Lo primero fue poner el
cartelito. Dice lo que dice el título de esta nota. Para qué
repetirlo. Lo del nombre en otro momento lo aclaro. El cartelito está
en azul sobre negro, y no se ve bien. Pero brilla. Como no tengo
oficina pienso atender en el patio, debajo del sauce. Desde la
reposera. Tomando algún aperitivo. Tarde o temprano va a tener que
caer alguien.
Y cae alguien.
Es una vecina jubilada,
como yo, que hasta ahora no me saludaba. Siempre anda con sus
benditos perros atados del cogote. Golpea las manos como pidiendo
permiso para entrar pero ya estaba adentro.
– Busco al señor del
cartelito.
–Yo soy.
– ¿Pero usted no
es...?
– ¿Qué quiere, Doña?
– ¡Me robaron a
Susana! Estoy desesperada.
– Tranquila. ¿Qué
relación de parentesco tienen?
– ¿Cómo que relación
de parentesco? Susana es mi perra. La otra se llama Mirta. Me la
robaron del patiecito de adelante, entre las 12 y las 12 y media.
Mientras lavaba a Mirta, adentro. Es una foxterrier blanca con una
manchita…
– Foto.
– Acá le traigo ésta
con Mirta que es igual. Son hermanas, pobrecitas.
– Señas particulares
visibles.
– Ya le dije, tiene una
manchita marrón…
– Cien pesos. Cincuenta
ahora, cincuenta esta noche.
– ¿Por qué esta
noche?
– Contra entrega. Hoy
lo hago. Déjele la plata a mi señora. Buenas tardes.
Hay que ser cortante con
la gente, si son viejos más cortantes. Es el oficio. Poco chamuyo y
mucha acción.
Me subo a la Siambretta
125 que me acompaña desde hace treinta años. Voy a pegar una vuelta
por el barrio. Al final me olvidé de preguntarle donde estaba la
manchita. En esta foto de morondanga no se ve nada. Las calles están
llenas de perros de todos los colores. Parecen que los fabricaran a
la marchanta. Lo principal es el motivo. Puede ir desde la venta a la
hamburguesa. Escapar no se escapó porque no va a dejar a su hermana
en banda. Puede estar alzada. Me olvidé de preguntarle si estaba
operada. Debe estar, da con el perfil.
Las calles están hechas
un asco. Ya van diez vueltas que doy y la perra no aparece. Las
primeras 24 horas son cruciales. Por ser el primer caso se presenta
difícil. Mejor me voy a tomar una birra hasta que se me aclare el
panorama. Sin que me vea la vieja.
Voy al mercadito multi
rubro del Ruso. Voy todos los días aunque no tenga nada que comprar.
Puro semblanteo del barrio.
– ¿Loco, te pusiste de
botón?
– Pará, pará. No
estás para criticar. Vos eras verdulero y ahora resulta que me
vendés carne. Y qué carne, viejo. ¿Te la traen de Rusia?
– ¿Vos también?
– Yo también qué.
– Me tirás la merca al
diablo. Hace un rato viene doña Elvira a comprar un hueso. Mire que
osobuco. No. Le digo si es para puchero. Que no, caramba. Encima
estos huesos tienen mal olor. Entonces para qué es. Para el perro.
Mirá vos una nueva. Antes compraba un cuarto de picada y punto.
– ¿Qué doña Elvira?
– La hermana de tu
vecina la Eulogia. Esas hermanas que viven a dos cuadras y no se
hablan desde hace diez años.
– Mirá vos. Guardame
la cerveza en el frizzer que ya vengo.
Encontré la casa fácil.
Más o menos me ubicaba pero me dejé guiar por el instinto. Y los
ladridos. Susana ladraba de lo lindo. No le gustó el hueso del Ruso.
Golpeo fuerte la puerta
de chapa. Por el ventanuco aparece la carita de Elvira, misma versión
que Eulogia cinco años más vieja, todavía.
– No compro nada,
joven.
– Yo compro perras
robadas de jardines vecinos.
Cierra el ventanuco y
piensa del otro lado casi un minuto. De reloj. Abre la puerta y atrás
y adentro se ve una perrita foxterrier con una manchita que no
alcanzo a divisar del todo. Sale y cierra. Calculo las posibilidades
de entrar de prepo, manotear el bicho y salir corriendo. No creo que
la viejita tenga una escopeta. Pero uno nunca sabe.
– Sabe joven – lo de
joven le sale mecánicamente, creo – esta perrita es tan mía como
de quién la tenía hasta ahora. Son las hijas de Niní, la vieja
perra de la familia. Hasta ahora no la reclamé porque estuve
acompañada. Pero esta semana enviudé. La soledad mata, sabe.
– Es vox populi. ¿Qué
hacemos?
Me dijo que hiciera lo
que tenía que hacer. Que es lo que estoy haciendo en este preciso
momento.
– Vea, Doña, Acá le
devuelvo los cincuenta pesos de hoy. Me dijeron que se la llevó la
perrera. Y estos nazis la matan en media hora con el monóxido de la
camioneta. Al menos le queda la hermana. Espero que no la extrañe
demasiado. Aunque hay hermanas y hermanas. ¿Vio?
Para mí que se dio
cuenta de todo. Puso cara rara. Sin descartar que lo sabía desde un
principio. Me estoy arrepintiendo de no haberle cobrado aunque sea la
mitad. Aunque el caso tuvo lo suyo.
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