyecto de montar una empresa de reciclaje de las que están de moda por el tema de la ecología y esos chamullos. Tipo “salvemos a la ballena franca”. Vendría a ser “con la basura edificaremos un gran país”. Deben haber transado con alguien de arriba, no tan arriba del todo, pero con suficiente manejo como para cerrar en el Comahue. Compran la basura del super. Dos camiones hasta las manos por semana. Quiero decir, comprar no la compran, al revés, les pagan por llevársela. Con destino desconocido.
– No entiendo. Antes al Super le salía gratis.
– Es que aparecen bancando una campaña verde que algo les tiene que salir. Encima creo que un burócrata del municipio les va a dar un premio como defensores campeones del medio ambiente.
– A lo mejor es cierto.
– No seas salame. Los mioncas de basura van a parar a otros municipios de localidades del Valle, que, o miran para otro lado o también muerden algo de la cosa. De pedo no la tiran al río. Aunque en cualquier momento…Igual hay un par de cosas que no manejo. Todo es top secret. Por ejemplo, para mí que en esos camiones mandan merca buena, que sacan por izquierda en transa con otros jefecitos. Por eso no podían bajar más en los basurales del pueblo.
– O sea que, obligatoriamente tienen que hacer una parada intermedia.
– O varias.
– O varias.
Los cafecitos que nos sirvieron se enfriaron en seguida. Hasta el calor es trucho en esos lugares. Para remediar la cosa mi sub-gerente-cana amigo está provisto de una petaca de ginebra como la gente. O sea, no como la gente, sino apenas como la tradición de la bebida popular exige. Medio pelo pero fuerte. Le damos un poco. Para las diez de la mañana está bien. Antes de despedirnos le pido un par de datos. Fechas, horarios y latitud y longitud de lugares precisos. Me los da de buena gana. Y agrega.
– ¿Sabés qué pasa, Bodoque? Estoy podrido de hacer agarrar pobres tipos que afanan fideos en las góndolas. Pensaba en otra cosa al jubilarme.
– Si, los verdaderos chorros son menos fotogénicos. Pero siempre te podés hacer cana de los buenos.
– Ja, hace unos años, para vos, si eras bueno no podías ser cana.
– Es que la verdad va cambiando.



De lejos parecen camiones oficiales de basura. Y deben serlo en el sentido que la basura en sí, como último escalón de la sociedad organizada, no debiera tener fuerza como para imponerle características a nada. Menos a los camiones que la llevan a su última morada. Un muerto eligiendo su ataúd.
Se acercan a velocidad promedio. Son dos y vienen bastante pegados. El lugar es un cruce de picadas petroleras con el fondo de guanacos bombeando petróleo a los felices consumidores neuquinos. Los tipos cambian de lugar en cada entrega. Hasta allí habían llegado algunos vehículos a la espera de las ofertas del mes. Mis muchachos de arriba rápidamente los convencieron que se quedaran en el molde si no querían ser reciclados ellos mismos. La sorpresa hace maravillas. Las caripelas de los míos también. Y el número para qué te cuento.
Los camioneros tenían la orden de hacer ahí su primera parada. Como ven el movimiento habitual, paran con confianza. Error. En dos minutos son reemplazados por nuestro propios choferes. Ellos más que nada están acostumbrados a manejar, a modo de caballos, sus propios carritos. Pero rápidamente se adaptan a los camiones última generación cargados hasta la manija. Un poco tropiezan y casi se desbarrancan un par de veces, pero como se sabe todos los comienzos son traumáticos. Me instalo en el de adelante y les tiro la dirección de la próxima parada. Allá vamos.
A todo esto se hacen las siete de la mañana. Gran movimiento en el centro de la ciudad, que es donde estamos. Nos cruzamos con un par de clibas que nos miran con curiosidad. Nos saludan con un bocinazo de compromiso. Llegamos, raudos, a la Avenida Argentina y Perito Moreno, esquina emblemática si la hay en nuestra ciudad capital. Sede, a su vez, de otro emblemático super. De los primeros.
Marcha atrás. Culata. Desembarco total de la merca. Así a granel. En pocos segundos los viandantes matinales se ven obligados a sortear un espectáculo conmovedor. Una, mejor dicho dos, gigantescas montañas de basura rebasan la vereda hasta cubrir parte de la calzada, interrumpiendo el tráfico vehicular. La pequeña cadena montañosa tiene diversos componentes. Los clásicos, o sea las inefables bolsitas llamadas misteriosamente de “consorcio” anudadas con prolijidad; las cajas de cartón que de jóvenes contenían productos a vender, ahora pletóricas de desechos varios, incluyendo basura de la olorienta; envoltorios varios en edad de merecer y los premios. Este último ítem integrado por novedades que van de la flamante bicicleta playera a interesantes latas de pintura para automóviles. Llenas. Desde herramientas de puño, tipo pinzas, martillos, llaves inglesas, etc, hasta ropita para bebés escandalosamente hermosas. Eso, lo que afloraba. Es de suponer que la parte de abajo sería más o menos igual. Mis fieles cachureros sintonizaron rapidísimamente la onda, y con envidiable oficio, arremetieron el cúmulo de basura. En pocos minutos emergieron, victoriosos, con grandes envoltorios en sus manos. Sus familiares los estaban esperando con toda su parafernalia móvil. Lo del camión fue un camino de ida. Subieron como pudieron la merca rescatada y se fueron silbando bajito por estos caminos del señor.
Como al descuido un par de muchachos adictos a la libre filmación de eventos escandalosos, hacían su trabajo. Lo ofrecerían a los medios locales, lo subirían al éter no contaminante. Quién sabe. Pero es como dicen ¿vio? Hoy la imagen lo es todo.



El asado de festejo del fin de la operación “Cachureo Para Todos” fue epopéyico.
– ¿Se sirve otro chorizito Don Bodoque?
– Y, si no hay más remedio.
Me gustaría escribir que éste fue el último episodio ficcional de esta franja olvidada de vidas. Pero lo más probable es que no.

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