martes, 10 de julio de 2012

Bodoque Fernández: detective de barrio



Lo primero fue poner el cartelito. Dice lo que dice el título de esta nota. Para qué repetirlo. Lo del nombre en otro momento lo aclaro. El cartelito está en azul sobre negro, y no se ve bien. Pero brilla. Como no tengo oficina pienso atender en el patio, debajo del sauce. Desde la reposera. Tomando algún aperitivo. Tarde o temprano va a tener que caer alguien.
Y cae alguien.
Es una vecina jubilada, como yo, que hasta ahora no me saludaba. Siempre anda con sus benditos perros atados del cogote. Golpea las manos como pidiendo permiso para entrar pero ya estaba adentro.
– Busco al señor del cartelito.
–Yo soy.
– ¿Pero usted no es...?
– ¿Qué quiere, Doña?
– ¡Me robaron a Susana! Estoy desesperada.
– Tranquila. ¿Qué relación de parentesco tienen?
– ¿Cómo que relación de parentesco? Susana es mi perra. La otra se llama Mirta. Me la robaron del patiecito de adelante, entre las 12 y las 12 y media. Mientras lavaba a Mirta, adentro. Es una foxterrier blanca con una manchita…
– Foto.
– Acá le traigo ésta con Mirta que es igual. Son hermanas, pobrecitas.
– Señas particulares visibles.
– Ya le dije, tiene una manchita marrón…
– Cien pesos. Cincuenta ahora, cincuenta esta noche.
– ¿Por qué esta noche?
– Contra entrega. Hoy lo hago. Déjele la plata a mi señora. Buenas tardes.
Hay que ser cortante con la gente, si son viejos más cortantes. Es el oficio. Poco chamuyo y mucha acción.
Me subo a la Siambretta 125 que me acompaña desde hace treinta años. Voy a pegar una vuelta por el barrio. Al final me olvidé de preguntarle donde estaba la manchita. En esta foto de morondanga no se ve nada. Las calles están llenas de perros de todos los colores. Parecen que los fabricaran a la marchanta. Lo principal es el motivo. Puede ir desde la venta a la hamburguesa. Escapar no se escapó porque no va a dejar a su hermana en banda. Puede estar alzada. Me olvidé de preguntarle si estaba operada. Debe estar, da con el perfil.
Las calles están hechas un asco. Ya van diez vueltas que doy y la perra no aparece. Las primeras 24 horas son cruciales. Por ser el primer caso se presenta difícil. Mejor me voy a tomar una birra hasta que se me aclare el panorama. Sin que me vea la vieja.
Voy al mercadito multi rubro del Ruso. Voy todos los días aunque no tenga nada que comprar. Puro semblanteo del barrio.
– ¿Loco, te pusiste de botón?
– Pará, pará. No estás para criticar. Vos eras verdulero y ahora resulta que me vendés carne. Y qué carne, viejo. ¿Te la traen de Rusia?
– ¿Vos también?
– Yo también qué.
– Me tirás la merca al diablo. Hace un rato viene doña Elvira a comprar un hueso. Mire que osobuco. No. Le digo si es para puchero. Que no, caramba. Encima estos huesos tienen mal olor. Entonces para qué es. Para el perro. Mirá vos una nueva. Antes compraba un cuarto de picada y punto.
– ¿Qué doña Elvira?
– La hermana de tu vecina la Eulogia. Esas hermanas que viven a dos cuadras y no se hablan desde hace diez años.
– Mirá vos. Guardame la cerveza en el frizzer que ya vengo.
Encontré la casa fácil. Más o menos me ubicaba pero me dejé guiar por el instinto. Y los ladridos. Susana ladraba de lo lindo. No le gustó el hueso del Ruso.
Golpeo fuerte la puerta de chapa. Por el ventanuco aparece la carita de Elvira, misma versión que Eulogia cinco años más vieja, todavía.
– No compro nada, joven.
– Yo compro perras robadas de jardines vecinos.
Cierra el ventanuco y piensa del otro lado casi un minuto. De reloj. Abre la puerta y atrás y adentro se ve una perrita foxterrier con una manchita que no alcanzo a divisar del todo. Sale y cierra. Calculo las posibilidades de entrar de prepo, manotear el bicho y salir corriendo. No creo que la viejita tenga una escopeta. Pero uno nunca sabe.
– Sabe joven – lo de joven le sale mecánicamente, creo – esta perrita es tan mía como de quién la tenía hasta ahora. Son las hijas de Niní, la vieja perra de la familia. Hasta ahora no la reclamé porque estuve acompañada. Pero esta semana enviudé. La soledad mata, sabe.
– Es vox populi. ¿Qué hacemos?
Me dijo que hiciera lo que tenía que hacer. Que es lo que estoy haciendo en este preciso momento.
– Vea, Doña, Acá le devuelvo los cincuenta pesos de hoy. Me dijeron que se la llevó la perrera. Y estos nazis la matan en media hora con el monóxido de la camioneta. Al menos le queda la hermana. Espero que no la extrañe demasiado. Aunque hay hermanas y hermanas. ¿Vio?
Para mí que se dio cuenta de todo. Puso cara rara. Sin descartar que lo sabía desde un principio. Me estoy arrepintiendo de no haberle cobrado aunque sea la mitad. Aunque el caso tuvo lo suyo.








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