viernes, 14 de diciembre de 2012

Bodoque y cohetes para todos


– Salitre, carbón y azufre.
– ¿Pero vos decís que lo podemos conseguir así nomás?
– Convendría hacerlo por separado, por las dudas. Pero sí, en cualquier negocio del ramo te lo venden a granel. Acá no, claro, estoy hablando de Buenos Aires.
– ¿Y después cómo preparamos los petardos, las cañitas y los rompe-portones?
– Tengo un amigo que tiene un doctorado en la materia. Pero eso después. Ahora vamos a entrar en la fase de la producción. ¡Ah! Y me reservo el nombre para la más grande, única y potente bomba de estruendo del Neuquén: La Gran Pichi.



El verano anticipado me convenció de habilitar mi bufete debajo del pino. Porque el sauce entró en crisis, y tuvimos que sacrificarlo. Pero el pino tiene lo suyo. Aroma para enfatizar lo bueno de estos embutidos barriales, y el fervor de la cerveza que supo desembarcar, aunque tardíamente, entre las clases populares, compitiendo con el vino ortodoxo. Tengo a mano el diario regional que compro por costumbre pero que no pienso leer por salud mental. Quedaría mal que un detective barrial fuera un desinformado. Hay otras poses igual de hipócritas pero peores y contagiosas, culturalmente hablando.
En esas reflexiones cotidianas me estoy desenvolviendo (o envolviendo) cuando resuenan unos golpes a la puerta tan perentorios como descontextualizados. Tengo el frente cubierto de cartelitos sugiriendo variantes de llamados que van desde el timbre (que no puse, aún) hasta el popular aplauso, pasando por el infernal chiflido. Pero no, el individuo, porque tiene que ser un individuo, elige la del puño en la puerta que para colmo es de lata, y no de madera noble como supongo sería la imaginada para la casa del Fausto de Goethe. Tengo que abrir.
– ¿Bodoque Fernández?
– No, Falcioni de incógnito. Y no soy sordo. Digo.
– Es que no pudimos conseguir su teléfono celular por ningún lado. Y estamos más o menos apurados. Es por las fiestas que se nos vienen encima.
– Vayamos por partes, dijo Jack. Primero quién es el nosotros. Por lo que veo sos uno solo. Segundo, celular no uso. Y tercero, sí tengo un almanaque.
El flaco parado en la vereda de tierra es más lo que tiene que decir que lo que tiene que escuchar. Un mal endémico de nuestra época. Y al parecer no encuentra la forma de ordenar sus palabras. Así que lo hago pasar, lo acomodo en la reposera para la clientela, le sirvo un buen vaso de cerveza de esa que venden ingeniosamente por TV, y le ofrezco un salamín que rechaza. Por suerte. Cuando la novedad de conocerme le sedimenta, me explica el motivo de su visita.
– Vio lo del Pichi.
– ¿La del “Arrasaremos con todos los Anfiteatros”?
– No, esa no, la última.
– No me diga que ahora quiere arrasar con todos los arbolitos de la avenida. Estaría dentro de su nivel de gestión.
– No. Nos referimos a la prohibición de usar pirotecnia. De tirar cohetes, bah. Prácticamente se propone fusilar a los infractores. Peor, cobrarles una fortuna.
– Algo escuché, pero como no leo el diario, se me hizo un rumor disparatado. Pero está de moda.
– ¿No leer el diario?
– No, los rumores disparatados. Es parte de una campaña que pretende que estas tierras vuelvan a la posesión de la corona. Aunque se dividen en si española o inglesa, ya que Norteamérica es una república, y sería más complicado.
– Mire, no vine a hablar de política, vine a contratarlo. Nos dijeron que es un tipo de acción. Queremos fabricar, almacenar y distribuir la más grande entrega de pirotecnia de la Patagonia.
– Un puro negocio ilegal.
– Pero también una justa reivindicativa. No queremos vivir en una sociedad en que un tipo decida de un plumazo borrar con las tradiciones de todo un pueblo, y por qué no de una nación. Tiene la manía de mostrarse ante la sociedad como el que pone EL orden en las cosas. Un orden cuartelero.
– A lo mejor, de chico, le explotó un cohete en la mano. O el padre no le daba para cañitas. Pero hablando del pasado: ¿están seguros de que todo el mundo va a estar de acuerdo con Uds.? O sea de que no esté apoyado por mucha gente.
– Toda la gente es mucha, don Bodoque. A nosotros lo que nos interesa es que el que quiera hacer ruido, lo pueda hacer. Y el que se quiera quedar piola, lo mismo. Que no nos impongan el silencio. Estuvimos en silencio demasiado tiempo.
– Si te digo que tampoco sería democrático imponer al otro el ruido, me vas a decir que soy un viejo paradojal.
– Un poco, sí. Pero nos tiene que decir si acepta el trabajo porque el tiempo corre.
– Son cincuenta por día, más viáticos. Me tenés que decir el qué. No me vas a poner a desparramar cohetes por toda la ciudad.
– Para nada, la parte logística la tenemos resuelta. Lo suyo es puntual: hay que hacer explotar unas cuantas baterías en la mismísima municipalidad en un momento determinado.
– Se va a armar la podrida.
– La gente va a creer que el único que se siente habilitado para ejercer la cohetería es el que te jedi. Entonces…
– Entonces desde los barrios se escuchará la voz de la pólvora.
– No deja de ser poético.
– No. Es que me hace acordar a cometidos parecidos encarados en mi juventud. Y es que la pólvora no tiene edad. Bueno, en tres días les presento un plan menos delirante que el que se me está ocurriendo justo ahora. Todavía no me dijiste quiénes son el “nosotros”.
– No creo que se lo vayamos a decir.


¿Pero decime una cosa, no fue durante la gestión anterior del tipo éste que todo se festejaba con fuegos artificiales? ¿Qué sean oficiales lo descontamina y lo purifica?
Pero me tenés que reconocer que todos los fines de año teníamos que lamentar la quema de un par de casillas, sobre todo de las más pobres.
¿No será que en vez de prohibir los cohetes, habría que prohibir la pobreza? O por lo menos hacer casas como la gente para la gente.
¿Y los dedos amputados?
Ahí tenés razón. Habría que estudiar el tema de las normas de seguridad y sacudirle a los fabricantes truchos.
Comentarios en una parada del Indalo del barrio Progreso mientras se espera el cole que lleva media hora de retraso.
Después de ingentes esfuerzos míos y de la fiel Siambretta, llegamos a destino. Que no es otro que la casa de Alterego Militante, un señor que ha dedicado los últimos treinta años de su vida a hacer instalaciones de servicios. “Gas, agua, electricidad y lo que venga” tal su lema. Supo darme un conchabo cuando las cosas apretaron allá por los 90. Y supe hacer lo propio más acá, en los 2000, cuando arranqué con un emprendimiento turístico del que prefiero olvidarme. Ahora lo tengo que ver porque en mi plan Alterego es la pieza clave.
– Sos mi pieza clave –hoy ando fiel en la reproducción de mis elucubraciones. – aunque tengo que advertirte que el plan puede llegar a sonarte un poco loco.
– Bodoque ¿así te llamás ahora, no? lo que me parecería loco sería que no fuera loco. A no ser que aparte del nombre cambiaste “lo otro”.
– Tenés que prepararte para hacer una nueva instalación de aire acondicionado en el edificio conocido como Palacio Municipal. Tenés que incorporarme como tu oficial instalador de lujo. Tenés que garantizar que estemos en plena tarea en la mismísima víspera de la venida al mundo número 2012 de nuestro señor Jesucristo, en paralelo con la conferencia de prensa ya anunciada.
– Es más fácil que cuando tenía que hacer la revolución. Creo que me puedo colar con un contratista que está en algo parecido. Pero no será aire acondicionado sino instalación de yacuzi. Si no te importa.
– Aire, agua y fuego. No me acuerdo el elemento que falta. No me preguntaste a cuento de qué viene la maniobra. Estarás pensando que me pasé al terrorismo.
– No, qué va. Pero te confieso que tiene un tufillo a pólvora que voltea.
– Tu olfato no cambió para nada.




Enfundado en este mameluco azul no puedo evitar un par de recuerdos. De cuando trabajaba en la represa de Piedra del Águila. También de la puntería que tuvo Orwell en su 1984 al vestir así a sus personajes. Es que esta pilcha te proyecta. Te protege del enemigo, elimina mediaciones fútiles. En fin, acá estoy parado en el techo del edificio desde donde se dirigen los destinos de la ciudadanía local. Tengo un par de herramientas en las manos como para la foto. Pero lo verdaderamente importante está guardado en dos abultadas mochilas que fueron transportadas con todo el cariño del mundo hasta ésta, su última morada. O su rampa de lanzamiento. Mi jefe Alterego está discutiendo con los empleados de seguridad municipales por qué Cipolletti no va a ascender hasta el día del arquero. Que bien pensado puede instituirse en cualquier momento. Lo hace para que mi ayudante, chino de nacimiento, instalado en estas pampas por imperio del destino, termine rápido y criterioso, el trabajo encomendado con amor. Esto es: “organizame acá arriba estos treinta kilos de pirotecnia (fabricada en tu país de origen) como Dios manda. O sea para que a la voz de aura digan lo que tengan de decir a esta enigmática ciudad”. Chi, dijo el chino. O por lo menos es lo que le entendí. Quizás quiera decir otra cosa. Con los que no hablamos chino pasa lo mismo respecto del uso del lenguaje. Vivimos diciendo palabras que parecen algo que realmente no sabemos qué es. Fin de la nerviosa especulación de la mañana.
Alterego despide a sus amigos municipales, mi chino termina en dos patadas, yo gozo del mameluco, limpiamos todo lo disimulado debajo de supuestos nuevos equipos eléctricos donados por la comunidad asíatica del Comahue, y nos retiramos a descansar. Mañana será otro día. Chau Pinela. Tenemos un control desde donde, apretando el botoncito que corresponde, el cielo de Neuquén tendrá un alegrón de aquellos. ¿Quién dijo que todos los avances tecnológicos favorecen siempre al enemigo?



Los jefes siempre se demoran en salir a escena. Son como las estrellas de rock que recién asoman su facha cuando la muchachada está por romper todo. Los funcionarios menores ya están sentados disciplinadamente en sus respectivos asientos universales blancos de plástico con lo que alguien inundó este mundo. Los más o menos secretarios ya caminan por los alrededores. No hay demasiada tensión. Puede ser por lo avanzado de la hora o la proximidad de la cena. O cuando lo que van a anunciar las principales autoridades ya se conoce porque desde la tele democráticamente lo vienen machacando hasta el hartazgo. Van a decir que el cielo del Neuquén, capital de la provincia del mismo nombre, este año va a estar libre de pirotecnia. Un pequeño paso para este intendente, un gran paso para la carrera política de este mismo fulano. Los camarógrafos soportan bien el aire acondicionado del edificio. Las promotoras de una campaña contra el uso excesivo del agua potable también. Hay pibes escolares con caras de ser arreados en contra de sus intereses infantiles, pero qué se le va a hacer. Los actos de gobiernos son así. Incluyendo la debida información de estos actos de gobierno. Que se eso se trata. Bien.

– En minutos más el señor intendente de la ciudad hará uso de la palabra.
Uso de la palabra. Es difícil imaginar un peor giro lingüístico que éste. La palabra no se “usa”. ¿Y cómo se podría usar sino es con otras palabras? ¿Qué, estas primera palabras estarían fuera de uso? En fin. Me salva del embrollo la nueva presencia oficial. La gente se acomoda en sus roles. Se sabe que la cosa tiene que ser rápido. Como una operación con rayos láser.
– Señoras, señores, distinguido público, etc. –el jefe parece tener cierto apuro – hoy estamos acá para hacer un anuncio oficial. El mismo que quedará grabado en la memoria de las futuras generaciones, bla, bla. Porque aunque no parezca, señores hoy, esta noche, estamos haciendo historia. Pero historia de la buena, que de la mala tenemos de sobra por las malas autoridades que desde la provincia bla, bla, bla… Si, claro, tiene que ver con la seguridad, la bendita seguridad que tanto bla,.bla. Tiene que ver con la así llamada pirotecnia. Que todos los años precisamente a esta altura ya….
Fue en ese preciso momento del discurso y de la evolución de los astros en el cosmos. Veintidós y veintidós, más precisamente. Hora en que un oriental trasnochado, ubicado en las inmediaciones, que recibiera una supuesta llamada inalámbrica, interpretara que esa era la señal indicada. Nada que ver. Mejor dicho mucho que ver. Porque una fracción de segundos después el cielo del Neuquén estalló. Bien que de alegría y color y formas sensuales y sugestivas que iban y venían e invitaban a soñar. O sea, fuegos artificiales. Ruidosos, ingeniosos, apocalípticos. Pero sobre todo bellos.
En el salón la voz del discurseador se congeló en un gesto de incredulidad, primero, de odio, después, de rápido reacomodamiento, luego y finalmente de audacia desenfrenada.

La mayoría luchaba por asomarse al cielo, o esperar la siguiente palabra del orador. Que continuó así:
– Sí, queríamos anunciar que no renunciamos a nuestras tradiciones. Que seguridad no implica retroceso cultural, bla, bla. Que la tarea es brindar una pirotecnia segura precisamente como la que Uds. estarán tratando de gozar en estos momentos. Los invito a hacerlo democráticamente, en orden y respeto, como buenos ciudadanos que somos. Buenas noches, los dejo con los fuegos artificiales de la nueva gestión. Salud.

Efectivamente, tal y como rezaba el plan, desde algunos barrios la respuesta también se elevó al cielo. Tampoco fue tanto. Parece que el presupuesto estuvo un poco acotado. Pero no era cosa de dejar solo al intendente en tamaña campaña popular.
Alcemos las copas y brindemos por el fuego de verdad que todos llevamos adentro.




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