– Salitre, carbón y azufre.
– ¿Pero vos decís que lo podemos
conseguir así nomás?
– Convendría hacerlo
por separado, por las dudas. Pero sí, en cualquier negocio del ramo
te lo venden a granel. Acá no, claro, estoy hablando de Buenos
Aires.
– ¿Y después cómo
preparamos los petardos, las cañitas y los rompe-portones?
– Tengo un amigo que
tiene un doctorado en la materia. Pero eso después. Ahora vamos a
entrar en la fase de la producción. ¡Ah! Y me reservo el nombre
para la más grande, única y potente bomba de estruendo del Neuquén:
La Gran Pichi.
El verano anticipado me
convenció de habilitar mi bufete debajo del pino. Porque el sauce
entró en crisis, y tuvimos que sacrificarlo. Pero el pino tiene lo
suyo. Aroma para enfatizar lo bueno de estos embutidos barriales, y
el fervor de la cerveza que supo desembarcar, aunque tardíamente,
entre las clases populares, compitiendo con el vino ortodoxo. Tengo a
mano el diario regional que compro por costumbre pero que no pienso
leer por salud mental. Quedaría mal que un detective barrial fuera
un desinformado. Hay otras poses igual de hipócritas pero peores y
contagiosas, culturalmente hablando.
En esas reflexiones
cotidianas me estoy desenvolviendo (o envolviendo) cuando resuenan
unos golpes a la puerta tan perentorios como descontextualizados.
Tengo el frente cubierto de cartelitos sugiriendo variantes de
llamados que van desde el timbre (que no puse, aún) hasta el popular
aplauso, pasando por el infernal chiflido. Pero no, el individuo,
porque tiene que ser un individuo, elige la del puño en la puerta
que para colmo es de lata, y no de madera noble como supongo sería
la imaginada para la casa del Fausto de Goethe. Tengo que abrir.
– ¿Bodoque Fernández?
– No, Falcioni de
incógnito. Y no soy sordo. Digo.
– Es que no pudimos
conseguir su teléfono celular por ningún lado. Y estamos más o
menos apurados. Es por las fiestas que se nos vienen encima.
– Vayamos por partes,
dijo Jack. Primero quién es el nosotros. Por lo que veo sos uno
solo. Segundo, celular no uso. Y tercero, sí tengo un almanaque.
El flaco parado en la
vereda de tierra es más lo que tiene que decir que lo que tiene que
escuchar. Un mal endémico de nuestra época. Y al parecer no
encuentra la forma de ordenar sus palabras. Así que lo hago pasar,
lo acomodo en la reposera para la clientela, le sirvo un buen vaso de
cerveza de esa que venden ingeniosamente por TV, y le ofrezco un
salamín que rechaza. Por suerte. Cuando la novedad de conocerme le
sedimenta, me explica el motivo de su visita.
– Vio lo del Pichi.
– ¿La del “Arrasaremos
con todos los Anfiteatros”?
– No, esa no, la
última.
– No me diga que ahora
quiere arrasar con todos los arbolitos de la avenida. Estaría dentro
de su nivel de gestión.
– No. Nos referimos a
la prohibición de usar pirotecnia. De tirar cohetes, bah.
Prácticamente se propone fusilar a los infractores. Peor, cobrarles
una fortuna.
– Algo escuché, pero
como no leo el diario, se me hizo un rumor disparatado. Pero está de
moda.
– ¿No leer el diario?
– No, los rumores
disparatados. Es parte de una campaña que pretende que estas tierras
vuelvan a la posesión de la corona. Aunque se dividen en si española
o inglesa, ya que Norteamérica es una república, y sería más
complicado.
– Mire, no vine a
hablar de política, vine a contratarlo. Nos dijeron que es un tipo
de acción. Queremos fabricar, almacenar y distribuir la más grande
entrega de pirotecnia de la Patagonia.
– Un puro negocio
ilegal.
– Pero también una
justa reivindicativa. No queremos vivir en una sociedad en que un
tipo decida de un plumazo borrar con las tradiciones de todo un
pueblo, y por qué no de una nación. Tiene la manía de mostrarse
ante la sociedad como el que pone EL orden en las cosas. Un orden
cuartelero.
– A lo mejor, de chico,
le explotó un cohete en la mano. O el padre no le daba para cañitas.
Pero hablando del pasado: ¿están seguros de que todo el mundo va a
estar de acuerdo con Uds.? O sea de que no esté apoyado por mucha
gente.
– Toda la gente es
mucha, don Bodoque. A nosotros lo que nos interesa es que el que
quiera hacer ruido, lo pueda hacer. Y el que se quiera quedar piola,
lo mismo. Que no nos impongan el silencio. Estuvimos en silencio
demasiado tiempo.
– Si te digo que
tampoco sería democrático imponer al otro el ruido, me vas a decir
que soy un viejo paradojal.
– Un poco, sí. Pero
nos tiene que decir si acepta el trabajo porque el tiempo corre.
– Son cincuenta por
día, más viáticos. Me tenés que decir el qué. No me vas a poner
a desparramar cohetes por toda la ciudad.
– Para nada, la parte
logística la tenemos resuelta. Lo suyo es puntual: hay que hacer
explotar unas cuantas baterías en la mismísima municipalidad en un
momento determinado.
– Se va a armar la
podrida.
– La gente va a creer
que el único que se siente habilitado para ejercer la cohetería es
el que te jedi. Entonces…
– Entonces desde los
barrios se escuchará la voz de la pólvora.
– No deja de ser
poético.
– No. Es que me hace
acordar a cometidos parecidos encarados en mi juventud. Y es que la
pólvora no tiene edad. Bueno, en tres días les presento un plan
menos delirante que el que se me está ocurriendo justo ahora.
Todavía no me dijiste quiénes son el “nosotros”.
– No creo que se lo
vayamos a decir.
– ¿Pero decime una
cosa, no fue durante la gestión anterior del tipo éste que todo se
festejaba con fuegos artificiales? ¿Qué sean oficiales lo
descontamina y lo purifica?
– Pero me tenés que
reconocer que todos los fines de año teníamos que lamentar la quema
de un par de casillas, sobre todo de las más pobres.
– ¿No será que en
vez de prohibir los cohetes, habría que prohibir la pobreza? O por
lo menos hacer casas como la gente para la gente.
– ¿Y los dedos
amputados?
– Ahí tenés razón.
Habría que estudiar el tema de las normas de seguridad y sacudirle a
los fabricantes truchos.
Comentarios en una parada
del Indalo del barrio Progreso mientras se espera el cole que lleva
media hora de retraso.
Después de ingentes
esfuerzos míos y de la fiel Siambretta, llegamos a destino. Que no
es otro que la casa de Alterego Militante, un señor que ha dedicado
los últimos treinta años de su vida a hacer instalaciones de
servicios. “Gas, agua, electricidad y lo que venga” tal su lema.
Supo darme un conchabo cuando las cosas apretaron allá por los 90.
Y supe hacer lo propio más acá, en los 2000, cuando arranqué con
un emprendimiento turístico del que prefiero olvidarme. Ahora lo
tengo que ver porque en mi plan Alterego es la pieza clave.
– Sos mi pieza clave
–hoy ando fiel en la reproducción de mis elucubraciones. –
aunque tengo que advertirte que el plan puede llegar a sonarte un
poco loco.
– Bodoque ¿así te
llamás ahora, no? lo que me parecería loco sería que no fuera
loco. A no ser que aparte del nombre cambiaste “lo otro”.
– Tenés que prepararte
para hacer una nueva instalación de aire acondicionado en el
edificio conocido como Palacio Municipal. Tenés que incorporarme
como tu oficial instalador de lujo. Tenés que garantizar que estemos
en plena tarea en la mismísima víspera de la venida al mundo número
2012 de nuestro señor Jesucristo, en paralelo con la conferencia de
prensa ya anunciada.
– Es más fácil que
cuando tenía que hacer la revolución. Creo que me puedo colar con
un contratista que está en algo parecido. Pero no será aire
acondicionado sino instalación de yacuzi. Si no te importa.
– Aire, agua y fuego.
No me acuerdo el elemento que falta. No me preguntaste a cuento de
qué viene la maniobra. Estarás pensando que me pasé al terrorismo.
– No, qué va. Pero te
confieso que tiene un tufillo a pólvora que voltea.
– Tu olfato no cambió
para nada.
Enfundado en este
mameluco azul no puedo evitar un par de recuerdos. De cuando
trabajaba en la represa de Piedra del Águila. También de la
puntería que tuvo Orwell en su 1984 al vestir así a sus personajes.
Es que esta pilcha te proyecta. Te protege del enemigo, elimina
mediaciones fútiles. En fin, acá estoy parado en el techo del
edificio desde donde se dirigen los destinos de la ciudadanía local.
Tengo un par de herramientas en las manos como para la foto. Pero lo
verdaderamente importante está guardado en dos abultadas mochilas
que fueron transportadas con todo el cariño del mundo hasta ésta,
su última morada. O su rampa de lanzamiento. Mi jefe Alterego está
discutiendo con los empleados de seguridad municipales por qué
Cipolletti no va a ascender hasta el día del arquero. Que bien
pensado puede instituirse en cualquier momento. Lo hace para que mi
ayudante, chino de nacimiento, instalado en estas pampas por imperio
del destino, termine rápido y criterioso, el trabajo encomendado con
amor. Esto es: “organizame acá arriba estos treinta kilos de
pirotecnia (fabricada en tu país de origen) como Dios manda. O sea
para que a la voz de aura digan lo que tengan de decir a esta
enigmática ciudad”. Chi, dijo el chino. O por lo menos es lo que
le entendí. Quizás quiera decir otra cosa. Con los que no hablamos
chino pasa lo mismo respecto del uso del lenguaje. Vivimos diciendo
palabras que parecen algo que realmente no sabemos qué es. Fin de la
nerviosa especulación de la mañana.
Alterego despide a sus
amigos municipales, mi chino termina en dos patadas, yo gozo del
mameluco, limpiamos todo lo disimulado debajo de supuestos nuevos
equipos eléctricos donados por la comunidad asíatica del Comahue, y
nos retiramos a descansar. Mañana será otro día. Chau Pinela.
Tenemos un control desde donde, apretando el botoncito que
corresponde, el cielo de Neuquén tendrá un alegrón de aquellos.
¿Quién dijo que todos los avances tecnológicos favorecen siempre
al enemigo?
Los jefes siempre se
demoran en salir a escena. Son como las estrellas de rock que recién
asoman su facha cuando la muchachada está por romper todo. Los
funcionarios menores ya están sentados disciplinadamente en sus
respectivos asientos universales blancos de plástico con lo que
alguien inundó este mundo. Los más o menos secretarios ya caminan
por los alrededores. No hay demasiada tensión. Puede ser por lo
avanzado de la hora o la proximidad de la cena. O cuando lo que van a
anunciar las principales autoridades ya se conoce porque desde la
tele democráticamente lo vienen machacando hasta el hartazgo. Van a
decir que el cielo del Neuquén, capital de la provincia del mismo
nombre, este año va a estar libre de pirotecnia. Un pequeño paso
para este intendente, un gran paso para la carrera política de este
mismo fulano. Los camarógrafos soportan bien el aire acondicionado
del edificio. Las promotoras de una campaña contra el uso excesivo
del agua potable también. Hay pibes escolares con caras de ser
arreados en contra de sus intereses infantiles, pero qué se le va a
hacer. Los actos de gobiernos son así. Incluyendo la debida
información de estos actos de gobierno. Que se eso se trata. Bien.
– En minutos más el
señor intendente de la ciudad hará uso de la palabra.
Uso de la palabra. Es
difícil imaginar un peor giro lingüístico que éste. La palabra no
se “usa”. ¿Y cómo se podría usar sino es con otras
palabras? ¿Qué, estas primera palabras estarían fuera de uso? En
fin. Me salva del embrollo la nueva presencia oficial. La gente se
acomoda en sus roles. Se sabe que la cosa tiene que ser rápido. Como
una operación con rayos láser.
– Señoras, señores,
distinguido público, etc. –el jefe parece tener cierto apuro –
hoy estamos acá para hacer un anuncio oficial. El mismo que quedará
grabado en la memoria de las futuras generaciones, bla, bla. Porque
aunque no parezca, señores hoy, esta noche, estamos haciendo
historia. Pero historia de la buena, que de la mala tenemos de sobra
por las malas autoridades que desde la provincia bla, bla, bla… Si,
claro, tiene que ver con la seguridad, la bendita seguridad que tanto
bla,.bla. Tiene que ver con la así llamada pirotecnia. Que todos los
años precisamente a esta altura ya….
Fue en ese preciso
momento del discurso y de la evolución de los astros en el cosmos.
Veintidós y veintidós, más precisamente. Hora en que un oriental
trasnochado, ubicado en las inmediaciones, que recibiera una supuesta
llamada inalámbrica, interpretara que esa era la señal indicada.
Nada que ver. Mejor dicho mucho que ver. Porque una fracción de
segundos después el cielo del Neuquén estalló. Bien que de alegría
y color y formas sensuales y sugestivas que iban y venían e
invitaban a soñar. O sea, fuegos artificiales. Ruidosos, ingeniosos,
apocalípticos. Pero sobre todo bellos.
En el salón la voz del
discurseador se congeló en un gesto de incredulidad, primero, de
odio, después, de rápido reacomodamiento, luego y finalmente de
audacia desenfrenada.
La mayoría luchaba por
asomarse al cielo, o esperar la siguiente palabra del orador. Que
continuó así:
– Sí, queríamos
anunciar que no renunciamos a nuestras tradiciones. Que seguridad no
implica retroceso cultural, bla, bla. Que la tarea es brindar una
pirotecnia segura precisamente como la que Uds. estarán tratando de
gozar en estos momentos. Los invito a hacerlo democráticamente, en
orden y respeto, como buenos ciudadanos que somos. Buenas noches, los
dejo con los fuegos artificiales de la nueva gestión. Salud.
Efectivamente, tal y como
rezaba el plan, desde algunos barrios la respuesta también se elevó
al cielo. Tampoco fue tanto. Parece que el presupuesto estuvo un poco
acotado. Pero no era cosa de dejar solo al intendente en tamaña
campaña popular.
Alcemos las copas y
brindemos por el fuego de verdad que todos llevamos adentro.
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